Martes, 11 de septiembre de 2012 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINIóN
Por Sergio Rascovan *
Promovida a través de las redes sociales, se fue difundiendo la película La educación prohibida. Su título provocativo y provocador invitó a mirarla a miles de personas. Al verla, celebré que la educación haya convocado, una vez más, al debate. Pensé, “mejor hablar de ciertas cosas”, parafraseando la propuesta del Canal Encuentro de la TV Pública. Frente al silencio, la complicidad, la pasividad, la obsecuencia, siempre es mejor hablar, discutir y generar nuevas ideas y acciones que colaboren a mejorar la función social de la escuela. Esa institución rotulada de enciclopedista, normalizadora, aburrida, memorística, repetitiva pero también popular, gratuita, obligatoria, laica.
El documental vuelve sobre la escuela entendida como dispositivo de transmisión y apropiación cultural, invento de la modernidad surgido como respuesta a las demandas y exigencias que las sociedades capitalistas industriales incipientes habían generado. La escuela movida, por lo mismo, a adaptar a los sujetos a la lógica de una maquinaria social que requería mano de obra que nutriera el aparato productivo. Una institución que en su interior fue generando alternativas instituyentes, promoviendo la toma de conciencia respecto de la opresión, de las formas de dominación y de la búsqueda de la liberación social. El cara y ceca de la escuela. Las lógicas adaptativas versus las lógicas críticas. Las teorías y prácticas reproductivistas frente a las teorías y prácticas transformadoras. Discusiones y tensiones tan antiguas y actuales como la educación misma.
La educación pública constituyó una idea revolucionaria a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, suponía la inclusión de los sectores populares, estableciendo un límite a las políticas del privilegio. El paradigma de época desde el que se edificó la cultura escolar priorizó lo racional, lo consciente, lo medible, lo evaluable.
El documental es un nuevo hito en esa larga trayectoria de debate sobre la educación y las prácticas institucionales. Las variadas experiencias que se muestran junto a los testimonios de especialistas resultan interesantes para configurar una educación de tipo humanista, creativa, subjetivante.
Si algo resulta claro y relativamente consensuado en la actualidad es que el dispositivo escolar no responde –hoy– a las nuevas demandas y, por lo tanto, debe ser urgentemente revisado, reformado, recreado.
Sin embargo, en la problemática se conjugan –al menos– dos factores que se imbrican, el formato de organización social (para nuestra época el capitalismo llamado post-industrial), por un lado, y las instituciones que lo sostienen y que, al mismo tiempo, pueden cuestionarlo e intentar transformarlo, por otro.
De modo que la crítica a la institución escolar incluye –o debería incluir, también– una crítica al modelo socioeconómico-cultural hegemónico.
Pensar la relación entre Estado, mercado y escuela es indispensable. En esa dirección, el –innecesariamente– largo documental atrasa. La crítica que efectúa a la educación pública estatal desconoce el impacto que las políticas neoliberales produjeron en los países latinoamericanos en los últimos años: vaciamiento de la educación y salud públicas, deterioro de las condiciones laborales y bajos salarios de los trabajadores.
Lo propio de este tiempo es la pelea por la recuperación del derecho a la educación y a la salud para todos. Los sistemas educativos –y la escuela en particular– nacidos hace dos siglos y aún vigentes –aunque con maquillajes varios– deben ser modificados, inexorablemente. La advertencia es para evitar que los argumentos sobre los impostergables y necesarios cambios educativos sirvan de cauce a una refinada maniobra ideológica que, en nombre de la sensibilidad, del amor, del respeto por los niños, pretenda restituir políticas del privilegio.
Los sistemas de dominación van cambiando con las épocas. El régimen disciplinario, autoritario fue el principal en tiempos de apogeo de los Estados nacionales. Dicho escenario rigió hegemónicamente hasta que el mercado (de la mano del capital financiero) comenzó a disputarle su lugar como principal regulador de la vida social. Argentina fue –con epicentro en los años 2001-2002– uno de sus más tristes y ejemplares exponentes. Recordemos que los años del desguace del Estado se sostuvieron con teorías amparadas en nombre de la libertad. Así, la mitad de la población quedó marginada, excluida, literalmente afuera, desafiliados, al decir de Robert Castel.
El imperativo actual en educación es generar espacios para pensar, para animarnos a jugar, para darnos permiso para reinventar una institución que todavía tiene mucha vigencia y sigue siendo uno de los principales sostenes en la constitución de ciudadanía y en la promoción de derechos humanos. Hacer de la escuela un lugar más habitable, más vivible será efecto del protagonismo y de la participación del colectivo que la compone, pero también del apoyo del Estado que, hasta ahora, es el único con capacidad política de garantizar el bien común.
La película es un llamado a la sensibilización y a la búsqueda de alternativas superadoras. Me sumo a la propuesta estimuladora de cambios y a la vez advierto sobre los efectos –seguramente– no deseados por los autores. Me sumo a la iniciativa de la película y a la de todos los que hace mucho tiempo venimos pensando y buscando, a través de diversas prácticas, construir un nuevo paradigma educativo que supone, al mismo tiempo, la búsqueda y construcción de un nuevo modelo de sociedad más libre, pero, también, más igualitaria.
* Licenciado en Psicología (UBA), magister en Salud Mental Comunitaria (UNLa).
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