Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Edgardo Mocca
Hace unos pocos meses el centro de la atención preelectoral estaba en los movimientos del llamado “peronismo disidente”. Se disputaba la cuestión del alcance que tendría la diáspora justicialista iniciada en los días del conflicto agrario por las retenciones móviles. Las elecciones de junio de 2009, especialmente la de la provincia de Buenos Aires, habían puesto de relieve un importante potencial de desarrollo para quienes impulsaban el retorno del peronismo a la “normalidad”, después de la experiencia kirchnerista a la que se consideraba definitivamente agotada.
Hoy la imagen que transmite el conglomerado disidente se ha desdibujado considerablemente. Sin liderazgos propios con atractivo electoral, ni esperanzas de desgranamiento territorial del PJ, ni unidad estratégica de ninguna naturaleza, el Peronismo Federal se ha reducido a una fotografía del pasado a la que solamente animan las recurrentes sagas mediáticas orientadas a debilitar al Gobierno. En la hipótesis más venturosa, aquella en la que lograran convencer al PRO de la conveniencia de una alianza, los disidentes se constituirían en una estructura territorial de apoyo a la candidatura de Mauricio Macri.
Como en todo proceso político, las causas de esta deriva hacia la irrelevancia son múltiples. Pero no puede negarse que la progresiva recuperación de apoyos por parte del Gobierno a partir de principios del año pasado está entre las principales. Sin esa recuperación, lo que hoy son vagos rumores que los analistas de la prensa hegemónica ponen en boca de incomprobables “fuentes del peronismo del conurbano” hubieran podido ser una progresiva centrifugación de los apoyos al Gobierno. La Presidente no le debe su actual situación dominante en el justicialismo a un brusco ataque de lealtad de aquellos que estaban preparando el desembarco, sino al viraje favorable de sus expectativas electorales.
Como empezó a verificarse desde las primeras horas posteriores a la muerte de Néstor Kirchner, el PJ vive una tendencia al reforzamiento de su unidad. La situación, aun en los distritos que aparecían más conflictivos, avanza en la dirección del apoyo a la todavía no formalizada candidatura de Cristina Kirchner. En los mismos días en que se lanzaba la operación publicitaria del macrismo con la supuesta gestión para que Reutemann fuera candidato a vicepresidente en su boleta, el PJ santafesino aprobaba una ambigua pero efectiva declaración de unidad. El ex gobernador acaba de subrayar ese rumbo al descartarse para cualquier candidatura en la próxima elección.
Fracasada la presunción de la diáspora justicialista, las tensiones del gobierno nacional han sufrido un desplazamiento. Ahora se trata de transitar lo más ordenadamente posible la etapa de la construcción de una compleja ingeniería electoral. Son muchas las variables que deben ser consideradas. La primera, claro está, es asegurar una alta competitividad para el espacio de apoyo, puesto que la elección dista de estar definida. Y la competitividad –como no puede ser de otro modo– se arma desde arriba hacia abajo, es decir, sobre la base de fortalecer los recursos disponibles para la candidatura de la Presidente. A partir de esa premisa hay que compatibilizar una serie de elementos contradictorios. Existen las tensiones entre las corrientes más fielmente kirchneristas y aquellas que, habiendo vuelto al redil, reivindican su potencial electoral; están las pujas sectoriales (sindicales, por ejemplo) y las territoriales (claramente los intendentes del conurbano). Y no pueden dejarse en último lugar de importancia las disputas entre pretensiones personales antagónicas. Es imposible saber cuáles de estas contradicciones ocuparán el lugar principal porque ese lugar no lo da la lógica sino la política. El peronismo no es –nunca lo fue– un partido altamente institucionalizado; después de la crisis de 2001 tiene más bien el aspecto de una federación de liderazgos comarcales que se ordenan nacionalmente según las circunstancias. Eso significa que no está escrito en ningún lado que la lucha por el triunfo nacional sea la que organice el tablero; en principio, cada cual atiende su juego.
En estos días, una vez más, el foco está puesto en la provincia de Buenos Aires. Y gira en torno de la habilitación o no del Encuentro por la Democracia y la equidad para presentar la candidatura de su líder a la gobernación de la provincia, en una boleta que incluya la candidatura nacional de Cristina Kirchner. Las razones del conflicto son evidentes: tanto la candidatura de Scioli como la de varios intendentes sufrirían probablemente una merma electoral con este formato electoral. Esa razón de poder está obligada a revestirse de conceptos y argumentos. En este caso el preferido es el del interés común del “peronismo” ante el desafío del “progresismo”.
No es extraño el uso del argumento identitario por parte de quienes se sienten directamente afectados por la propuesta. Más curioso es advertir que la pureza “peronista” suma adherentes entre sectores que hasta hace poco eran difíciles de identificar con el justicialismo. Es claro que en este espacio, muchos de cuyos referentes formaron parte de la experiencia del Frepaso, el kirchnerismo ha logrado reavivar legítimos sentimientos de pertenencia peronista y es interpretado en términos de regreso a las fuentes históricas del movimiento. Y es comprensible también que la persistencia del antiperonismo en ciertos círculos progresistas alimente ese reforzamiento de la identidad peronista. El término “progresismo”, además, tiende a oscurecer más que aclarar el sentido de la acción política: vemos todos los días “progresistas” que hacen causa común con las grandes corporaciones económicas en el combate sistemático contra la política nacional vigente.
Sin embargo, el rechazo a la alianza parcial con el partido de Sabbatella suele sostenerse en argumentos confusos y, a veces, contradictorios. Se dice, por ejemplo, que hay que asegurar la unidad del peronismo para lograr la reelección de Cristina Kirchner; es difícil de entender cómo los votos bonaerenses a la boleta de Sabbatella que llevaran como candidata a Cristina conspirarían contra esa reelección. Desde otras veredas se dice que Sabbatella apoya en los buenos momentos y critica en los malos. Lo dice algún intendente a quien no se le oyó ninguna definición en los tiempos de la Resolución 125, mientras el entonces intendente de Morón militaba claramente en defensa de las retenciones móviles. La “unidad del peronismo” no resistió, en su momento, las presiones corporativas: emigraron no pocos legisladores con el carné del PJ al día y las dirigencias provinciales de Santa Fe y Córdoba, entre otras, pasaron a formar parte de la ya comentada experiencia del peronismo disidente.
Los “intereses comunes” del peronismo son tan confusos que hasta los analistas de Magnetto y Mitre han pasado a ser sus defensores. Todos los días martillan sobre lo que consideran un sistemático castigo del gobierno nacional a la estructura del PJ del conurbano bonaerense. Al mismo tiempo, critican y descalifican a quienes sostienen que el actual gobierno nacional es “progresista”. Es decir, a los peronistas se les dice “cuidado con la izquierda” y a la izquierda se le dice “¿qué tiene este gobierno de progresista?”.
Pedirles a militantes y dirigentes políticos que no argumenten en defensa de sus “porotos” es desconocer la naturaleza de la política. Este reconocimiento no es incompatible con la crítica del sectarismo, es decir a la actitud de renuncia a tomar en cuenta cualquier interés que no sea el de la propia persona o el de su micromundo. Suele ser una fórmula infalible para el fracaso. La cuestión es que pocas veces en las últimas seis décadas se habían dado circunstancias tan favorables para un diálogo constructivo entre dos tradiciones políticas populares como son el peronismo y la izquierda de inspiración genéricamente socialista. Ambas tuvieron sus méritos y sus limitaciones históricas. La tradición peronista chocó –a veces en forma sangrienta– con los límites de la derecha del propio movimiento. La tradición socialista se situó casi siempre en contra del peronismo y por ese camino quedó más de una vez alineada con la derecha. Habrá que ver si cada quien logra defender sus legítimas aspiraciones sin frustrar la posibilidad que se ha abierto.
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