Martes, 30 de octubre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › COMENZó EL ALEGATO DE LA QUERELLA EN EL CASO DEL SECUESTRO DE MARITA VERóN
El abogado Carlos Varela Alvarez, en representación de Susana Trimarco, comenzó a enhebrar sus argumentos cuando la audiencia fue suspendida porque uno de los integrantes del tribunal sufrió una descompensación.
Por Soledad Vallejos
Desde San Miguel de Tucumán
“‘Me voy caminando.’ Y se va. Y ya no volvió. Y acá estamos. Hace diez años que estamos acá.” Ante una sala de audiencias llena, con Susana Trimarco sentada a unos metros y los trece imputados un poco más allá, el abogado Carlos Varela Alvarez remontaba el hilo de una década para volver al último instante en que su familia vio a Marita Verón. En el inicio del fin del juicio por la desaparición de la joven tucumana, el alegato del abogado querellante llevaba poco más de dos horas cuando, tras un par de interrupciones, debió suspenderse. Todavía no había dado el mediodía. El cuarto intermedio, que suspendió los alegatos previstos para la tarde, seguramente alterará el cronograma de audiencias, diseñado originalmente por el Tribunal de la Sala II de la Cámara en lo Penal para dictar veredicto el 12 de noviembre. Luego de que uno de los tres jueces palideciera repentinamente en plena audiencia y de que se le indicara reposo, la Justicia indicó que el proceso continuaría esta mañana, a las 8.30, cuando el abogado Varela Alvarez continúe su alegato.
El debate comenzó el 8 de febrero. Entre entonces y atravesando el otoño y el invierno, tras declaraciones de más de cien testigos en casi cien audiencias, careos entre imputados y entre algunos de ellos y la propia Susana Trimarco, se espera que el veredicto llegue al fin de la primavera. Pero para eso aún restan alegatos. El de la querella, un recorrido en el que la cronología se sirve de nociones del Derecho y la potencia de una narración rica en detalles, apenas promediaba ayer, cuando comenzó el cuarto intermedio.
Susana Trimarco había llegado a los Tribunales poco después de las 8 de la mañana. Antes de entrar en la sala, habló poco. Era un día particular. “Quiero que se haga justicia. Que me devuelvan a mi hija”, repitió. Sobre las calles del palacio judicial, una delegación de la ONG MuMaLa había dispuesto carteles pidiendo “Justicia por Marita”. Escaleras arriba, en el segundo piso, las cámaras empezaban a arremolinarse a medida que llegaban los trece imputados: Irma Medina –“Mama Lili”, a quien los testimonios sindican como regenta de una red de burdeles alimentados por mujeres secuestradas– la primera, quizá porque es la única de los acusados cuyo traslado depende de las fuerzas de seguridad (desde julio está detenida en una causa por drogas). Luego llegarían sus hijos, los mellizos Fernando y Gonzalo Gómez, Chenga y Chenguita –los testimonios coinciden en señalar al primero de ellos como padre de un hijo que Marita habría parido estando secuestrada–, y el resto de los imputados.
Antes de las diez de la mañana, a los pies del abogado Varela Alvarez yacía un puñado de caramelos. Los había arrojado por el aire hacía un instante. Antes había citado “al libertario” Osvaldo Bayer, Michel Foucault, Friedrich Nietzsche; había referido la historia de Tucumán como la de un jardín lleno de flores asolado, a veces, por algunos jardineros malvados (“un tal Bussi, un jardinero Malevo, Ferreyra”). De ese jardín había desaparecido “una flor común y corriente: Marita Verón”. La pregunta, reconstruyó, era por qué, y por eso recordaba que para responderla no había sino testigos: esos relatos crean “un standard” a medida que los hechos que relatan coinciden. Si vieron a Marita, dónde, cómo estaba, qué dijo, qué pasó, explicó el abogado, permite sumar que sus palabras iluminen un silencio que se abrió el 3 de abril de 2002. Eso decía cuando de repente hizo volar los caramelos. “Si a cada persona en la sala le hacemos llenar un formulario contando qué acaba de pasar, las personas dirían ‘lanzó 5’, ‘lanzó 10’, ‘lanzó con la mano izquierda’, ‘lanzó con la derecha’, ‘no me gustó’, ‘fue un ordinario’. En diez años, dirían ‘no me acuerdo lo que escribí’”, pero la narración del suceso seguiría en pie: él había arrojado caramelos. En una causa en la cual no hay pruebas materiales de lo que sucedió con la víctima, esa valoración del testimonio como huella e indicio, sostuvo Varela Alvarez, era lo que mostraba un camino. El abogado lo señalaba porque, durante el debate, parte de la estrategia defensora de los acusados consistió en desacreditar a testigos, en algunos casos, mujeres que habían sido rescatadas de redes de trata y volvieron visibles por primera vez de modo orgánico los detalles de su funcionamiento.
En el sector reservado a los imputados, Daniela Milhein –señalada como dueña de dos de las casas por las que habría pasado Marita, y quien durante el juicio sorprendió al contar cómo ella misma había sido forzada a prostituirse por el ex marido de María Jesús Rivero, otra acusada– pasó casi toda la audiencia tomando notas en un cuadernito de tapas color salmón. De gafas oscuras Versace, Rivero, que –de acuerdo con un testimonio– encargó a su hermano Víctor el secuestro de Marita, también anotaba, aunque de tanto en tanto.
Varela Alvarez recordó testigos, hiló un camino de sucesos y versiones desde la desaparición de Marita camino a una maternidad hasta los primeros testimonios de mujeres rescatadas de redes de explotación sexual –que aseguraron haberla visto y hablado con ella en las whiskerías apenas disimuladas bajo nombres de fantasía como El Desafío–, pasando por los intentos reiterados de sembrar pistas falsas y el recuerdo de un policía que pedía dinero a la familia Verón para investigar. Recordó que una joven con la descripción de Marita había sido hallada en La Ramada, pero la policía del lugar no la ayudó a volver a su casa. Que “fue la última gente que la tuvo” y luego su rastro volvió a perderse en la oscuridad de las redes de explotación sexual. En ese mundo, evaluó al recordar al Tribunal testimonios de quienes habían permanecido secuestradas allí, las mujeres “son cosas”. “Cosas sin cadenas, pero cosas.” Distintos testigos refieren que Marita Verón fue vista en ese mundo “donde las mujeres no se llaman por su nombre, les cambian la identidad, el color de ojos, donde se tortura, se secuestra”.
Sobre el saco, del lado del corazón, Varela Alvarez llevaba un pin con la sonrisa de Marita Verón, el nombre de la Fundación María de los Angeles y el lema “Por la lucha contra la trata”.
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