SOCIEDAD › LA ELECCION DE ENRIQUE OLIVERA Y LA CRISIS EN EL JOCKEY CLUB

La interna más exclusiva

Por qué se dio el recambio de autoridades en el muy selecto club, después del escándalo con el proyecto de hacer un estadio en la sede de San Isidro.

 Por Soledad Vallejos

Hubo revuelo, pero la paz empezó a volver al Jockey Club Argentino en la semana. Curiosamente, en un espacio que entre sus mayores virtudes pregona la estabilidad, la permanencia, la continuidad sin fisuras de un único espíritu desde hace 129 años, prevaleció la idea de lo nuevo. “La consigna de nuestra campaña fue que se trataría de un cambio hecho por hombres del Club que respetan las tradiciones”, cuenta el dirigente radical Enrique Olivera, a sólo días de haber sido ungido por primera vez Presidente de la entidad. Con una diferencia de más de 200 votos a favor, su lista, la Azul y Blanca, “en la que también hay peronistas, socialistas, kirchneristas, conservadores”, venció a un oficialismo desprestigiado. La victoria parece ir sanando, de a poco, la crispación que reinaba en los salones de la ex mansión de Concepción Unzué de Alzaga.

Pero hace sólo tres meses el guirigay sacudió la sede de la calle Alvear con reclamos y sobreentendidos poco usuales en un ambiente regido por códigos de cortesía tan estrictos que parecen naturales. El Jockey, ese lugar paquetérrimo en donde los varones de la elite aprendieron a socializar sin hablar de política (algo taxativamente prohibido por los estatutos), desarrollar la actividad hípica como non plus ultra de la elegancia (herencia de la pasión por lo británico) y cultivar la sana competencia deportiva en familia (en la sede de San Isidro, donde sí aceptan mujeres familiares de los socios), en mayo ardió. Este incendio, simbólico había comenzado por algo tan vulgar como el dinero.

Durante el otoño, ni las ma-nners pudieron evitar resquemores y roces. Inconsultamente, la Comisión Directiva había comprometido al Club en negocios que implicaban parte de las tierras del hipódromo de San Isidro, a Jorge “Corcho” Rodríguez y la construcción de un estadio para 15.000 personas. La Asamblea Ordinaria más concurrida que recuerden los socios vivos (1300 presentes, en lugar de los 400 habituales) pedía explicaciones convincentes. No las logró y estalló en acusaciones veladas y desacuerdos no tan elegantes. Bruno Quintana, en tren de terminar su tercer mandato y hasta horas antes convencido de estar ante las puertas del cuarto, que debía votarse ese día, debió ceder: habría tres meses para distender el conflicto. Al cabo de ese tiempo, se presentarían listas y habría elecciones de Comisión Directiva. En San Isidro, la respuesta política al revuelo fue inmediata: una hora después de finalizada la Asamblea, el intendente Gustavo Posse vetaba el proyecto en cuestión. Sólo unos días después, en su editorial, un diario tradicionalísimo sumó su profundo disgusto por el escándalo, y su clara oposición a la “dudosa iniciativa”.

El último martes, casi la mitad de los 6700 socios concurrió a la sede de Buenos Aires para votar en alguna de las diez mesas habilitadas. Cada socio debió explicitar su voto ante las autoridades de mesa, como es habitual, teniendo en cuenta que los estatutos del Club son tan viejos que, por caso, fueron redactados aún antes que la Ley Sáenz Peña. Decidieron entre tres listas, con 16 integrantes cada una, de las que emergerían, además del nuevo presidente, responsables de la fundamental Comisión de Carreras, la de Interior, la Tesorería y la Secretaría General. Todos los cargos, también como es habitual, a ejercer en calidad de voluntariado: por el honor de asumir la responsabilidad. Olivera evalúa que “eso debe continuar”, aun cuando quizá la nueva dirigencia piense en designar “un gerente general, sobre la base de una búsqueda de mercado”. Pero la transformación, sugiere Olivera, es otra cosa.

“El cambio tiene que ser progresivo, porque hay un conjunto de tradiciones, y una cultura internacional del Club que requiere un proceso de adaptación”, explica.

–Es difícil.

–Sí, pero es necesario más allá de las dificultades. Vos en las tradiciones tenés que distinguir lo que son los valores que querés preservar y, luego, la liturgia, que es lo que querés cambiar. Hablo de liturgia en el sentido de “litos”, “ergon”, vos sabés (N. de R.: en referencia al origen griego de la palabra, que suele traducirse como el ministerio público). Son las formalidades. Entonces lo que creo es que hay que trabajar en modernizar las formas, pero están los valores, el sentido del honor, de la dignidad, de la palabra empeñada, el espíritu republicano. La observancia de la ley, desde ya. Son todos valores que vos podés separarlos perfectamente de cuestiones tradicionales.

El Príncipe de Salina cambiaba para que nada cambiara. El Jockey, en cambio, se mantuvo mientras todo cambiaba. Pasaron 129 años desde que Carlos Pellegrini decidiera que al proceso de sofisticación de la élite le faltaba un espacio capaz de aunar la pedagogía de la etiqueta, los deportes y aún cierta perspectiva caballerescamente económica, como la que parecía abrirse con el desarrollo de lo hípico. Interdicta la conversación política bajo su techo (consecuencia inevitable de las malas experiencias del entonces decadente Club del Progreso), en 1892 se redactan los estatutos del Jockey; por el éxito y la concurrencia creciente, cinco años después se inaugura la famosa sede de Florida, hogar de la célebre Diana de Alexandre Falguière, que sobrevivió el incendio de 1953.

En esa época, dice Olivera, “lo que predominaba era la idea del progreso. El sentido de fundar el Club era el progreso”. Ese rumbo indicaba un programa: “Mejorar la cultura, la ciencia, la educación, también lo que entonces se entendía por tecnología, aunque ahora se entiende otra cosa. Incluía la actividad hípica, además, que era muy convocante. La idea de progreso estaba muy centrada en la aspiración de excelencia en las actividades. Esos eran los valores centrales”.

–¿Y hoy cuál sería el norte del Jockey?

–Bueno, el mundo ha cambiado. Por eso es necesaria la modernización. Hay que adecuarlo a los nuevos tiempos, con más jóvenes, manteniendo los valores pero no la liturgia. Actualmente, el promedio de edad de los socios es de 50 años, eso queremos cambiarlo. Estamos planeando bajar las cuotas de admisión (ver aparte). También, en lo institucional, instaurar el voto secreto, poner límites a la reelección de la Comisión Directiva.

–¿Y permitir el ingreso de mujeres?

–Bueno, creo que la presencia de la mujer está creciendo en el club. Uno de los proyectos que tenemos es ampliar las actividades culturales, y sabemos que no hay posibilidad de cultura sin mujeres. Sería una tontería pensar lo contrario.

–Pero las mujeres que pueden participar del club son sólo las familiares de los socios. ¿La modernización incluye aceptar mujeres como socias?

–Por ahora es así. Pueden ingresar al club y disfrutar de beneficios, ventajas. Pero los socios por ahora son varones.

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Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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