Lunes, 10 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Sandra Russo
Las imágenes griegas explotan en las pantallas. El Partenón allí, atrás del humo de los gases, dice algo que no se llega a escuchar. ¿Cuál es el debate sobre el neoliberalismo? ¿Cuál es su soporte? ¿Dónde rebotan las voces que se alzan contra esa escuela económica, política y filosófica que provoca desde hace décadas oleadas de sufrimiento humano? Los grandes medios mundiales no arbitraron ni promovieron ese debate ni aun cuando la crisis les estalló en el ombligo del imperio. El neoliberalismo y su utopía de libertad irrestricta de mercados y finanzas no permitieron que se creara masa crítica contra el neoliberalismo, simplemente porque no saben con qué reemplazarlo. No hay ninguna alternativa de derecha que pueda ofrecerse a cambio.
En 1989, Francis Fukuyama publicaba su biblia, El fin de la historia, un ensayo que concluía así: “Lo que podríamos estar presenciando no es sólo el final de la Guerra Fría, o la culminación de un período específico de la posguerra, sino el fin de la historia como tal; esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalidad de la democracia liberal como forma final de gobierno humano”.
Las cosas pasaron así. Efectivamente, aquella escuela creada por el austríaco Friedrich Hayek se erigió en el Pensamiento Unico, que hegemonizó a democracias y dictaduras de Occidente y Oriente en las últimas décadas. Su ascenso fue precedido del derrumbe del socialismo real, aquellos viejos regímenes burocratizados y deshumanizados que dejaron como saldo multitudes hambrientas de otras opciones políticas. Desde entonces, las alternativas de resistencia al neoliberalismo más vigorosas que han surgido lo han hecho en democracia. Pero se trata de desmontar la trampa que el neoliberalismo se niega a deshacer: se presume asimilado a la democracia, travestido en ella, camuflado en alternancias que aseguren la continuidad del statu quo. A esto le llaman “seguridad jurídica”.
Entre la Argentina de 2001 y la Grecia de 2010 tuvo lugar una crisis estructural con epicentro en Estados Unidos que sigue su curso ahora en Europa, y sin embargo la política económica que originó esas tres desgracias es la que sigue promoviendo la derecha de todas las latitudes, así como el verdadero Poder Ejecutivo de todas esas derechas, que es el FMI. Ahora evalúan “más ayuda” para Grecia. Los grandes medios han naturalizado que a esos préstamos usurarios que desatan desastres se los llame “ayuda”. Como si hubiera que agradecer esa deuda. Como si hubiera que inclinarse como un suplicante que recibe lo que implora.
Cada centavo de “ayuda” a Grecia será abstracto, como lo fueron los miles de millones de “ayuda” que recibimos en los largos años en los que peronistas y radicales elegían a Cavallo como ministro de Economía. Los medios celebraban cuando el FMI aprobaba esa “ayuda”. Eso es pura domesticación. Puro disciplinamiento. Los pueblos escuchaban, como buenas noticias, los presagios de sus futuros dolores. Hablaba de eso por televisión gente muy educada, con posgrados en universidades caras. Gente que sigue cobrando fortunas por conferencias. Dicen que los países deben ser austeros, que hay que achicar el gasto público porque en crisis hay que evitar la demagogia y el populismo, que hay que suprimir todos los controles al mercado porque más tarde goteará.
Grecia era evitable. Si se hubiese llegado al hueso del problema en un debate público que desenmascarara la aberración política y económica del neoliberalismo, la derecha seguiría siendo derecha, pero buscaría otro modo de serlo. Un modo aceptable para los electorados. Pero como nunca perdieron el control de la opinión pública globalizada, no se dedicaron a estudiar su fracaso, y no saben qué hacer.
Grecia demuestra, además, que el enemigo principal del neoliberalismo son los sindicatos. Es la principal red política y social que debe quebrar para imponerse. Eso explica tanto el mapa de nuestros desaparecidos de los ’70 como la noticia fresca que llega de Atenas, llena de humo, de represión y sangre.
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