SOCIEDAD › LO QUE SIGNIFICA Y LO QUE DEJO UNA JORNADA INEDITA EN LA LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

Pensar el NiUnaMenos

La responsabilidad del Estado. El ajuste económico a programas y planes de igualdad y no discriminación hacia las mujeres. La particularidad del paro. El luto. El papel de los medios. La legitimación de la violencia. El lugar de los hombres.

Violencia legitimada

Por Roberto Samar *

En la Argentina muere una mujer cada 30 horas víctima de violencia de género, según la ONG La Casa del Encuentro.

¿Y qué significa que es víctima de violencia de género? Significa ser víctima de un varón que mató a esa persona por ser mujer. Un hombre que pensó a esa mujer como un objeto que quería dominar.

Esa violencia compuesta de aberrantes femicidios nos indigna. Es fácil indignarse, nos diferenciamos y nos sentimos buenas personas. Pero si sólo nos indignamos pocas cosas cambian.

Porque esa violencia no está aislada, se da en el marco de una sociedad machista e inequitativa, que relega a las mujeres, las inferioriza, las cosifica. Sin esas características sociales, la violencia hacia las mujeres no encontraría esa legitimación invisible.

Si queremos una sociedad menos violenta, deberíamos indagar en las formas en que se sustenta: el machismo tiene una cara de violencia naturalizada en la cual la violencia extrema hacia las mujeres se encuentra legitimada.

La violencia requiere que la persona que la recibe ocupe un lugar de inferioridad. Para ilustrarlo, cuando en los noticieros la mujer no tiene voz o se la relega a la sección de espectáculos, se la inferioriza. Según la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual predominan los columnistas varones en un 84,9 por ciento en política, 79,2 por ciento en policiales y un 81,2 en información general. Únicamente en espectáculos predominan las mujeres.

Asimismo, si pienso a esa persona como una cosa o un objeto, se puede disponer de él (en este caso de ella). Porque el mensaje implícito es que a un objeto se lo puede manipular, romper y poseer. En las publicidades, cuando se las asocia a los objetos de consumo, cuando en los programas de mayor audiencia se las muestra sólo como un cuerpo expuesto, se las cosifica. Lo cual también es una forma violencia. Recordemos que según la Ley de Protección Integral de las Mujeres la violencia mediática contra las mujeres es “aquella publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipadas a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres”.

La violencia necesita desigualdad en las relaciones de poder: a modo de ejemplo, en el Poder Ejecutivo Nacional las mujeres ocupan sólo el 22 por ciento de los cargos políticos. En el Poder Judicial las mujeres representan el 54 por ciento del personal del sistema judicial argentino, pero sólo un 15 por ciento ocupa los puestos de máxima responsabilidad. En el Congreso Nacional el porcentaje de mujeres al frente de un bloque legislativo es sólo del 33 por ciento.

Deslegitimar la violencia necesita más que varones indignados. Necesita varones que cuestionen los mandatos culturales que asocian la masculinidad a la violencia. Requiere de personas que cuestionen las imágenes cosificadas de las mujeres, que modifiquen las prácticas acosadoras de la masculinidad hegemónica y que promueva la equidad en las relaciones de poder.

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de la UNRN.

Vivas nos queremos

Por María Elena Barbagelata *

La violencia extrema contra las mujeres que estamos afrontando es el resultado de múltiples causas sociales y políticas, reflejo de la indiferencia y tolerancia a la violación de un derecho fundamental: el derecho a vivir una vida libre de violencia.

Es hora de llamar la atención a todos los responsables para la implementación de las leyes y las políticas públicas sin más dilación, en forma integral y con los presupuestos necesarios.

Hoy se están discutiendo las leyes presupuestarias en todo el país y el silencio en materia de programas y planes de igualdad y no discriminación contra la mujer, incluidos los temas de violencia, están ausentes de la agenda y de la preocupación de las autoridades responsables en todos los poderes del Estado.

En la propia Ciudad de Buenos Aires, el presupuesto del área de la mujer, responsable del tema de violencia, ronda el escaso 0,6 por ciento. El propio personal denunció en la Legislatura que la central telefónica para recibir denuncias de violencia deja en espera el 45 por ciento de los llamados por falta de personal para atenderlas; el hogar de madres adolescentes es un caso paradigmático: ocupa la mitad de su capacidad histórica con solo ocho lugares disponibles, es decir no sólo no aumentaron sus servicios sino que disminuyeron en el correr del tiempo, pese a ser destinado a las niñas adolescentes en graves situaciones de vulnerabilidad; el refugio para mujeres golpeadas opera a mitad de su capacidad porque está inhabilitado gran parte del edificio; para las víctimas de trata sólo se dispone de un refugio con cinco lugares; para el programa de noviazgos violentos hay una sola psicóloga asignada; el Plan de Igualdad de Oportunidades que fija los compromisos de cada Ministerio con el tema para este año 2016, recién se firmó el pasado mes de septiembre; el Observatorio de políticas de igualdad de oportunidades estuvo varios meses acéfalo y sin coordinación; la propia conducción de la Dirección General de la Mujer ha carecido de una mínima estabilidad y ha rotado permanentemente.

Tanta desidia es la clara demostración del divorcio entre las leyes y su aplicación, entre las declaraciones y las realizaciones. Es más que una falta de diligencia: es una complicidad con la violencia contra la mujer en todas sus expresiones, incluso con el femicidio, al que se llega muchas veces, después de acudir a pedir ayuda a los poderes públicos sin que nada se haga, sin que nadie intervenga.

Vivas nos queremos no es sólo una consigna: es un clamor desesperado de millones de mujeres.

* Diputada nacional MC y ex directora general de la Mujer de la CABA.

Por qué pararon

Por Carlos Rozanski *

Cada muerte violenta es devastadora, pero no todas sacuden a la sociedad y movilizan cientos de miles de personas. El 3 de junio de 2015 en todo el país, se gritaba “ni una menos”, como si cada gota de sangre del último femicidio derramara el vaso de la tolerancia social ante semejante atrocidad. Y luego, otra y otra más, y muchas otras y así, cientos de mujeres fueron asesinadas comprobando que ninguno de los gritos fue escuchado. Ni los de las víctimas antes o durante los crímenes, ni los de la mayoría de la sociedad que los repudia. Ante esa sordera, se impone denunciar quién es el que no escucha. Sin duda es el Estado. Es ese Estado que desde su creación asumió la responsabilidad de reemplazar la venganza personal por la justicia. Ese Estado que le debe a cada mujer –como a cada habitante–, las garantías de su integridad que en la Constitución Nacional le reconoció entre numerosos derechos, el de la vida. Y sin embargo las matan. Y cuando ante cada muerte, después de sacudirnos la bronca que nos dificulta pensar, nos preguntamos por qué el Estado no hizo nada para que esas normas que garantizan vidas, las protejan, nos damos cuenta que el Estado no es otra cosa que un puñado de intereses de quienes lo encarnan en cada momento histórico. Y en épocas donde el poder es detentado por corporaciones malditas, para las que una mujer es sólo fuerza de trabajo un poco más barata que la de los hombres, toda la violencia aumenta y todas las garantías disminuyen. Y en esa relación proporcional perversa, los empoderados son los violentos. Si una política pública no destina los recursos adecuados para prevención, asistencia, contención, ayuda, seguimiento, en suma, intervenciones efectivas, frente a crímenes atroces como los que nos convocan, los responsables de esas políticas son cómplices. Mejorar leyes nunca será suficiente para modificar culturas discriminatorias y violentas arraigadas en nuestra sociedad durante siglos. Es por eso que cuando un comunicador famoso insulta a una mujer emblemática para millones de argentinos, denigrando su género y su salud y su empleador le permite seguir con un micrófono delante, ese medio define y reafirma la clase de comunicación que impulsa y que trasciende la ofensa personal a una ex mandataria. Se trata claramente de la categoría de mensaje masivo de discriminación, intolerancia y violencia deseado y concretado. Mensaje visiblemente contrario al modelo de Derechos Humanos que la Constitución Nacional establece en las convenciones de máxima jerarquía legal. Ante ello, cuando los intereses económicos de los medios de comunicación hegemónicos están inequívocamente por encima de la Carta Magna de un país, un Estado democrático no puede mirar para otro lado. Claro está que el lugar hacia donde mire va a depender de que la comunidad de intereses sea con la sociedad en su conjunto, en especial los grupos más vulnerables, o con aquellos mismos medios de comunicación que desconocen derechos esenciales.

Es obvio que ninguna marcha va a disuadir a un femicida. Pero sin dudas debería obligar a quienes hoy encarnan el Estado a que cumplan su compromiso con la vida, diseñando y poniendo en marcha con la urgencia del caso y sin dilaciones, las políticas públicas que den cumplimiento a la obligación asumida por nuestro país ante la comunidad internacional. La firma y ratificación de Convenciones sobre Derechos Humanos es sólo un acto protocolar, su cumplimiento efectivo garantizando las integridades en ellos contenidas es un acto de humanidad. Quien no la tenga, no será digno de tan inmensa responsabilidad.

* Juez federal.

¿Día de luto? Día de luta

Por Rocco Carbone *

El miércoles fue día de paro. Uno de muchos, ya, en la Argentina de 2016. Tal vez, de alguna manera, expresó la época de conmoción social y de turbulencias a las cuales nos quiere obligar el gobierno de la Alianza Cambiemos. De hecho, las palabras, que son un gran ordenador de la vida social, así nos lo indican. Mientras durante el gobierno Kirchner las interpelaciones a la ciudadanía decían “todos y todas”, ahora, cada vez que Macri se expide usa la fórmula “argentinos”. Se trata de una restricción de derechos concentrada en la lengua con un supuesto “genérico universal”. Pero el paro de esta semana tuvo una especificidad de género, acompañado por distintas formas de protestas en nuestros lugares de trabajo. Su objetivo: decir basta, decirlo con bronca. Basta de violencia, basta de violaciones, basta de torturas, basta de muertes. El colectivo #NiUnaMenos encabezó la organización de este Miércoles Negro para visualizar un flagelo que victimiza a las mujeres y que es un trauma para toda la sociedad. Como hombre cuestiono mi rol y me pregunto cómo acompañar la protesta, cómo incluirme en ella, marginal pero presente porque estoy en contra de los femicidios, harto de que las mujeres mueran a manos de la violencia machista. Soy –pienso– parte del problema. Pero en mi heterogeneidad, mi diferencia y distancia, también parte de la solución.

Paramos para pedir justicia, para manifestar indignación activa por el asesinato de Lucía, esa muerte que reactualiza los femicidos de otras, muchas, mujeres argentinas, hasta llegar a los “femicidios” que desde la última dictadura tuvieron que aguantar las Madres. ¿O acaso no te matan cuándo te desaparecen a una hija o a un hijo? El hashtag de la convocatoria fue #NosotrasParamos/ Vivas nos queremos. Frente a esta interpelación femenina y feminista, como forma de la solidaridad y de alianza de género, escribo estas notas para decir que #NosotrosTambiénParamos porque Vivas las queremos. Y no creo ser el único, pues en la Universidad Nacional de General Sarmiento, en el acto preparatorio del paro en el centro político de Capital, había varios hombres antipatriarcales, que desde bambalinas aplaudimos, acompañamos, cantamos: “se va a acabar, se va acabar esa costumbre de matar”.

Matar a una mujer es una expresión de la violencia machista, es el oprobio terrible de la violencia patriarcal extrema que atenta en contra de la vida. Y no debemos cansarnos de recordarlo, repetirlo, militarlo, esto es: situarlo en nuestras agendas diarias de ciudadanxs para enunciar sin desmayos que el patriarcado es un sistema cultural violentogénico: violento desde sus genes y desde su génesis. Que implica relaciones de posesión marcadas explícitamente en la lengua a través de significantes políticos. Me refiero a lo que las gramáticas, con cierto grado de inocuidad, llaman “posesivos”. Estos se materializan en el laboratorio de la lengua toda vez que decimos mi esposa, mi pareja, mi compañera, mi novia y finalmente mi mujer. Es la propiedad privada. Con esa propiedad, en la cual se funda un sistema sociopolítico perverso, (algunos) estamos acostumbrados a hacer lo que queremos. ¡Si “eso” es mío! Además, ese “mi” indica relaciones de posesión que nombran subjetividades desempoderadas de su ser para (pasar a) ser de otro. Y ese otro es el hombre (o quien ocupa el lugar de enunciación masculino). A través de todas sus manifestaciones culturales el patriarcado nos enseña todos los días que el hombre es quien ocupa el rol de titular “natural” del poder. ¿Qué es acaso la Patria sino una maximización del la figura del pater? El patriarcado ha construido la masculinidad (el sexo masculino) como el único que tiene existencia ontológica. De esto desciende que el hombre es una “subjetividad superior” dentro de nuestra sociedad.

Y el capitalismo nos ha enseñado que esa “subjetividad superior” puede hacer –con su propiedad privada– “lo que quiera”. En este contexto esto significa dar la muerte a una subjetividad construida como “propia”. Pensemos en los piropos, una forma de violencia privilegiada (contrabandeada como gesto “gracioso”, “humorístico”, “de poca importancia”, hasta “elegante”, en ciertas situaciones) de los hombres sobre el cuerpo (y la psiquis) de mujeres desconocidas, que pone en estado crítico su circulación por el espacio público. Para despatriarcalizarnos debemos descapitalizarnos: pensar nuevas formas de afectividades, de alianzas sociales, genéricas, nuevas formas de convivencias solidarias menos individualistas, menos reconcentradas sobre nosotrxs mismxs. Que el patriarcado y el capitalismo caerán juntos porque son la misma cosa.

Como forma de visibilización del paro las compañeras eligieron el color negro. En las culturas occidentales está asociado al luto. Y el miércoles fue un día de luto, pero también algo más. Ese color, más la ritualidad de la marcha en el Centro, más las actividades que realizamos en nuestros respectivos lugares de trabajo, forman parte de lo que podemos llamar la “elaboración del luto”, que consiste en el proceso de reelaboración emotiva de sentidos, de cosas vividas y de los procesos sociales relacionados a la desaparición del “sujeto relacional”: de todas esas mujeres muertas a manos de hombres que las sentían como “cosa propia”. Y si efectivamente la palabra es uno de los primeros gestos de poder, feminizando el lenguaje –que bien podría ser una primera feminización de nuestras otras prácticas patriarcales–, ese luto debe decirse como lo que es: luta (que es lucha). Para la sociedad argentina: un signo de Luta.

* Filósofo. Universidad Nacional de General Sarmiento. Conicet.

Nadie menos y la banalización

Por Guillermo Levy *

La historia de las luchas por romper el manto de impunidad que genera la invisibilización, el silencio frente a algo, es un capítulo de los más apasionantes de la historia de la humanidad.

Así como los delitos existen solo cuando son nombrados y tipificados como tales, la asunción colectiva de un problema, de una vergüenza, de una injusticia a reparar no aparece espontáneamente y sale solo a la superficie, solo a veces, después de enormes luchas efectivas que logran que se visibilice lo que estaba por abajo de la superficie, lo que era resistido de ser nombrado. A veces también son poderes estatales y/o económicos, nacionales o mundiales los que incorporan en su agenda una temática de sensibilización colectiva, que visibilizan una tragedia y por supuesto, la transforman a su imagen y semejanza para ser utilizada según diversos fines que generalmente están muy lejos de reparar algún daño. En la Argentina, la utilización de la tragedia de los muertos por un tremendo atentado hace más de 20 años es un buen ejemplo de cuando la hipocresía guionada de poderes de turno se apoderan de un reclamo, lo muestran, lo difunden y lo usan.

La violencia especifica contra la mujer está en el primer grupo. Su visibilización tiene que operar primero, una lectura comprometida y audaz de las estadísticas. El crimen, a primera vista, es cosa de hombres. Según un estudio de la oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito, el 95 por ciento de los homicidios los cometen hombres. El 80 por ciento de las víctimas también lo son. Estos porcentajes son muy similares en todas partes del mundo. Sin embargo, de esa minoría de víctimas, una parte es asesinada desde siempre en la historia, por su carácter de mujeres.

Como los genocidios, que no se producen por una irrupción de maldad espontánea, sino que reconocen procesos de acumulación histórica que implican innumerables complicidades en cada uno de sus escalones, (estigmatización, hostigamiento, aislamientos varios de un grupo determinado generalmente construido como tal en la estigmatización misma) el femicidio es el punto culmine de una serie de prácticas naturalizadas que nos cruzan a todos y que son parte estructurante de nuestra cultura, nunca señaladas, nunca repudiadas hasta hace muy poco y ahora, por el logro de tanta lucha en soledad, se convierten en prácticas visibles y repudiadas que permiten también un mayor índice de condenas penales para perpetradores, por ahora sólo de homicidas y tratantes pero sí, cada vez más significativamente de repudio y aislamiento, sobre todo en los mas jóvenes, de toda forma abusiva de trato a la mujer.

Negar la especificidad de la aberración que a diario se comete y del derecho como especificidad a participar de la lucha cultural para modificar conciencias colectivas, que sólo se modifican con luchas políticas y culturales como las que vienen dando tantos colectivos de mujeres, puede tener muchas aristas.

Están los que niegan el problema, como problema específico, dicen que no hay nada social en cada caso específico o simplemente, como tan inteligentemente construyó la dictadura para con sus víctimas, ponen la mirada en la víctima antes que en el victimario.

Están los que se suman a lo que también se puede convertir en moda o mercancía a algo que no comprenden y que les durará lo que dura lo que está en las pantallas.

Una periodista de un noticiero de cable del principal medio hegemónico cuestionaba muy duramente a una militante/marchante por expresarse políticamente en una marcha “de todos”, como si este movimiento hubiese surgido por generación espontánea y no por el trabajo militante de miles de mujeres durante años, que generaron este piso de posibilidad. Por supuesto, la notera no se cuestionaba y no era cuestionada por la manifestante, por la estigmatización de las mujeres que los medios reproducen, o para vender productos o mucho peor, para mostrar a jóvenes víctimas, de los sectores populares siempre, en ropas ligeras, haciendo abuso de la expropiación de su imagen y repitiendo curriculum y/o prontuarios de vidas desviadas, desgracia que nunca tienen las pocas víctimas de sectores más acomodados que son mucho más cuidadas en los medios.

Ese clasismo, esa estigmatización y esa sutileza de hablar de la víctima y no de los victimarios habilita nuevas muertes de la que la notera enojada con una militante política jamás se hará cargo ni responsable de algo infinitamente más grave de la que ella también es, aunque pequeño, un engranaje.

Por último, los que dicen “Ninguno menos” con un espíritu militante que difícilmente haya aparecido en la defensa de alguna víctima de género, de clase o de persecución política pero que aparece en la necesidad de impugnar esta particularidad.

Los que tienen la necesidad frente al exterminio judío de los nazis de gritar, “todos los exterminios” o que frente a la dictadura quieran mencionar por única vez “todas las dictaduras y las represiones del mundo” deben ser pensadas. Esa generalización, pulsión de diluir las particularidades en generalidades con el argumento de la humanidad toda, en un acto militante que únicamente existe para impugnar la visibilización que sale del subsuelo y nos cuestiona a muchos en alguna parte de nuestra historia, debe ser revisada. No es motorizada por ningún espíritu humano generalista digno de las mejores tradiciones humanistas al que le molesta las reinvindicaciones solo específicas, sino es parte de una lógica de banalización que se articula con la negación: el “no existe” o el “todo es lo mismo” juegan el mismo partido. El partido de la negación, el partido de la impunidad.

* Docente de la carrera de Sociología (UBA) e investigador del Centro de Estudios sobre Genocidio (Untref).

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Imagen: Pablo Piovano
 
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