Domingo, 24 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › CRISTINA FERNáNDEZ, EN EL EJE DEL PODER Y DE LA POLíTICA
El impactante regreso presidencial desbarató operaciones y conjeturas. El nuevo gabinete ataca los déficit de conducción política y económica. Incentivos para el PJ y La Cámpora, homogeneización del equipo económico, apertura de relaciones con los gobernadores, los sindicatos de patrones y de trabajadores, la oposición y el Congreso. La restricción externa y una contradicción con la base social propia en el Código Civil y Comercial. El fantasma de Cafiero y el teléfono de Francisco.
Por Horacio Verbitsky
“Hay algo difícil de negar. Por ausencia o por presencia, siquiera fugaz, Cristina Fernández sigue siendo el eje del poder y de la política en la Argentina”, sostuvo el miércoles 20 el principal columnista político del matutino Clarín. “Con un video casero, un discurso previsible y un recambio módico de funcionarios, retomó el poder. Aun en su crepúsculo, acariciando un perrito y repitiendo consignas, se puso a la política otra vez en el bolsillo”, coincidió ayer un analista central de La Nación. Son amargas confesiones de los medios que desde hace cinco años avizoran derrotas e ignominias y toman por la realidad sus siempre fallidas expresiones de deseos, compulsión que se exacerbó durante el mes y medio de ausencia presidencial. El gobierno ya les tomó el tiempo y les hizo comer varios amagues. La primera reacción ante el retorno de Cristina, idéntica a sí misma pero más descansada y sonriente, fue que el video era una operación de marketing sin anuncios de fondo. Tres horas después se conocieron los cambios en el gabinete nacional. El martes, otro comentarista y diversos dirigentes de la oposición política afirmaron que nada había cambiado ya que Guillermo Moreno seguía en su cargo. Un día después Clarín se consoló con una interpretación autocomplaciente: “Al final Cristina tuvo que echar a Moreno”, como si alguien se lo hubiera impuesto.
Esa centralidad de CFK volvió a ponerse de manifiesto con las simultáneas designaciones en la jefatura del gabinete de ministros y en el ministerio de Economía. En una misma movida resolvió de modo armónico los problemas de conducción política y económica que se habían ido acumulando, dada la antigua relación entre los nuevos ministros. Egresado de la maestría de Administración y Políticas Públicas que el politólogo Carlos Acuña dirigía en la Universidad privada de San Andrés, Jorge Capitanich tuvo como asesor en el Senado al ahora ministro Axel Kicillof, cuya especialidad es la obra de John Maynard Keynes, tiene bien estudiado a Marx y ninguno de sus bisabuelos fue rabino. De este modo Cristina reordenó el nexo entre dos alas fundamentales de su movimiento, La Cámpora y el Partido Justicialista, que se sienten contenidos con el cambio. Esto no equivale a decir que los roces desaparezcan por completo. Pero cada uno ha recibido un aliciente para no olvidar que forman parte de un mismo proyecto y que el aguzamiento de las contradicciones tendría consecuencias nocivas para todos. Además tiene la virtud de liberar a la presidente de una parte de su pesada rutina. “En vez de veinte horas por día sólo tendrá que trabajar diez”, se afirma con alivio en su intimidad. “Así, podrá dedicarse a las políticas y estrategias de fondo.” Menos sostenible aún era la situación en el inexistente equipo económico. En los meses previos a su operación, Cristina debió mediar demasiadas veces entre Hernán Lorenzino, Mercedes Marcó del Pont, Kicillof y Moreno a quienes sumaban también sus opiniones y propuestas Amado Boudou, Julio De Vido y Débora Giorgi. La nueva conformación del gabinete implica una marcada homogeneización, ya que De Vido coincidió con Kicillof en la sintonía fina para que los subsidios vayan a los sectores más necesitados y no al consumo suntuario. No es de extrañar que los mismos sectores que reclamaban un ministro de Economía fuerte, se lamenten ahora por el ascenso de Axel. Cuando decían un ministro fuerte, querían significar una presidente débil. La nueva fórmula sólo cumple con el primer término.
Más allá de las disposiciones coyunturales para frenar la enésima corrida contra las reservas del Banco Central, subsisten problemas estructurales sobre los que será ineludible actuar, para que la restricción externa no estrangule el crecimiento, con sus peligrosas consecuencias sociales. La economía argentina ha tenido una evolución excepcional desde la asunción de los Kirchner: estuvo cerca de duplicar el promedio de crecimiento de Brasil, casi triplicó el de México, cuadruplicó el estadounidense y fue siete veces mayor que el europeo. Pero en el promedio del primer quinquenio el crecimiento argentino rozó el 9 por ciento anual y en el segundo no superó el 5 por ciento. Las condiciones nacionales e internacionales hacen previsible que los próximos años incluso estén por debajo de esa última cifra. Que no haya una marea que haga subir todos los botes, como en los primeros años, cuando era posible compatibilizar las ganancias extraordinarias del capital con las mejoras de la ocupación y del salario, obliga a discutir sin más dilaciones el modelo de acumulación de capital y a actuar sobre las vertientes centrales de la reaparecida restricción externa. Hace dos años, cuando el precio del barril de petróleo superó los cien dólares, el gobierno empezó a prestar atención al peso de los combustibles sobre la balanza comercial. A partir de entonces el saldo energético pasó a ser negativo. La respuesta fue la recuperación de YPF, en lo que Kicillof tuvo un rol central. Pero si se observa el cuadro que se publica en esta página, elaborado por el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA), el equipo de investigación económica social de la CTA, coordinado por Eduardo Basualdo, se apreciará que el déficit energético, que en 2012 fue de 2.500 millones de dólares, palidece ante el del complejo automotriz, que es casi del doble, y el del sector de bienes de capital que apunta a triplicarlo. Entre los tres, devoraron tres cuartos del superávit comercial de 2011 y la mitad del de 2012. El consumo suntuario, que será mejor gravado, y el turismo, son otras tantas vías de la hemorragia que requieren acciones prontas. Tanto el cuadro de situación automotriz como la tecnología del destornillador implantada en Tierra del Fuego, reflejan la enorme extranjerización de la economía argentina. Con una integración de partes nacionales que apenas excede del 20 por ciento, el complejo automotriz arrojó en 2012 un desequilibrio de 4400 millones de dólares, que llegó a 6850 millones en el caso del sector de bienes de capital. La industria automotriz fue un gran dinamizador de la producción, el empleo, las exportaciones y el consumo, pero no puede seguir siendo por tiempo indefinido el principal motor del crecimiento. Peor es el cuadro de Tierra del Fuego: su déficit es mayor, los niveles de empleo son menos significativos y no han tenido éxito los intentos de avanzar en la integración de partes nacionales, aún las más elementales. Los armadores de la isla aceptaron adquirir tornillos nacionales, pero luego los tiraron en vez de colocarlos en los productos, ante la amenaza de los proveedores de cancelar el trato. Esto encarece los precios en vez de reducirlos y debilita el argumento de quienes creen posible pasar de la maquila a la industria nacional, entre quienes no se cuenta Kicillof. Es ostensible la dificultad de compatibilizar los lineamientos generales del nuevo ministro con estas políticas de la ministra de la Industria Automotriz Débora Giorgi. Que las tasas chinas sean cuestión del pasado tiene, entre tantas desventajas, un beneficio colateral. No sólo es más difícil armonizar los intereses de capitalistas y trabajadores, también pone en conflicto a sectores del capital entre ellos. Un ejemplo que no debería reducirse a su carácter anecdótico fue la convocatoria de la AEA (la entidad de lobby de los mayores grupos económicos locales, siempre ávidos de una devaluación) que desató una crisis interna en la UIA (donde están representadas las empresas extranjeras, con preponderancia en los servicios, anclados al mercado interno). Esta división entre los sectores dominantes (con la excepción de Techint, que siempre se las ingenia para quedar a ambos lados de la línea, presentándose ya sea como transnacional o como paradigma de la industria nacional) abre espacio para la afirmación de un proyecto propio que, como proclamó Cristina, implique el resurgimiento del aparato productivo. En las actuales circunstancias, la soberanía industrial sólo se entiende como una meta hacia la cual dirigirse.
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