Lunes, 8 de octubre de 2007 | Hoy
EL PAíS › HACE 40 AÑOS APRESABAN AL CHE GUEVARA PARA FUSILARLO EN LA HIGUERA, BOLIVIA
Primero se lo dio por muerto en el combate de la quebrada de Yuro, después lo fusilaron. Y su memoria creció a partir de ese día entre polémicas y exaltaciones. Nuevos aspectos de su vida y su pensamiento fueron saliendo a la luz. Su figura se convirtió así en el emblema de las luchas contra la injusticia en todo el mundo.
Por Luis Bruschtein
Hace cuarenta años era apresado el Che y al día siguiente fusilado. Era el hombre que se pondría de pie para esperar a la muerte. Su verdugo, inseguro, desbordado, apretaría el gatillo y ese instante llenaría su cabeza con una pesadilla interminable. El mito del Che Guevara, los significados insondables de la sonrisa de su cadáver sobre una mesa de la lavandería de Vallegrande, empezaban a caminar por el mundo, por el terreno agreste de los sueños, anhelos y expectativas. Había comenzado otra guerrilla, ya no en los montes ni en las selvas, sino en el imaginario de nuevas generaciones. Una tras otra le dieron nuevas vidas, lo reconstruyeron según sus deseos y realidades, y es probable que el Che que hoy es imaginado no sea el Che de los ’60, pero al mismo tiempo lo sigue siendo.
Cuando se realizan cientos de homenajes en todo el mundo, otros tantos se esfuerzan en simultáneo para presentarlo como el símbolo de la derrota y el fracaso. Se lo acusa por la violencia guerrillera de los años ’60 y ’70, o se lo muestra como un idealista solitario, enfrentado a Fidel y los cubanos. Pero la excusa de la desmitifación no alcanza a mellar al mito. La grandilocuencia de los desmitificadores, que evaden significados en sus propios miedos, termina por alimentar la figura del hombre fusilado en La Higuera. Porque el Che no ha sobrevivido en el imaginario de los jóvenes y los pueblos como un líder dogmático y se sobrepasa a sí mismo incluso como expresión de una época. Como Espartaco, que dejó de ser el líder de la Guerra de los Gladiadores contra el Imperio Romano para convertirse en el símbolo de todas las guerras de esclavos contra sus amos, la figura del Che se desprendió de sus luchas terrenales y pasó a representar todas las luchas contra la injusticia, lo opuesto al egoísmo y al individualismo.
El misterio de esta transpolación casi metafísica de lo carnal a lo imaginario a escala planetaria, como es el caso del Che, ha llevado a que se escriban decenas de biografías, ensayos, enfoques de su vida, para tratar de develarlo, de explicar la razón de que millones de personas en todo el mundo lo convirtieran en el emblema de sus rebeldías, de sus ansias de justicia o de la esperanza de que la humanidad deje de ser predadora de sí misma.
Y su figura sigue generando situaciones inesperadas. La semana pasada los hijos del Che fueron invitados por una universidad iraní donde se iba a realizar un acto de homenaje a su padre. Pero el homenaje terminó en escándalo cuando los líderes estudiantiles iraníes presentaron al Che como un dirigente religioso anticomunista, lo que motivó que los cubanos se retiraran ofendidos. Ayer, poco antes de que Los Pumas jugaran contra Escocia, su capitán Agustín Pichot expresó su admiración por el jefe guerrillero. “Era uno de los nuestros”, aclaró, haciendo referencia a que Ernesto Guevara fue aficionado al rugby antes de su proyección revolucionaria. Además de jugar ese deporte, fundó la revista Tackle y firmaba sus artículos con el seudónimo de Furibundo de la Serna, o Fuser. En Cuba, en cambio, se realizan partidas de ajedrez en su homenaje ya que era otro de sus entretenimientos favoritos. Y hay clubes de motociclistas con su nombre, sobre todo después de la película Diarios de motocicleta.
Pero quizá la señal más sorprendente del derrotero que emprendió su figura después de la muerte sean los grandes homenajes que se están realizando ahora en Bolivia (ver aparte), en la misma zona donde murió en una carrera contra el tiempo y sus enemigos. Los mismos campesinos que no alcanzaron a conocerlo y que no comprendieron o no aceptaron su convocatoria a la lucha en aquel momento, con el paso del tiempo lo han convertido en una especie de santo. Desde 1967, el año de su muerte, hasta ahora, la historia del Che circuló silenciosamente de boca en boca, de campesino a campesino, sin medios y sin intención política. El Che no aparecía en los diarios ni en las radios, su recuerdo era denostado cuando no ignorado por los mensajes oficiales y tampoco hubo fuerzas políticas que impulsaran el fenómeno. Los pocos que habían tenido contacto con él durante la campaña guerrillera contaron sus porciones de recuerdos, lo que habían visto y escuchado, y esas pequeñas historias, como la gota que horada la piedra, se convirtió en leyenda. Hoy es una figura venerada por los campesinos bolivianos y algunos lo llaman San Ernesto de La Higuera.
Hay una frase del Che sobre su nacionalidad: “Me he sentido mexicano en México, cubano en Cuba y siempre argentino en todas partes”. Porque su relación con Argentina también se fue develando varios años después de su muerte. Esa faceta argentina apareció durante muchos años desdibujada detrás del revolucionario internacionalista. Cuando comenzaron a aparecer las memorias de quienes lo acompañaron en Bolivia, como el cubano Pombo o el francés Regis Debray, aparece Argentina como una de sus preocupaciones centrales. Bolivia era la cabecera de playa desde donde partirían columnas rebeldes hacia Perú y Argentina, para avanzar luego hacia todo el continente. El periodista Jorge Ricardo Massetti, que había fracasado al lanzar un foco guerrillero en la provincia de Salta, era el Comandante Segundo. El Comandante Primero debería haber sido el Che, cuando se afianzara la guerrilla en Bolivia.
Proveniente de una familia antiperonista, su relación con el peronismo tampoco fue tan lineal como muchas veces lo han presentado. “Te confieso con sinceridad –dice en una carta poco conocida a su madre, Celia– que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significaba para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el Norte.” Hay una carta a Ernesto Sabato, escrita poco después del triunfo de la Revolución Cubana, donde expresa duras críticas a la llamada Revolución Libertadora, acusándola de servir a los intereses de la “oligarquía vacuna”. Una de sus relaciones más estrechas entre la izquierda argentina era John William Cooke y su esposa Alicia Eguren. Influenciada por su hijo, Celia Guevara de la Serna se acercó en los años ’60 al Movimiento de Liberación Nacional, un grupo de izquierda cercano a los sectores del peronismo revolucionario. Esa posición del Che desentonaba con la mayoría de la izquierda argentina en esos años, pero prenunciaba la relectura que se haría pocos años después sobre el peronismo.
El Che dejó también una considerable obra escrita, desde sus relatos sobre la Revolución Cubana, hasta sus discursos y polémicas. Sería insensato abordar esa producción intelectual como si se tratara de un dogma cerrado. Varios de sus escritos están definitivamente marcados por una coyuntura especial, una marca que se acentúa por la clara intención pedagógica del autor, como el Manual de la guerra de Guerrillas, que es simplemente eso. Pero en toda su producción se distingue una vocación humanista central, y en su debate sobre los estímulos morales o materiales a la producción, el Che delinea la futura crisis de la Unión Soviética. La mayor parte de su argumentación hace eje en la importancia de los procesos culturales ligados a la transformación económica, algo que en los textos marxistas ortodoxos de aquella época no era común, y que en la actualidad, tras la caída de la URSS, prácticamente nadie se atreve a negar. Ese debate, que involucró a la izquierda de todo el mundo, también estaba referido a una coyuntura concreta que era la organización económica de Cuba tras la revolución, pero plantea pistas y abre puertas, algunas de las cuales han sido muy desarrolladas posteriormente sobre las problemáticas para la construcción de una sociedad no capitalista.
A cuarenta años de su muerte en la sierra boliviana, la figura del Che Guevara ha sobrevivido al odio de sus enemigos y al amor de sus exegetas dogmáticos. Y se ha instalado como emblema de las luchas de los pueblos contra las injusticias, un lugar que a él le hubiera gustado.
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