Jueves, 5 de diciembre de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › UN GéNERO QUE PUEDE METAFORIZAR EL MUNDO ACTUAL
“¿Por qué atraen las películas de zombies? ¿Cómo es que se han convertido en un género tan popular?”, se pregunta el autor, y la respuesta que ensaya señala las “masas informes de seres que han perdido su identidad”, “la ilusoria unificación que promete el consumo” y la “insensibilización y ausencia de tramas colectivas”, bajo “las lógicas del capitalismo”.
Por Daniel Korinfeld *
El género zombie constituye una distopía: proyecta en un futuro próximo una sociedad ficticia que, lejos de ser una sociedad ideal, utópica, contiene las peores fantasías para el futuro. El relato básico es más o menos así: hubo una invasión zombie, no importa cómo se originó ni por qué, una marea de caminantes no muertos-no vivos, necesitados y dispuestos a alimentarse del cerebro y el cuerpo de los humanos-vivos deambulan por las calles de la ciudades, con su aspecto de muerto-vivo, andar rígido y bastante torpe (al menos en las versiones clásicas); se detienen especialmente frente a los centros comerciales, dicen que es porque es lo único y último que recuerdan y reconocen vagamente del tiempo en el que eran humanos. Los zombies contagian y su mordedura y su sangre convierten a sus víctimas, del mismo modo que en el relato de vampiros, en sus iguales, es decir, en nuevos zombies. Quedan pocos sobrevivientes de la invasión que se difunde como una verdadera e imparable plaga. Los sobrevivientes tratan de resguardarse en lugares seguros, pero ello no resulta nada fácil, sobre todo porque van a tener que lidiar con sus propios problemas en tanto sobrevivientes.
¿Por qué atraen las películas de zombies? ¿Cómo es que desde su creación, a mediados de los años cincuenta, se han convertido en un género cinematográfico tan popular? Hoy es un género cinematográfico clave de la industria de Estados Unidos; cuenta con un número importante de adeptos y seguidores, la mayoría de ellos adolescentes y jóvenes. Entonces, nos preguntamos cómo se inscribe esta exitosa narrativa en la escena intergeneracional global. Como producto industrial cultural vive actualmente un verdadero boom mediático. Constituye un fenómeno que no deja de propagarse de modo exponencial, más allá del cine y las series televisivas, en comics, videojuegos, cuentos y novelas. Zombies también en las publicidades, pero además en un conjunto de prácticas que, desde la celebración del género, el humor, la parodia, la crítica social o el acto artístico-político, organizan performances y marchas zombies con sentidos y objetivos diversos.
También, claro, hay artículos académicos y ensayos que toman la categoría zombie o analizan determinados aspectos del fenómeno. Por ejemplo, Antropofagia zombie, de Suely Rolnik; Organos sin cuerpo, Mirando el sesgo, de Zizek. Jorge Fernández Gonzalo, en su texto Filosofía zombi, aporta referencias realizadas por Deleuze, Negri, Hardt, Beck, Jameson, entre otros. Y el término “zombie”, como adjetivo, se ha incorporado progresivamente al lenguaje cotidiano.
A modo de sucesivas capas de sentido, el mundo zombie permite ser leído en distintos registros simultáneos, algunos contrastantes y contradictorios. Lo que llamamos narrativa zombie parece ser un concentrado de ciertos fantasmas contemporáneos; con frecuencia algunos de esos fantasmas sociales toman como objeto a jóvenes, lo cual contrasta con la idealización y fascinación que la juventud y lo joven producen hoy en el mundo adulto.
Algunos de los eslóganes utilizados en la difusión de las películas nos orientan para introducirnos en el campo de sentidos y significaciones que despliega: “¡Corre por tu vida!”; “¡Quédense dentro y cierren las ventanas!”. Hay que encerrarse y protegerse, porque cualquier caminante, el otro, el vecino, el familiar, puede ser quien próximamente nos asesine. El familiar, lo familiar, se puede convertir en extraño rápidamente. Ese otro, convertido en extraño aterrorizante, nos amenaza, nos va a atacar y contagiar, nos va a contaminar y a convertir en aquello que tememos. Debemos defendernos de esos seres que, ni muertos ni vivos, ya no son humanos, por tanto no debemos tener culpa, ni conmiseración hacia ellos; no los asiste ningún derecho. El escenario de catástrofe propone que ante la devastación y la desorganización reinantes se desarticulan las lógicas previas que rigen la vida en común; las reglas han sido quebradas y, para sobrevivir, deben ser transgredidas. Ante el desmantelamiento de lo instituido se instituye un orden brutal de supervivencia. Allí se juegan los dilemas y problemas entre los que han quedado vivos, y observamos los efectos en la subjetividad de los sobrevivientes. El relato central refuerza la autorización a vencer todo resquemor o prurito para ejercer la violencia de un modo extremo. El vecino, incluso el familiar una vez deshumanizado, podrá ser nuestra próxima víctima, recibirá un disparo certero en su cabeza y eso estará plenamente justificado por el nuevo estado de las cosas.
A George Romero, el creador del género, no se le escapaba que la ficción que había construido constituía una metáfora del capitalismo. En el contexto de su creación, que fue la Guerra Fría de los años cincuenta y sesenta, probablemente también expresó los terrores de la población norteamericana –estimulados desde el poder– a la invasión y el holocausto nuclear. Romero diferenció su propuesta de ficción de las primeras películas de Hollywood en las que los zombies estaban referidos al vudú haitiano. Creó un relato básico del zombie que a lo largo del tiempo fue hallando sus variaciones y que décadas más tarde se plasmó en un género de cine de fantástico de ciencia ficción que floreció en los años ochenta, denominado gore. En inglés se traduce como sangre derramada, chorros de sangre, se refiere al género o a escenas de films que se caracterizan por lo explícito y directo de sus imágenes: sangre, mutilaciones, vísceras. Según Fernández Gonzalo (Filosofía zombi, ed. Anagrama, 2011), se trataría de una nueva fórmula de representación esperpéntica que estructura la mirada del espectador produciendo a través del exceso y la trivialización una reconfiguración del miedo.
El mall, el shopping, los centros comerciales comenzaron a formar parte de los escenarios donde transcurrían las peripecias zombie, una señal inequívoca que apuntaba a la disociación y alienación de los sujetos efecto de la sociedad de consumo. Las transformaciones subjetivas en la era de la globalización: masas informes de seres que han perdido su identidad y retornan al punto de encuentro que les promete identidad, la ilusoria unificación que promete el consumo, sustraerse al anonimato. Creciente insensibilización, ausencia de tramas colectivas y actitudes solidarias, potenciación del individualismo, la lucha por la supervivencia y una suerte de dicotomía entre hundidos y salvados. Una carrera extrema en la que la destrucción alcanza al entorno; el medio donde se vive se deteriora progresiva y velozmente; un deterioro caracterizado por la transparencia, todo a la vista, cada vez se oculta menos, algo parecido a la visibilización del horror que propone el gore.
No es difícil establecer paralelos entre las lógicas del capitalismo, sus sociedades de consumo y la lógica del mundo zombie. Son sistemas en permanente expansión, sistemas globales que no tienen un afuera. Es el orden de las necesidades, exploradas y creadas por las tecnologías del mercado de consumo y que se imponen e ilusionan como deseos individuales (imposición e ilusión de la cual ningún sujeto carece de responsabilidad). Curiosamente el zombie no tiene deseos, ha perdido su identidad y su singularidad, se ha fusionado en una horda de caminantes que sólo se mueven, sólo los mueve una necesidad de reproducir su cuerpo en descomposición, propagando así su peste.
Esa pérdida de identidad y su indiferenciación es uno de los sutiles terrores y fascinaciones que produce el muerto-vivo. El relato zombie toca nudos sensibles de la subjetividad, como son los temores y fantasías respecto de lo extraño, misterioso y desconocido, enigmas atemporales de la vida, el miedo a la vejez, a la putrefacción, a la muerte. El miedo al hambre del otro, el miedo a la masa descontrolada, a la disgregación social, un miedo físico localizado en el cuerpo, el miedo al deseo del otro (a su diferencia y a su semejanza). Al ficcionalizar la transgresión del tabú de la antropofagia y la prohibición del homicidio, reactiva la ambivalencia constitutiva de los lazos sociales, los de parentesco, los lazos afectivos. Como la misma ficción lo expone, lo interesante, lo atrayente, lo radical, es que el verdadero peligro está en lo que ha de suceder entre los sobrevivientes que se enfrentan a una situación anómica; el peligro es aquello que seríamos capaces de hacer en ciertas situaciones, ese otro que soy o que puedo ser yo. Se trata de una formación cultural que metaforiza modalidades de lazo social, expresa fantasmas y temores y dispone formas de elaboración de los mismos haciéndolos jugar en escenas de ficción. Como producto de la cultura popular de masas –producida en Estados Unidos–, es un analizador de la sociedad postindustrial. Zizek lo llama: la fantasía fundamental de la cultura popular contemporánea.
* Texto extractado de Entre adolescentes y adultos en la escuela. Puntuaciones de época, de Daniel Korinfeld, Daniel Levy y Sergio Rascovan (Ed. Paidós).
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