EL PAíS › EN LA NUEVA ETAPA LA CLAVE ESTARIA EN LA DISTRIBUCION DEL INGRESO
Las ideas de la ministra de Economía
Se formó con Lavagna. Pero siempre fue más “progre”. La agenda de Felisa Miceli incluye desde una reforma tributaria hasta cambios drásticos en el sistema de AFJP. Frente al FMI es más inflexible que su predecesor. No teme confrontar con los empresarios.
Por Maximiliano Montenegro
Roberto Lavagna al lado de ella siempre fue un conservador. Y ella siempre demostró que, además de ideas “progres”, no le faltaba audacia para tomar decisiones. Con Felisa Miceli como ministra de Economía, se supone que Kirchner asumiría el timón de la política económica en la segunda mitad de su gobierno. Los dos pilares de esa política, dólar alto y superávit fiscal, se mantendrán firmes. Para la flamante ministra esa segunda etapa debe estar marcada por la distribución del ingreso, antes que por la obsesión de conseguir uno o dos puntos menos de inflación. Su agenda incluye desde una reforma tributaria progresiva hasta cambios drásticos en el sistema de AFJP –dos temas que Lavagna había archivado–, pasando por sanciones más severas contra las empresas oligopólicas o más retenciones para los exportadores que suban los precios en el mercado interno. Ante al Fondo Monetario, Miceli siempre fue más inflexible que su predecesor, y está convencida de que los aumentos de salarios no son inflacionarios, porque la mayoría de las empresas cuenta con un mullido colchón de ganancias para absorber mayores costos sin trasladarlos a los precios.
Felisa Miceli (51 años) conoce a Lavagna (63) hace más de 25 años, cuando éste era su profesor en la Universidad de Buenos Aires. Desde aquel entonces y hasta ayer, su vida profesional estuvo casi siempre asociada a la de su mentor. Militante de izquierda en los setenta, trabajó en Ecolatina –la consultora fundada por Lavagna– a principios de los noventa, y en mayo de 2002 fue llamada por su jefe a sumarse al equipo económico de Duhalde como representante del Ministerio de Economía ante el Banco Central. Desde ese cargo –con voz pero sin voto en el directorio– fue ella quien operó hábilmente la salida de dos presidentes del Banco Central –Mario Blejer y Aldo Pignanelli–, enfrentados con Lavagna.
Desde el anonimato de ese puesto, más de una vez impartió directivas a secretarios de Estado de Economía, asumiendo funciones propias del ministro, y se ocupó de que petroleras y grandes exportadores ingresaran sus divisas al país, en los peores meses de 2002, cuando parecía que el dólar no tenía techo. Con un tono siempre amable pero riguroso, también libró internas dentro del equipo económico. La más conocida fue con Guillermo Nielsen, secretario de Finanzas y número dos del ministerio, quien como una concesión al FMI presionaba por abrir el Banco Nación al capital privado. Cuando asumió la presidencia de la entidad, el 30 de mayo de 2003, Miceli enterró ese proyecto y saldó cuentas con el ex hombre fuerte de Economía.
Lavagna, shockeado por el cambio, no le dedicó siquiera un elogio de ocasión. Pero ella sabe que difícilmente alguna vez la critique en público. El sendero profesional que transitaron juntos se bifurcó definitivamente ayer, pero hace tiempo que Miceli se siente más cerca de las ideas de Kirchner que de las de su colega y amigo, a quien reconoce como demasiado “conservador”. Con su pareja, Ricardo Velazco, otro militante de la juventud peronista de los setenta, designado recientemente en el directorio del Enargás, tendió en los últimos dos años puentes con el ala política, y forjó un relación personal con el Presidente.
En privado, Miceli cuestionó en duros términos el último paquete ortodoxo de Lavagna, lanzado una semana después de las elecciones: congelamiento de salarios públicos y jubilaciones hasta abril de 2006, rebaja de indemnizaciones por despido y anuncio de una nueva ley de accidentes del trabajo proempresaria. Creía que era un guiño innecesario al establishment, de dudosos resultados como política antiinflacionaria. Pero, además, consideraba que era desviarse del rumbo que debía adoptar la segunda etapa del Gobierno. Después de tres años de crecimiento a tasas chinas, para Miceli la prioridad es hoy mejorar la distribución de la riqueza, consciente de que el problema no es sólo crear empleos, sino también mejorar los ingresos de los trabajadores. Así, en el menú de políticas que empezará a evaluar en las próximas semanas la ministra de Economía no estarán ausentes los siguientes temas:
- Reforma tributaria: Piensa que es ineludible como parte de una política redistributiva. La idea sería disminuir el peso del IVA y elevar el de Ganancias, eliminando exenciones a las rentas financieras, o a las ganancias de capital provenientes de la compraventa de títulos y acciones.
- Sistema de AFJP: Afirma que el sistema de AFJP fracasó, que las comisiones que cobran las administradoras son exorbitantes y que es necesaria una profunda reforma. En lo inmediato, promovería un proyecto para permitir el regreso de los afiliados a las AFJP que lo deseen al sistema de reparto.
- Sanciones a empresas oligopólicas: Estima que es uno de los instrumentos para luchar contra la inflación. Por eso, buscará fortalecer el área de Defensa de la Competencia, que en su opinión el grupo más ortodoxo del lavagnismo había desactivado. Además, reactivaría investigaciones a sectores clave en la formación de precios de toda la economía. La lista es encabezada por envases, siderurgia, vidrio, petroquímica, plásticos y lácteos.
- Retenciones: Coincidía con Lavagna en que son un instrumento antiinflacionario y de redistribución de ingresos. Pero es de la idea de aplicar una política todavía más agresiva para disciplinar a los sectores agroexportadores.
- FMI y Venezuela: Cree que con las condiciones que puso sobre la mesa el Fondo no hay acuerdo posible y que entonces son necesarias fuentes alternativas de financiamiento, como los préstamos de Venezuela.
- Salarios: Públicamente discrepó con las advertencias de Lavagna respecto de que los aumentos salariales generaban inflación. Considera que algunos conflictos gremiales fueron desbordados, pero aun así ve con buenos ojos las subas salariales en los sectores de alta rentabilidad y sintoniza con las ideas del ministro de Trabajo, Carlos Tomada.