Domingo, 30 de marzo de 2014 | Hoy
EL PAíS › NI LA LEY DE LYNCH NI LAS REGLAS DEL BEISBOL COMBATEN LA INSEGURIDAD
Massa llevó a Washington y Nueva York su campaña presidencial basada en la denuncia de la inseguridad y el narcotráfico. Su equipo de prensa difundió una alabanza que su interlocutor estadounidense no había pronunciado y debió rectificarla. La violencia verbal y los arrebatos protofascistas producen violencia real y crímenes repugnantes. La fórmula de Rudy Giuliani, quien cobra por su asesoramiento, fracasó en Estados Unidos, donde está en plena revisión.
Por Horacio Verbitsky
En 1933, Joseph Goebbels eligió como responsable de la cinematografía nazi al gran director expresionista Fritz Lang, cuya saga de Sigfrido y los Nibelungos, la fantasía futurista de Metropolis y sus películas sobre el delirante doctor Mabuse y el Vampiro lo habían fascinado. Todas esas obras fueron filmadas a partir de 1922, la misma década terrible que le insumió a Hitler pasar de la conspiración en las cervecerías de Munich a la toma del poder. Compartían una fascinación por lo siniestro y lo subterráneo, pero sus valoraciones eran antagónicas: la disección crítica para Lang, quien estaba influido por los descubrimientos de Freud sobre el inconsciente y por la ética protestante sobre la responsabilidad individual; la exaltación triunfal de lo más oscuro y repulsivo para el nazismo. Sin la menor afinidad con un régimen monstruoso que concebía el cine como instrumento de propaganda, Lang objetó que su madre era judía. “Nosotros decidimos quién es judío”, fue la seca réplica de Goebbels. Aterrado ante esa oferta que no podía rechazar, Lang no perdió ni un día y esa misma noche huyó de Alemania. Luego de un par de años mediocres en Francia, donde sólo filmó una película menor, siguió a Estados Unidos, donde su primera película fue Furia. Estrenada en 1936, sigue siendo una obra maestra, que resignifica un género clásico de Hollywood para cuestionar el totalitarismo. Exiliado del nazismo, Lang supo detectar sus mismas raíces en la sociedad norteamericana, tan orgullosa de sus valores y su libertad. La trama es muy simple: una multitud que no cree en procedimientos ni derechos intenta linchar a un hombre bueno y trabajador, acusado sólo por indicios falsos de haber violado a una niña. El sheriff no les permite ingresar a la cárcel del pueblo para ahorcarlo y pide auxilio al gobierno del Estado. La Guardia Nacional está por partir cuando el gobernador la detiene: está en campaña, al electorado no le agradan los violadores y los pequeños pueblos resienten de la intervención de fuerzas federales. Con la seguridad de que no habrá represión, la turba arroja teas ardientes por las ventanas para asar vivo al forastero. Los rostros tensos de placer sádico ante el edificio que crepita en llamas se transfiguran durante el juicio, cuando los asesinos pierden el anonimato y aquella turba despiadada se descompone en sus miembros individuales. Una vez pasado el trance e identificados por las filmaciones periodísticas, la mayoría pueden expresar culpa, arrepentimiento y piedad, vuelven a ser personas responsables de sus actos. Tres años después, John Ford narró un episodio muy parecido en su biografía El joven Lincoln. El primer caso como abogado del futuro presidente es el proceso a dos hermanos acusados de un crimen que no cometieron. Para llegar al día del juicio Lincoln debe impedir que la turba los cuelgue, enfrentando al gentío que golpea la puerta de la prisión con un tronco como ariete. Está solo y no tiene otra arma que la palabra. “Juntos hacemos cosas que nos avergonzaría hacer a solas”, les dice. Señala a uno de los linchadores enardecidos y lo describe como el hombre más honrado y temeroso de Dios que conoce en el pueblo, y apuesta a que una vez en su casa abrirá la Biblia y leerá: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia”. Son los años finales de la Gran Depresión iniciada en 1930, que generó en Estados Unidos tensiones equivalentes a las de la guerra perdida por Alemania. Pasó allí, pero también podría ocurrir aquí, es el subtexto nunca explicitado por Fritz Lang y por John Ford.
Cosas equivalentes están ocurriendo en la sociedad argentina, ocho décadas más tarde. En septiembre último, un tribunal oral de La Matanza absolvió a cuatro vecinos por la muerte a palazos y patadas de un pibe de 15 años, Lucas Navarro, al que atraparon cuando quiso robarse un auto con una pistola de plástico. Como quienes lo golpearon eran más de cincuenta, y ningún testigo accedió a identificarlos, los jueces concluyeron que no podía establecerse sin lugar a dudas que los responsables fueran los cuatro que lo habían tumbado y aferrado al piso. Y el sábado anterior, en el barrio Azcuénaga, de Rosario, medio centenar de vecinos golpearon a David Moreyra, un albañil morocho, de 18 años, acusado de arrebatarle el bolso a una joven mamá. Voltearon la moto en la que iba y (según relatos jocosos de algunos vecinos en las redes sociales e incluso en mensajes a las radios locales) lo tomaron de los pelos, lo llevaron al medio de la calle y lo patearon hasta la inconsciencia. Recién dos horas y media después permitieron que fuera atendido. La madre, que lo vio en el hospital, dijo que estaba irreconocible por los golpes. Moreyra murió al cabo de cuatro días en coma y no hay testigos dispuestos a contar lo sucedido. La última semana otros dos linchamientos sucedieron en el barrio Echesortu, de Rosario, y en el barrio San Martín de la capital provincial, Santa Fe. En ambos, hordas de misericordiosos vecinos golpearon a sendos adolescentes, uno acusado de quitarle la cartera a una señora, el otro de robar una moto. Transeúntes que pasaban, comerciantes de negocios vecinos, se sumaron al linchamiento. Los asesinatos no se consumaron porque un móvil de la Comisaría 6a de Rosario y un patrullero del comando radioeléctrico santafesino llegaron cuando las víctimas aún vivían y las condujeron al hospital. A la exaltación en las redes sociales de estos crímenes, presentados como actos de justicia, se sumó un juez penal que justificó las palizas frecuentes como reacción “ante un delito o una injusticia”. La cúpula policial implicada en forma directa en las bandas de narcotraficantes y la nula ejemplaridad del gobierno provincial, que ratificó su confianza en esos policías hasta horas antes de que fueran detenidos con pruebas contundentes, ponen el marco conceptual para estos episodios de barbarie colectiva. Esta semana, el portal “El último” publicó una nota firmada por Miguel Angel Villanueva, con abundantes fuentes policiales y denunciante habitual del “narcosocialismo”, quien afirma que Daniel Patricio Gorosito, a quien sindica como “el principal narcotraficante de la Argentina”, pactó con Hermes Binner, Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz el intercambio de protección policial por aportes económicos. Ex presidente del Club Real Arroyo Seco de Santa Fe, Gorosito fue detenido en España por la exportación de cocaína en contenedores de carbón vegetal y extraditado a la Argentina en noviembre pasado. Según el informe, el pacto incluyó la promoción de diversos funcionarios de policiales y judiciales, entre ellos el ahora detenido ex jefe de Policía, Hugo Damián Tognoli y el juez Juan Carlos Vienna. El portal reproduce facsímiles de presuntas planillas de la Dirección Nacional de Migraciones, según las cuales Vienna habría viajado el año pasado a México y Estados Unidos al mismo tiempo que Luis Alberto Paz, el padre de Martín “El Fantasma” Paz, un narco asesinado en una esquina de Rosario por la banda de Los Monos, que investiga Vienna. De acuerdo con esas planillas, ambos regresaron de Estados Unidos el 14 de diciembre de 2013 y pasaron por Migraciones con un minuto de diferencia. Ambos Paz poseían una empresa de transporte por camión. El padre es manager del boxeador rosarino Sebastián “Iron” Luján y su empresa sostiene al club de fútbol Central Córdoba: paga el sueldo de los técnicos y preparadores físicos de sus divisiones inferiores, los gastos de sus viajes y la indumentaria que utilizan. El desembarco de la Gendarmería en los barrios rosarinos puede traer algún alivio subjetivo al vecindario. Pero si el Estado Federal comparte con estas autoridades provinciales los datos de sus investigaciones, es probable que sólo se incrementen los golpes sobre los denominados bunkers del menudeo, en los barrios más pobres de Rosario, engrosando la superpoblación carcelaria con jóvenes siempre del mismo sector social, material fungible que las organizaciones criminales reemplazan con facilidad sin que se afecte el negocio protegido.
No hay en la política argentina ningún estadista que, al estilo del Lincoln de John Ford, se enfrente con los linchadores. Por el contrario, abundan los dirigentes que como, el gobernador de Fritz Lang, omiten el cumplimiento de sus deberes porque temen que ante el clima social que ellos mismos han exasperado, tenga un efecto negativo sobre sus posibilidades electorales. La figura paradigmática es el impetuoso diputado renovador Sergio Massa, quien recorrió los principales centros de poder de los Estados Unidos como forma de instalación de su candidatura presidencial. Como corresponde, en cada escala advirtió que era inmoral hablar de candidaturas, que sólo había una agenda que cumplir. En privado admitió que pensaba vencer sin necesidad de segunda vuelta, porque cree que la primera serán las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Esta proyección mecánica de lo ocurrido en 2011 revela una escasa comprensión del actual cuadro político. Entonces, el oficialismo tenía una sola candidatura, la de CFK. En 2015 todo sugiere que presentará entre dos y cinco. Quien obtenga la nominación podrá sumar en la elección general buena parte de los votos de sus rivales en las Primarias. Al contrario de la jactancia de Massa, hay una alta probabilidad de que la de 2015 sea la primera elección presidencial que se resuelva en segunda vuelta. Acompañado por el ex embajador duhaldista en Estados Unidos, Eduardo Amadeo, por el ex presidente del Banco Central, Martín Redrado, por el diputado Adrián Pérez y por el ex secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Santiago Cantón, Massa habló con hombres de negocios, banqueros, fondos de inversión, diplomáticos, think tanks, políticos y funcionarios de relaciones exteriores y de economía, incluyendo el Tea Party, las organizaciones judías de Estados Unidos, el Inter-American Dialogue, la Sociedad de las Américas y el Secretario General de la OEA, José Miguel Inzulsa. En cada lugar dijo lo que sus interlocutores querían oír: habló de relaciones maduras, de combatir la inflación, mejorar la seguridad, cooperar con Estados Unidos en temas nucleares y de lucha contra el terrorismo, garantizar la independencia de la Justicia y presionar a Venezuela para que cumpla con la Carta Democrática de la OEA, a la que exaltó como el principal foro político regional. Sólo tuvo un traspié en su exitosa gira de instalación presidencial. Fue en la reunión que mantuvo el simbólico 24 de marzo con el ex presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Claudio Grossman, decano de la Facultad de Derecho de la American University, donde dicta una cátedra de Derecho Internacional y Humanitario. Nacido en Chile, Grossman conoce bien la Argentina. Durante cuatro años fue observador de la CIDH en el juicio por el atentado a la AMIA. Su informe final ratificó las conclusiones del tribunal oral sobre las conductas ilegítimas y los posibles actos criminales de los jueces Juan José Galeano y Claudio Bonadio, y apoyó el pedido de juicio político contra Bonadio, presentado por el representante del Ministerio de Justicia Alejandro Rúa. Massa le explicó sus posiciones sobre política criminal, sus propuestas de mano dura y su oposición a la reforma del Código Penal. Grossman, quien también fue presidente del Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas y miembro de la Comisión para el Control de Archivos de la Interpol, escuchó con paciencia y replicó con alusiones a la vigencia de los derechos humanos, el Estado de Derecho y la sujeción a la ley. De ahí su sorpresa cuando el equipo de prensa que también acompañó a Massa difundió en un sitio de Internet que luego de escucharlo Grossman dijo: “Estábamos muy interesados por escuchar los programas de seguridad implementados por Massa, porque consideramos que su cosmovisión representa el respeto por la ley, por los derechos humanos y por el estado de derecho en la lucha contra la inseguridad”. Muy molesto, Grossman amenazó con una desmentida pública. Cantón, quien trabajó con él en la CIDH, y actualmente es director ejecutivo del Centro Robert Kennedy por la Justicia y los Derechos Humanos, en el que Grossman integra el jurado que otorga un premio anual, se disculpó y el inexistente elogio de Grossman fue levantado de la página, que mantuvo la información sobre el encuentro pero sin las alabanzas imaginarias. Ante una consulta para esta nota, Grossman escribió que “con posterioridad a la reunión se me atribuyó una cita que no reflejaba correctamente el contenido de lo expresado”. Por eso, “solicité que se retirara de la página web donde dicha cita se había incluido. Se me informo que mi solicitud se cumplió inmediatamente”. Con la filosa ironía que lo caracteriza, agregó que apreciaba que Massa quisiera “informarse sobre los últimos avances en políticas públicas con una perspectiva en derechos humanos para afianzar el estado de derecho”. El tiempo dirá si aprendió algo en ese curso relámpago que le dio el Decano Grossman. También se verá más adelante si el generoso intercambio de sonrisas incide de alguna manera en la especial atención que la embajada estadounidense en Buenos Aires presta al corredor norte del conurbano, gobernado desde Vicente López hasta Pilar por el massismo, donde residen y dirigen sus actividades los principales jefes de las organizaciones dedicadas al comercio de sustancias estupefacientes prohibidas y si se ha atenuado la curiosidad que esos funcionarios expresan por el generoso despliegue de medios económicos que exhibe el candidato que no habla de candidaturas.
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