Lunes, 5 de diciembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
En el país mejor, el Congreso nacional cerró el año desmintiendo, al menos en buena parte, las visiones acaloradas que lo muestran primordialmente como una escribanía del Ejecutivo, un elefante inmóvil o un desnudo escenario de disputas internas e individuales, sin relación con ideas parlamentarias de fuste. En el país peor, los acontecimientos de la Legislatura porteña revelan que las patotas no son, ni de lejos, un patrimonio exclusivo del populismo clientelar siempre adjudicado a huestes K, sindicales o de bajo fondo. Un grupo de choque con caras ocultadas, cadenas, palos y cuchillos allanó la entrada a los legisladores macristas, para eliminar las Juntas de Clasificación Docente tal como funcionan hasta ahora. Continuarán sobreviniendo las desmentidas, igual de obvias que el objetivo cumplido.
En el país mejor, Diputados dio media sanción, por mayoría abrumadora, al proyecto de muerte digna. Muy buen paso adelante para evitar el encarnizamiento terapéutico y la fenomenal facturación que generan los pacientes en estado irreversible. En el país peor (para este caso debería hablarse del que constantemente se refleja así en algunos medios), se desaceleró de manera notable el retiro de depósitos en dólares. Pero ahora resulta que, de todas formas, los bancos suben las tasas. Leída la letra chica de la información, se advierte que los intereses incrementados son para las líneas de crédito a los exportadores; quienes, como es de público conocimiento, atraviesan un momento dramático.
En el país mejor, habrá el primer juicio oral por el empleo de agrotóxicos. Noticia que, por supuesto, fue vaciada no ya de amplificación mediática sino, casi, hasta de simple registro. La Justicia cordobesa juzgará a dos productores y un piloto por contaminar una zona poblada con plaguicidas peligrosos para la salud. En especial, glifosato y endosulfán. Fumigaron de modo clandestino. Se detectó que allí, en Ituzaingó, cerca de la capital cordobesa, casi 200 personas habían contraído cáncer. Y cerca de cien ya murieron. Qué notable: uno escribe el nombre de esos agroquímicos y en el Word aparece el fideo rojo debajo. En el país peor, más allá de opiniones técnicas sobre la ley de Macri que resta poder a los gremios docentes en las dichosas Juntas de Clasificación, se huele un avance privatizador –sobre todo en el área educativa– con indisimulable aroma a los ’90. No debe eludirse la observación de que esto venía en el paquete votado por el 65 por ciento de los porteños. Razones de honestidad intelectual llevan al periodista a la prevención de que, por tanto, ése es un país peor –o una Buenos Aires que califica como tal– sólo para lo que él percibe. Para esa mayoría también imponente que votó a Macri, ese país o esa Buenos Aires son mejores. Reglas de juego democrático que los unos debemos aceptar. Y que los otros también, cuando la mano les es contraria; cuando reclaman “calidad de las instituciones” y cuando, sin embargo, afirman que producido el voto político resta el económico, ¿no, Mariano?
En el país mejor, la Cámara baja sancionó la ley de identidad de género. Se podrá adaptar la documentación a la identidad sexual que cada persona sienta como propia. Se puede pedir el cambio del nombre de pila e imagen. Todos los efectores del sistema de salud (estatales, privados u obras sociales) deberán respetar la ley. Y todas las prestaciones de salud se incluyen en el Plan Médico Obligatorio. Se garantiza el acceso a intervenciones quirúrgicas totales y parciales, sin necesidad de autorización judicial. Desde el Frente Nacional por la LIG se calificó al proyecto como el más avanzado del mundo. 167 diputados a favor, apenas 17 en contra y 7 se abstuvieron. Dos lecturas. La primera, el fantástico progreso en el derecho de minorías. La segunda, su contraposición con la magnitud de los derrotados. No hablamos de los parlamentarios; sí de las sacrosantas instituciones que ya no tienen fuerza para oponerse a los nuevos paradigmas. Como única madre de todas las batallas, les queda en soledad contrariar la legalización del aborto. La perderán indefectiblemente, más tarde o más temprano. En el país peor, el gobierno nacional insiste con algunas tonterías propagandísticas del tipo canasta navideña a 100 pesos. Tiene la misma credibilidad que el pescado o las milanesas para todos. Esperemos que en los inminentes cambios de equipo, guardados in pectore por Cristina con un rigor digno de los secretos inviolables, haya espacio para gente capaz de evitar estos papelones. Son aspectos de buen gusto. De respeto por la inflación real.
En el país mejor, Diputados también encontró su circunstancia para votar en general la ley de fertilización asistida. Al no aprobársela en particular antes de la medianoche del 1º de diciembre, cuando cerró el año legislativo, no queda claro su alcance efectivo. Pero la señal política es fuerte de cara a la próxima temporada, en la Argentina donde se calcula que la infertilidad afecta a una de cada seis parejas sin que el Plan Médico Obligatorio contemple la cobertura del tratamiento. Y de paso, puede citarse como país peor o “peorizado” a ése en el cual, invariablemente, diputados y senadores llegan al último día con la lengua afuera, en sesiones maratónicas para aprobar o rechazar aquello que por razones injustificables no debatieron cuando debían. Y hay dos últimos lugares para mejor o peor que, nuevamente por motivos de buena fe intelectual, se dejan para que cada quien los ubique según le plazca. En verdad, algo que se puede hacer con todos los citados. Pero estos dos, y algunos, varios o muchos más, tienen su propio peso polémico. Es decir, se prestan a la subjetividad con mayor enjundia que el resto. El Gobierno, en el país peor, puso fuertes límites para mantener subsidios; y “los consumidores” –como si pudiera hablarse de un conjunto unívoco, a estar por ciertos despliegues periodísticos que les dan esa entidad a menos de diez testimonios– dudan y hablan de imprecisiones. En el país mejor, según el firmante, un par de ministros de alta relevancia salieron al cruce de esas interpretaciones de prensa. Con todo lo que eso significa en el país donde ningún gobierno aguantaba cuatro tapas en contra de apenas un medio dominante.
Finalmente, detengámonos en un tramo conceptual y central de lo referido en Clarín del último domingo 27 bajo firma de una colega con pluma filosa, inquisidora, terminante. Otrora supo abrevar en publicaciones de índole progre. Por favor: la mención de su persona y artículo responde, ante todo, a lo simbológico de cómo se opera el tratamiento del caso Aerolíneas. No es intención del suscripto entrar en una porfía de índole personal. Sí, tan sólo, medir rigurosidad de fuentes. Chequeo de información. Apreciar si no hay, acaso, alguna intencionalidad manifiesta e incompatible con la, digamos, independencia periodística. Si no se liga, mucho antes, a la perforación del oficialismo al costo ético que fuere. Dice Susana Viau, sobre la empresa aeronáutica del Estado: “Los dos más experimentados miembros del gabinete tuvieron que hacer maravillas para explicar por qué una sociedad exitosa, para sobrevivir, debía acudir a severos ajustes y a dar de baja buena parte de sus rutas internacionales. Ni De Vido, ni Tomada, ni Recalde se vieron forzados a explicar por qué la línea aérea argentina pierde donde otras ganan; cuál es la razón por la que Aerolíneas registra déficit allí donde otras empresas encuentran un negocio redondo: American Airlines tiene 14 vuelos semanales a Miami (y aumentará su frecuencia en 3 más), 7 a Nueva York y 7 a Dallas”.
A las 48 horas de este aserto arrollador, American Airlines se presentó en quiebra. Declaró la suspensión de pagos para reestructurar su deuda y sus acciones cayeron en 80 por ciento. ¿Dónde ubicaríamos a esta clase de artilugios periodísticos, esparcidos desde los medios que continúan encabezando la ofensiva opositora? ¿En el país peor del caos de Aerolíneas? ¿O en el país mejor que viene dejando de comer vidrio?
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