Miércoles, 25 de mayo de 2016 | Hoy
CULTURA › FéLIX BRUZZONE Y LA CONFERENCIA PERFORMáTICA CAMPO DE MAYO
El escritor nacido en 1976, hijo de desaparecidos y ligado desde siempre a Campo de Mayo, se asomó al lugar desde una perspectiva diferente. Acompañado en escena por el actor Lucas Balducci, Bruzzone comparte fotos, audios y objetos.
Por María Daniela Yaccar
El escritor Félix Bruzzone tiene con Campo de Mayo “una relación de largo plazo”, que se extiende desde que nació hasta la actualidad y “por distintos motivos”. En su infancia tenía que atravesar el lugar para llegar a lo de su tía. El camino le parecía bello y lo conducía al disfrute de ver a sus primos. A fines de 2006 supo que su madre había estado detenida en el centro de tortura y exterminio que funcionó allí. Poco antes, casualmente o no, Bruzzone se había mudado a cinco cuadras de la guarnición militar más grande del país. Desde hace años, el autor de 76 y la novela Los topos se asoma a Campo de Mayo, toma notas, saca fotos y entrevista a vecinos para entenderlos y entenderse. Una conferencia performática, con dramaturgia compartida con Lola Arias, es uno de los resultados de esta búsqueda.
“Me interesa asomarme más que investigar. Es como cuando te asomás a la tapia del vecino, a ver qué están haciendo, pero medio de incógnito. No tenés el ánimo de entrar y ver mucho más que eso. Lo hacés casi como una picardía en un punto y con un riesgo mínimo, porque lo peor que te puede pasar es que te vean”, cuenta Bruzzone, escritor nacido en 1976, hijo de desaparecidos, que hace unos años sorprendió por su novedoso modo de abordar la dictadura.
Respecto de Campo de Mayo, con una beca del Fondo Nacional de las Artes se propuso encarar “algo parecido a un trabajo de campo”, que abordara fundamentalmente la relación cotidiana de los vecinos con el lugar. Y la propia, por supuesto. “Pero resultó en forma parcial, porque nunca terminó de cerrar el proyecto. Al punto de que se convirtió en algo que no es nada, que es un poco deforme, que es esta performance y cosas que fueron apareciendo en el camino”, explica.
Comenzó en 2011 a trabajar sobre la actualidad del escenario donde estuvo secuestrada su mamá. Aunque, en rigor, habría que decir que todo empezó en 1979, cuando pasaba por ahí en el Peugeot de su abuela, para llegar a la casa de su tía. Una novela sobre el tema quedó en la mitad, con un corredor como personaje principal, que también aparece en la conferencia performática. “No sé por qué interrumpí el libro. Se cortó, qué sé yo. Tengo la convicción de que en algún momento lo voy a cerrar. Es como si estuviera esperando algo, no sé bien qué”, dice. “Siempre que hacemos la conferencia reflota el libro y vuelven las ganas… pero durante una semana o dos. Me da la impresión de que no llegué adonde pensé que podía llegar con esto, y de que terminando el libro tampoco llegaría”, se sincera.
Estaba en un momento de “poco entusiasmo” y “falta de energías” con respecto al proyecto cuando le comentó del asunto a Lola Arias, quien enseguida encontró en el material un costado atractivo para llevarlo a escena. Así surgió la conferencia Campo de Mayo, que formó parte del ciclo “Mis documentos”, en el que artistas de distintas disciplinas hacían visibles investigaciones abandonadas en sus computadoras. Pasó por teatros, universidades y el CCK y será reestrenada hoy, con dos funciones en La Carpintería (Jean Jaures 858). Hay dos horarios, pero parael de las 21 las entradas ya están agotadas; por eso se agregó otra función a las 19.30. Bruzzone está acompañado en escena por el actor Lucas Balducci, y comparte fotos, audios y objetos.
Del “proyecto permanente de narración incompleta” surgieron, además, notas periodísticas. Algunas ahondaban en la relación personal del autor con el otrora escenario del terrorismo de Estado. En cambio, la crónica que publicó en Anfibia, titulada “Cómo quebrar un rugbier”, es más periodística: allí cuenta que, en cada pretemporada, clubes de rugbiers se someten a ejercicios extremos de supervivencia en la guarnición militar. Es apenas una de las tantas cosas que actual y habitualmente ocurren en lo que fuera el destino final de más de 4 mil desaparecidos. Como si allí no hubiera pasado nada. Cosas que Bruzzone observa con detenimiento, desnaturalizándolas y como viéndolas por primera vez.
“Hubo momentos en que mis hijos iban a cierres del año de jardín a un teatro que tienen en el barrio de suboficiales que hay ahí. No sé por qué el colegio alquilaba ese espacio… de hecho no lo alquiló más después de que les dije que no estaba bueno. Hace poco fui a un cumpleaños que un amiguito de mis hijos festejó en el campo de deportes de la obra social del ejército. Fui dándome cuenta de que mi relación con el lugar se daba a partir de esos pequeños momentos, que se iba abonando más desde ese lugar que desde la voluntad de ir a averiguar”, dice el escritor.
Y continúa con más historias. Es gráfico y gracioso al contarlas, es como si estuviera escribiendo: “En un momento venía en el tren que bordea a Campo de Mayo e iban dos linyeras sentados. Me senté cerca de ellos, en el único lugar que había. Mientras me estaba preguntando por qué me había sentado –tenían muy mal olor–, uno empezó a hablarle al otro sobre el lugar. ‘Lo hizo Perón’, le dijo. Es mentira, pero no importa. Me enganché en esa versión. Eran un hombre y una mujer. Por momentos parecía que él se la estaba queriendo levantar, contándole cosas locas de Campo de Mayo”, relata Bruzzone. Otra anécdota de las muchas que tiene para contar sucedió hace dos años: “Podaron todos los eucaliptos que daban a uno de los laterales, eran como diez kilómetros de árboles. Las ramas cayeron sobre las banquinas. De pronto, toda la gente se las llevó para sus chimeneas. Sin haber un vínculo establecido, Campo de Mayo provee de leña para calefaccionar viviendas de los alrededores”.
La singularidad del territorio militar se evidencia inagotable: según la descripción que Bruzzone hace en la conferencia, son 6 mil hectáreas rodeadas de inmensos conglomerados urbanos, tan distintas “a cualquier otro camino del conurbano”, por sus eucaliptos, paraísos, casuarinas y coníferas. Instalaciones militares “salpican la zona”, que abre sus puertas y da libre paso al tránsito vehicular, tal como sucedía en los tiempos en que funcionaban allí los centros de exterminio “más eficaces”. “Siempre tiene mal olor porque está cerca el CEAMSE desde hace muchos años y cada vez son más grandes las montañas de basura”, completa el escritor, en la entrevista con Página/12. “Toda la basura de la ciudad va a parar ahí. La de los pozos ciegos de los alrededores también. Tiene una planta de tratamiento, pero hay un montón de denuncias porque no está preparada para recibir semejante cantidad de mierda”, agrega.
Durante estos años, lo que más llamó la atención de Bruzzone es “todo este tipo de relaciones que se generan con ese espacio y que no tienen en cuenta la historia”. “Es como si nadie quisiera verla. A la vez, siempre que le preguntás a alguiente habla del lugar con cierto desprecio. No está feliz de estar al lado, le parece un poco choto. Igual, van y sacan la leña, alquilan el salón y piden que los entrenen si son de un equipo de rugby o practican tiro”, contrasta.
Ilustra con dos ejemplos, extraídos de conversaciones con clientes suyos, a quienes les limpia las piletas (ése es el trabajo “fijo” del autor desde hace 13 años): uno va al Polígono de Tiro a practicar; el otro lleva a su hijo a hacer equitación. Cuando les preguntó por su relación con el universo militar, ambos respondieron que no tenían ninguna.
Un concepto importante que se desprende del proyecto de Bruzzone es el de “negación productiva”. “Traté de no hablar con militares, de no hablar con nadie que tuviera que ver con lo histórico. Me interesaba más lo cotidiano. Y si en lo cotidiano se podía ver algo de aquello. O qué espera la gente que pase ahí adentro, qué va a pasar en el futuro. Hay un montón de planes, como negocios inmobiliarios”, explica el autor de Barrefondo. La “negación productiva” consiste en averiguar “otra cosa” que no sea “lo que pasó”. “Lo que pasó no se puede saber. Este proyecto es una forma de marcar lo que no se puede saber; es la otra cara de la hoja. Está cerquita de lo que fue, pero no es. En mis cuentos y en Los topos, los personajes se desvían por caminos aledaños a lo que pasó. Y yo hago lo mismo”, concluye.
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