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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

¿La espiral es segura?

¿Cómo es la mente criminal? Parece tema de cineasta. Sin embargo, los problemas de seguridad, delincuencia y represión eran temas de economistas, y lo son hoy. El principal tratadista de las ideas de Quesnay, Mercier de la Rivière, consideraba a la sociedad sostenida por tres pilares: libertad, propiedad y seguridad. En el tercero, incluía el tema del delito y las cárceles. Su discípulo vasco, Valentín de Foronda, escribió Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la Economía Política y las leyes criminales. Aquí leyeron esas cartas nada menos que Belgrano, Saavedra, Vieytes y Moreno. Un artículo de Vieytes basado en Foronda fue el puente hacia el artículo 18 de la Constitución: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad de los reos”. Los cacos son empresarios: toman o asen una presa. Los delitos contra la propiedad son transacciones -no voluntarias- con un objeto económico, que transfieren la propiedad de un bien de hecho y a título gratuito. Generan ganancia y riesgo. Tales actos son casos especiales de la elección económica, estudiada desde Adam Smith hasta Friedman: cada acción busca una ganancia pero no siempre la ganancia máxima es la más segura o probable. Puedo intentar robar a un millonario, pero sus custodios me lo impedirán casi con certeza. Puedo asaltar con impunidad a una viejita que recién cobró su jubilación, pero la ganancia es tan chica que no me vale la pena. Puedo asaltar un pequeño comercio o una casa de familia, desprovistos de vigilancia, manejar la situación mediante sorpresa y terror, alejarme rápido y obtener una ganancia moderada sin incurrir en gran riesgo. A más ganancia, más atractivo. A más riesgo, más abstención. Si el ciudadano piensa que su persona, su casa o su barrio están más desprotegidos por la autoridad pública, el delincuente dirá que igual ganancia es obtenible con menos riesgo. Lo que lo invita a actuar: la ocasión hace al ladrón. Si la delincuencia reacciona así y Maquiavelo maneja la policía de un gobierno opositor, puede subir o bajar la sensación pública de inseguridad -y aumentar o bajar el descontento del ciudadano con el gobernante opositor- con sólo poner menos o más personal policial en la calle que en la oficina, u ordenarles mano blanda o mano dura. Pero como acto político no se sustrae a una valoración ética. ¿Está bien manipular las fuerzas de seguridad con fines políticos?


Tócala otra vez, Tío Sam

Entre las naciones fluyen tres tipos de bienes: productos, servicios y capitales. El petróleo es un producido; el transporte es un servicio; la compra de una acción es un movimiento de capital. Cada bien tiene su modo de transportarse de país a país: camión, barco, avión, satélite. Al llegar a un país extranjero, su ingreso puede ser más fácil o más difícil, según sea la puerta de entrada, o patrón monetario. Con patrón trabajo, la cantidad de dinero se ajusta al requisito de pleno empleo: mira el equilibrio interno. Con patrón oro, cambio-oro, o dólar, la cantidad de dinero depende de las cuentas internacionales: mira al equilibrio externo. Llegan los bienes: el primero les abre una puerta pequeña y el segundo una enorme. El comercio y las finanzas crean un sistema de vasos comunicantes entre las naciones. Como éstas son de distinto tamaño, los acontecimientos en las naciones grandes -un estornudo, el aleteo de una mariposa- son sentidos por las más pequeñas, y no viceversa. Desde siglo y medio atrás hasta hoy, un auge o una caída en un país grande se transmite a los países más pequeños a través del comercio de productos o los flujos de capitales. Una reducción de la demanda externa de exportaciones de una nación chica o una menor entrada de capitales disminuye los ingresos y ello se propaga a la economía interna a través del llamado multiplicador del comercio exterior. Ya en la crisis Baring (1890) y la crisis de 1929, el estallido inicial ocurrió en las bolsas. La primera fue descripta en memorables páginas en La Bolsa de Martel. La segunda comenzó con una fuerte presión vendedora en Wall Street, que en dos meses hizo caer las cotizaciones a un tercio de su valor. De New York, la huida de papeles bursátiles se extendió a Viena y a otras bolsas europeas. Hoover proclamó que la crisis duraría poco, que “la suerte está a la vuelta de la esquina” y puso la economía en piloto automático: su pasividad la agravó. La crisis duró varios años e hirió a la economía real del mundo entero. Hoy la historia parece repetirse. Pero los productos van en containers, y los capitales viajan por satélite y pueden transportar cantidades ilimitadas de ese bien en tiempo cero. Los economistas, como siempre, miran para donde no es y ponen la flecha en sentido contrario. Como en el sida, culpan a la víctima -Asia, Rusia, América latina- y no a quien le mueve -le pone o le saca- los capitales.