Viernes, 20 de abril de 2012 | Hoy
EL MUNDO › INTELECTUALES Y REFERENTES OSCILAN ENTRE EL SOCIALISMO Y LA DERECHA EN LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL
El ex presidente conservador Jacques Chirac dijo que votaría por François Hollande. Dos ex ministros de Sarkozy anunciaron que apoyan también al socialista. Y un peso pesado del PS como Eric Besson se pasó a las filas de la derecha.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Hay un territorio transfronterizo: el de las convicciones. Intelectuales de izquierda que se pasaron a las filas ideológicas del presidente francés, Nicolas Sarkozy, dirigentes socialistas históricos que formaron parte de su gobierno apenas fue electo en 2007, o ex ministros sarkozistas que hoy llaman a votar por el socialista François Hollande, un sector de la clase política e intelectual de Francia juega a dos bandas. Hace unos meses, el ex presidente conservador Jacques Chirac, de cuyo gobierno Sarkozy fue ministro de Interior, dijo que votaría por François Hollande. La hija de Chirac dijo lo mismo. Esta semana, dos ex ministros del gobierno de Sarkozy, Fadela Amara y Martin Hirsch, más otros tres del gabinete de Chirac, Corinne Lepage, Brigitte Girardin y Azouz Begag, anunciaron su voto a favor del candidato socialista. El fenómeno, por extraño que parezca, no es nuevo. Sus precedentes son incluso “abracadabrantes”, según la expresión que Chirac empleó un día. El más notorio es el de Eric Besson. Este dirigente socialista era el responsable de la economía dentro del PS y tenía a su cargo el programa económico dentro del equipo de campaña de la candidata socialista a la elección presidencial de 2007, Ségolène Royal. En plena campaña, Besson abandonó el Partido Socialista y se pasó a las filas de la derecha hasta ocupar dos ministerios importantes en el gabinete de Sarkozy, entre ellos el más polémico de los ministerios creados por Sarkozy, el de la Inmigración, Integración e Identidad Nacional. El otro que se distinguió fue el líder socialista Bernard Kouchner, uno de los fundadores de Médicos del Mundo. Kouchner es una de las grandes personalidades del socialismo francés de los años 89-90, pero terminó siendo ministro de Relaciones Exteriores de Sarkozy.
La solubilidad también se extiende a los intelectuales. Entre 2005 y 2007, muchos ex “gauchistes” adhirieron plenamente al discurso de Nicolas Sarkozy, en especial al concepto central que la derecha promovía en ese entonces: la eliminación de toda la herencia cultural, social e ideológica oriunda de las revueltas de Mayo del ’68. En un famoso discurso de abril de 2007, pronunciado junto a algunos intelectuales que habían protagonizado la revuelta del ’68, Nicolas Sarkozy desarrolló un encendido alegato contra los “herederos de Mayo del ’68”, a quienes acusó de haber destruido los valores de la jerarquía. “Ya no está más prohibido prohibir”, dijo entonces el candidato. Para Sarkozy, Mayo del ’68 había impuesto “el relativismo intelectual y moral”, la idea de que “no había ninguna diferencia entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo”. Ante ese argumento sucumbieron las cabezas pensantes. En 2007, los intelectuales de izquierda descubrieron a un Sarkozy que los fascinó y, junto a ellos, Francia descubrió a su vez a esa generación a la que, en adelante, llamarían los “neocoms” (nombre sacado de la referencia a los “neoconservadores norteamericanos”). Se pasaron de la extrema izquierda a la derecha sin el más mínimo tapujo. Cinco años después de aquella transmutación, la decepción entre los ex intelectuales socialistas, maoístas, trotskistas o anarquistas es enorme. Pascal Bruckner, Pierre-André Taguieff, Alain Finkielkraut, Olivier Rolin y André Glucksman eran las cabezas más visibles de ese movimiento de “neocoms” fascinados. “Después del gran sueño de Chirac, Nicolas Sarkozy aportaba un aliento joven”, explicó hace poco al diario Libération Pascal Bruckner. Este ensayista brillante que atravesó la línea del sarkozismo cuenta que, en 2007, “Sarkozy se oponía a Rusia, afirmaba que los derechos humanos nunca serían subordinados a los intereses del comercio. Nosotros nos decíamos: si al menos fuese cierto. Varios meses después, Sarkozy recibía al coronel Khadafi”. La decepción se fue tejiendo de a poco. La cena en la que participó Nicolas Sarkozy en el lujoso restaurant Le Fouquet’s la noche en la que ganó la elección presidencial, sus vacaciones en el yate de un millonario, la visita de Khadafi, su indulgencia hacia Rusia, la dureza del discurso sobre la seguridad y la estigmatización de los extranjeros fueron construyendo un círculo de desilusiones.
Pero en aquellos años, “Nicolas Sarkozy hacía mover las líneas”, según recuerda Marc Weitzmann, para quien Sarkozy “respondía a una urgencia de novedad”. La novedad duró poco. Las realidades de la política y las opciones del mismo Sarkozy, su estilo y sus incoherencias, rompieron la nube. La fascinación se tornó desconfianza, la desconfianza decepción y la decepción alejamiento. La elección de 2012 no los tiene como invitados ni siquiera como agitadores del debate. Pocos son los intelectuales que participan en la campaña. Están recluidos como si, en un país donde pensar y escribir equivale a la eternidad, su palabra se hubiese quedado muda ante la velocidad de la historia y la escenografía instantánea del sistema político.
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