Sábado, 14 de febrero de 2009 | Hoy
Esta carta la escribió Antonio Domingo García, cuando se enteró de que iba a tener a su primera hija. “Para saber quiénes eran mis padres pueden leer esa carta”, dijo ayer Juliana.
23/V/1973
Querida Juliana, o querido Ezequiel:
Hace unos pocos días que sabemos, mamá (¡qué lindo que suena mamá!) y yo de tu existencia, de que estás entre nosotros. Sos muy poca cosa; tan poca, que todavía ni tenés cerebro. Sin embargo, no te imaginás todo el bien que nos traés, todo lo que ya te queremos. Hoy estoy en una jornada con chicos y chicas de 3º comercial del Pío XII. Uno de los pocos momentos tranquilos que hay, y por eso estoy escribiendo. Un poco para pensar mientras corre la lapicera. Quiero contarte un poco de tus padres. De cómo somos, qué sentimos.
Beatriz y yo somos bastante despelotados. Vivimos a las corridas, viéndonos poco, o al menos no todo lo que quisiéramos; no porque andemos detrás del coche o del departamento, como andan casi todos. Sino simplemente, o grandemente, porque pensamos que nuestra vida para adentro no sirve. Que si vivimos, vivimos para los demás, para el hermano. Pese al egoísmo que tenemos adentro y que nos jode y no nos deja ser todo lo entregados que quisiéramos. En esa vida hacia fuera se conjuga todo nuestro ideal, aquello por lo que nos sentimos mutuamente atraídos, y que hizo que comenzáramos a caminar juntos. Ese amor hacia el otro, un amor-teórico en un principio, cuando los dos lo canalizábamos dentro de la Iglesia se fue transformando en algo más concreto: el amor al otro hoy y aquí pasa por al amor político, por el compromiso con el pueblo, con el explotado, con el pobrerío, con esos millones de hombres que sufren por un mundo mejor aquí, en la Argentina y en esta querida América latina, la Patria Grande. Ese amor concreto al pueblo se hace real en el peronismo, que abrazamos al principio con muchas dudas, y del que ahora, por suerte, es imposible salir, porque es parte de nosotros.
Ese compromiso justifica las corridas, los afanes, el trabajo de cada día o los días gloriosos como el 17 de noviembre del ’72 o este 25 de mayo que se avecina. Ese compromiso es, o quiere ser total, de cada cosa de nuestra existencia, desde compartir el tiempo o la guita, hasta estar dispuestos a dar la vida así, bien en concreto, por esa Patria nueva, la Patria Justa, libre, soberana: socialista. Esa patria para todos.
Esas cosas son nuestra vida hasta ahora; una vida en el fondo feliz pese, repito, a todas las jodas. A la rutina, principalmente.
Y en ese momento hasta ahora de los dos, aparecés vos, hijo, o hija, en el momento justo (y pienso en el significado de Ezequiel: enviado por Dios, con todo lo simbólico que contiene). Nuestra vida quiere abrirse, decía. Si queda entre los dos se agota, se marchita. Sin la apertura de esa vida éramos algo incompleto. En lo profundo, éramos dos que enfrentábamos las cosas. Ahora somos TRES (no más, ¿no es cierto?). Nuestro amor se abre, florece, da frutos.
Te das cuenta, querido/a, todo lo que significás, toda la inmensa alegría que nos venís a traer. No es casual que a partir de vos tu mamá y yo nos sentimos mucho mejor, plenificados. Sé que no van a faltar dificultades. Que el hombre viejo, egoísta, no desaparece así nomás en un tipo jodido como yo. Que muchas veces vamos a extrañar la comodidad del ser-dos. Pero pese a todo eso sos muy bienvenido/a. Sos aquello que nos hizo llorar juntos a mares, muy abrazados, cuando tomamos conciencia de que estabas. Aquello que nos hace brillar los ojos, o besarnos sin sentido. Aquello, en fin, que nos hace salir la dicha por la lapicera, porque adentro ya no hay más lugar.
Gracias por venir, hijo/a. Gracias a Dios que te envía. Que nosotros no te fallemos. Que podamos cumplir con lo que debe ser: ayudarte para que seas PERSONA, HOMBRE-PARA-LOS-DEMAS. Que nunca tengas que avergonzarte de nosotros. Que no te defraudemos. Que sigamos hasta el fin.
Con todo el orgullo y el amor que rebosa en este momento, tu padre. Antonio
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