Domingo, 27 de noviembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Ahora dicen que hay giro a la derecha. Las teorías, los hechos. Los subsidios, realidades, estadios, pasos que vendrán. Los conflictos intrasindicales y las huelgas en el sector público, viejas cuitas. La tensión con Hugo Moyano. Los reclamos de la CGT, las prioridades de la Presidenta.
Por Mario Wainfeld
Un vaticinio espectral recorre la Argentina. Ahora dicen que el kirchnerismo, en la previa de su tercer mandato, acomete un giro copernicano. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, interpretan sus rivales (que hasta ahora no supieron hacerlo, ni “leer” su legitimidad creciente), gira abruptamente hacia un programa opositor. En pocos meses habrá tarifazo para millones de usuarios de servicios públicos. El idilio con la CGT toca su fin, reemplazado por un acercamiento a las patronales de la industria. Lo realizado hasta ahora (avances cuidadosos en la supresión de subsidios, reproches presidenciales a un par de sindicatos de transporte que la desafiaron) es la punta de un iceberg. Si se estira (apenas) el razonamiento: tocan a su fin la política económica expansiva, el crecimiento motorizado por el consumo y el mercado interno. Quién le dice, se revisarán (re)conquistas laborales de los recientes ocho años.
El Frente para la Victoria (FpV) aplicará la cartilla de sus críticos (se alegran y enardecen éstos): lo hará tarde y mal. El aumento indiscriminado de los servicios públicos gatillará la inflación y el repudio popular. Quién sabe, habrá cortes de rutas de ciudadanos-usuarios. La interna del peronismo, siempre irracional y salvaje, pondrá en jaque al “nuevo” Gobierno desde el vamos. El kirchnerismo pagará los platos rotos de su “fiesta” insustentable, para peor contradiciendo su sesgo político de años.
El cronista se permite discrepar. Jamás se puede conocer el futuro, menos en un mundo en crisis provocada por políticas bien diferentes de las que propiciaron una vigencia record para el FpV. Pero conociendo a los protagonistas, sus convicciones, el apego a las estrategias que sostuvieron sus momentos más felices, ese porvenir está entre los menos posibles del jardín de senderos que se bifurcan a partir del 23 de octubre.
Tal el resumen ejecutivo de esta nota, por si usted anda apurado. Si tiene paciencia, ahí va el desarrollo.
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Señales económicas: La reforma del sistema de subsidios es la más llamativa medida de política económica ulterior a las elecciones. Dista de ser la única y distará aún más cuando se vaya conociendo el paquete legislativo para la temporada verano-otoño. La acometida contra la avidez compradora de dólares fue una típica medida K, en sus aciertos y sus errores. El oficialismo, en cada día y ante cada controversia, explica que la AFIP vigila, que cuenta con un potente aparato informativo, que el Estado sigue dispuesto a valerse de sus herramientas que permiten las mejores recaudaciones de la historia, sostenidas en un largo período. Hubo caricias en el cónclave de la Unión Industrial Argentina, tantas como alusiones amables al “Vasco” José Ignacio de Mendiguren. También se despacharon telegramas colacionados a destinatarios específicos. Las menciones de la Presidenta a grandes empresas que sacaron ventajas para comprar divisas o para remesarlas con malicia es un mensaje que se suma a otros.
La supresión de los subsidios se propone en etapas. Las primeras, sencillas, se zanjan de un plumazo: grandes empresas, consumidores domiciliarios que habitan en zonas VIP. El registro de renunciantes voluntarios, un detalle casi irónico, cierra el primer círculo. Nadie patalea, ciertos funcionarios o divos de la farándula que habitan en barrios cinco estrellas se inscriben, anticipando un ratito lo que en enero será una regla particular que los comprende.
Para otros estadios, se subraya la perspectiva de la revisión fiscal, que también formó parte de la batida contra la compra compulsiva de dólares. Habrá, imaginan en Planificación, un número apreciable de contribuyentes que preferirán aumentar su gasto en servicios antes que ser revisados por la AFIP. Hasta ahí, nada repugna al imaginario kirchnerista tradicional: se suprime el subsidio para quienes ostensiblemente pueden afrontar los costos o para quienes eligen racionalmente hacerlo.
La búsqueda de la segunda tanda de consumidores será una tarea ardua, de “sintonía fina”, expresión adecuada que la Presidenta incorporó a su vocabulario. Funcionarios del área (confiados en continuar después del 10 de diciembre, no confirmados aún) afirman que la selección de los destinatarios del formulario será escalonada. Se comenzará por barrios o localidades con predominancia de sectores medios altos o altos. Será arduo espigar a su interior.
De cualquier modo, el tiempo para determinar el universo de las nuevas supresiones será largo. Habrá dos envíos de formularios para los que no respondan a la consulta, o sea que las renuncias tácitas demorarán lo suyo.
Los que reclamen seguir siendo subsidiados, todo indica que la gran mayoría del total, abren una instancia de revisión. La percepción compartida entre funcionarios y el cronista es que no habrá acometida contra ese conjunto, al menos en 2012. El Gobierno intentará que la supresión del subsidio sea progresiva, en la doble acepción del término: en etapas y atendiendo diferencias sociales o patrimoniales. Si el cronista fuera afecto al uso de bastardillas o negritas en sus notas resaltaría de ese modo “intentará” y “progresiva en la doble acepción del término”.
Como es afecto a las digresiones, se permite una, abriendo un corchete. Corchete: una encuesta de la consultora Equis, dirigida por Artemio López, informa que una sólida mayoría de argentinos está a favor de los cambios en el sistema de subsidios. El dato parece chocante porque no es habitual que las personas estén a favor de pagar más tasas. La explicación está al alcance de la mano: la consulta es nacional. Los subsidios en cuestión se centralizan en la Capital y la provincia de Buenos Aires. El federalismo existe en los hechos, la diversidad de intereses también. Lo que para algunos medios es “la gente”, en 22 provincias de la Argentina son porteños o bonaerenses (dos categorías a menudo asimilables), que reciben un trato asimétrico. Cerremos corchete.
La finalidad real del Gobierno no parece ser mochar todos los subsidios de un solo tajo sino segmentarlos, con criterio equitativo. Los objetivos no son de ajuste sino de evitar el crecimiento distorsivo de esa herramienta, que sigue teniendo virtudes evidentes. Y de mejorar la “caja” que tantos aborrecen, entre ellos quienes han gobernado sin haber accedido a los logros del kirchnerismo en indicadores socioeconómicos y en revalidación popular.
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Conflictos con largo millaje: La política de subsidios es una iniciativa oficial, las medidas respecto del dólar y las críticas a gremios de pilotos, réplicas a movidas de éstos y de los “mercados”. La respuesta presidencial fue clásica en el kirchnerismo: doblar la apuesta.
Los conflictos intrasindicales (por encuadramientos o por disputa de representatividad entre delegados y cúpulas) se repiten desde 2003, siempre preocuparon a la Casa Rosada. Como la realidad ama los mestizajes, a menudo se mezclaron con luchas reivindicativas. Las medidas de fuerza en servicios públicos o en actividades estratégicas, son otros episodios clásicos que le dieron dolores de cabeza al Gobierno .
Este abanico de conflictos alude a la crisis del modelo sindical, que la CGT y el Gobierno en general no cuestionan. Los paros de base en el Hospital Garrahan, en subterráneos y ramales ferroviarios encabezados por representativos dirigentes de base de izquierda, pusieron en entredicho a la conducción cegetista o a aliados, muy cercanos o contingentes. Siempre causaron preocupación, más que los suscitados en el sector privado (como el de Kraft Foods) que también levantaron ronchas.
La paciencia del oficialismo y de la Presidenta en especial va menguando. El recordable discurso de José C. Paz (que fue malamente traducido como un amago de renuncia a la candidatura cuando era un pliego de condiciones para garantizar la conducción y la victoria) se pronunció en marzo en simultáneo con una interminable huelga de trabajadores petroleros en la Patagonia.
El desafío de los pilotos de Aerolíneas se inscribe en una continuidad, en un problema de difícil dilucidación. La reacción de Cristina Kirchner, en un trance de elevada legitimidad, no se dirige exclusivamente al hecho específico, sino a una tendencia.
El secretario general de la CGT adhirió a los pilotos. Viene haciéndolo con actores sindicales con los que venía confrontando, como Gerónimo Venegas. El momento del viraje corporativo más firme, que marcó un hito en su relación con el Gobierno, fue cuando el líder camionero amenazó con una huelga al conocerse la llegada de un exhorto a pedido de un fiscal suizo pidiendo información sobre él.
La relación entre el kirchnerismo y el titular de la CGT está en su punto más bajo desde 2003, la tensión es real. Su magnitud, seguramente, es exagerada por quienes anhelan una ruptura. Cristina Kirchner rechaza todo amago de discutir o condicionar su liderazgo dentro del peronismo. No entra en su ideario transar en ese aspecto.
Moyano, cuentan sus allegados más cercanos, se percibe asediado. Desde que el exhorto pasó de Cancillería al juzgado de Norberto Oyarbide cree que hay un “cristinismo” que va por su cabeza y aun por empujar acciones penales en su contra. El canciller Héctor Timerman y el secretario de Medios y Comunicación Juan Manuel Abal Medina fueron sus blancos predilectos en aquellos días. Ahora les suma a La Cámpora.
Las demandas que replantea en estos días no son novedades ni provocaciones tremendas. A los ojos del cronista son de distinta densidad. La participación de los trabajadores en las ganancias de la empresa es un derecho constitucional, pendiente de implementación desde hace más de medio siglo: una deuda del sistema político. Su discusión parlamentaria es un reclamo sistémico, el modo de hacerlo una cuestión a dirimir.
El incremento del mínimo no imponible para trabajadores en relación de dependencia es un beneficio coyuntural (no necesariamente un privilegio) para los trabajadores formales mejor retribuidos. Una política fiscal que debe atender a otras variables, entre ellas las necesidades de laburantes menos protegidos.
Las dos reivindicaciones coinciden en serlo para el tramo mejor colocado de la clase trabajadora, lo que no basta para desestimarlos pero sí para calibrar su importancia.
El enfriamiento del trato entre Moyano y la Presidenta puede derivar en un reacomodamiento negociado o en una crisis mayor. Dependerá de la sensatez de los actores y de reconocimientos mutuos. El liderazgo político es un límite infranqueable, discurren en la Rosada y zonas de influencia. Un recambio en la CGT es un problema menos acuciante, si se resuelve la contradicción principal. El Gobierno no tiene un relevo ideal para “Hugo” ni tampoco podría imponerlo de taquito si lo hubiera. Hay mitos urbanos que no condicen con la complejidad de lo real: el Gobierno no tiene la suma del poder público, ni siquiera el control de la intrincada interna sindical.
Un reencauzamiento de la, productiva para ambos sectores, relación estratégica entre la conducción de la principal central obrera y el oficialismo es posible si Moyano acepta la lógica política y asume la correlación de fuerzas. Futuro abierto, pues, en un entorno erizado.
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La pe(n)sada herencia: Cualquier gobernante que asume recibe una herencia sin beneficio de inventario. Alegar que se hace cargo de errores incurridos o deudas contraídas con anterioridad es un recurso del debate político, no un argumento institucional. Para qué hablar, entonces, de una mandataria reelecta que en (una proporción parcial aunque estimable) cosecha su propia siembra.
La, peculiar pues, “herencia” de Cristina Kirchner es la mejor que recibió presidente alguno, cuanto menos desde 1955. Claro que afronta un futuro escarpado en el que aspectos determinantes escapan a su control, a su responsabilidad y a su ideario: la crisis económica financiera internacional, para empezar. En ese trance, sus adversarios vaticinan que pegará un viraje descomunal. Antaño presagiaron que Néstor Kirchner caería por “abrir demasiados frentes a la vez”, por pulsear firme la negociación de la deuda externa, por decirle “no al ALCA”, por enfrentar a los organismos internacionales de crédito. O que la misma Cristina caería después del conflicto con “el campo”, o por enfrentar a los multimedios o por redoblar la apuesta después de las elecciones de 2009. Las profecías se hicieron certezas cuando falleció Néstor Kirchner. Ahora dicen que la Presidenta, que sin duda está repensando los instrumentos de su política en aras de sostener sus objetivos tradicionales, se orienta hacia un rumbo distinto, marcado por la brújula de “los otros”. La cantidad de errores de diagnóstico cometidos por éstos no prueba, irrevocablemente, que vuelven a equivocarse. Pero induce, por ponerlo de forma piadosa, a dudar de su infalibilidad. Cuando en un par de meses o de años se repasen lo que fueron y serán sus acciones legislativas y ejecutivas de “desembarco” habrá más elementos para un balance. Las hipótesis del cronista se insinuaron en el resumen ejecutivo inicial y en el desarrollo posterior.
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