Lunes, 16 de julio de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ezequiel Adamovsky *
La izquierda anticapitalista llegó a ser un movimiento político de masas, hace más de un siglo, porque combinaba tres elementos cruciales. Por un lado, la lectura de la realidad que aportó echaba luz sobre las relaciones sociales opresivas, hasta entonces oscurecidas bajo el manto de la ideología. Por otro lado, ofrecía un proyecto de reconstrucción de la vida social enormemente atractivo: la idea de eliminar las divisiones de clase y planificar racionalmente la producción parecía no sólo mejor, sino perfectamente posible. Por último, la izquierda tenía un abanico de estrategias de organización y de lucha que parecían viables y apropiadas para llevarnos desde ese presente de sufrimientos hacia el futuro soñado. Diagnóstico, visión de futuro y estrategia se combinaron, dándole al movimiento anticapitalista una fuerza imparable.
Desde mediados del siglo XX, sin embargo, su vitalidad se fue apagando. Este desenlace tuvo que ver con el fracaso de las experiencias que, como la de la URSS, no condujeron al futuro deseado sino, por el contrario, a sociedades incluso más opresivas que el capitalismo. Pero también, fuera de los países “socialistas”, con el desempeño de las organizaciones anticapitalistas, que con mucha frecuencia adquirieron una lógica sectaria, que apuntaba más a la conservación de sus pequeños aparatos y sus élites, que a cambiar el mundo. Más aún, la vida interna de muchas de esas organizaciones reproducía, en pequeña escala, las pautas de funcionamiento de las sociedades soviéticas: eran pequeñas dictaduras personales, con una burocracia dirigencial vitalicia que mantenía a sus militantes bajo un estricto control disciplinario. Desde esta lógica eran incapaces de vincularse con luchas concretas y, cuando lo hacían, era sólo para llevarlas a derrotas. Así, las perspectivas anticapitalistas siguieron (y siguen) siendo atrayentes como diagnóstico de los males sociales. Pero tanto la visión de futuro como las estrategias que proponían cayeron en un justo descrédito: nadie que fuera sensato podía confiar en ellas.
A partir de esta crisis de paradigmas, en las últimas décadas el movimiento anticapitalista viene explorando caminos para recuperar la vitalidad. Por supuesto, persisten las organizaciones más tradicionales, pero junto a ellas fueron surgiendo numerosas iniciativas de una nueva izquierda. Inicialmente un puñado de colectivos u organizaciones pequeñas y de alcance local, con escasas posibilidades de articulación más amplia y de incidencia en la vida política, en los últimos 15 años vienen desarrollándose y planteando sus propias búsquedas. Los debates que animó el movimiento (mal llamado) “antiglobalización”, desde el alzamiento zapatista de 1994 hasta los movimientos de “Indignados” y “Ocupantes” de la actualidad, pasando por el Foro Social Mundial, han planteado interesantes aportes en las dos zonas de carencia: la visión de futuro y la estrategia para alcanzarlo. Uno de los grupos más interesantes es el que gira en torno de la red de Znet. Con Michael Albert, Lidia Sargent y Noam Chomsky a la cabeza (puentes entre la nueva izquierda norteamericana de los años ’60 y la generación actual), este grupo viene planteando modelos concretos de organización de una sociedad no-capitalista que se alejan, al mismo tiempo, del ethos productivista y autoritario del socialismo tradicional. Tras años de discusiones, acaban de lanzarse al armado de una organización política de alcance global, la Organización Internacional para una Sociedad Participativa, que ya tiene más de 1500 miembros en 76 países (www.iopsociety.org/sp). Por ahora funciona como una red social de activistas horizontal y de libre asociación, pero pronto pondrá online herramientas para la deliberación y toma de decisiones, para favorecer la organización local “cara a cara” pero también la capacidad de llevar a cabo acciones de alcance global. Otras organizaciones forjadas en ese clima también comienzan a dar pasos, incluso en el terreno electoral, con la intención de salir del papel testimonial. La Coalición de la Izquierda Radical que obtuvo el segundo lugar en las elecciones griegas –con su fuerte impronta ecologista, feminista y “alterglobalizadora”– es un buen ejemplo. En nuestro país, varias agrupaciones participan de este tipo de búsquedas (el Frente Popular Darío Santillán y la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina, Compa, son las de mayor alcance). A paso lento pero seguro, la izquierda anticapitalista va saliendo de su impasse.
* Historiador (UBA-Conicet).
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