Por Alfredo Zaiat
Desde el 16 de julio pasado hasta el último viernes hubo una destrucción de capital financiero en el mundo como nunca lo había habido antes en la historia. En apenas cuarenta y una jornadas de negocios se perdieron en las principales bolsas del globo, solamente en acciones, la friolera de casi 4 millones de millones (un cuatro más doce ceros) de dólares. El equivalente a alrededor de trece años de la producción de bienes y servicios de Argentina se evaporaron en ese corto período. Equivalente también al producto anual de Japón. O más impresionante, al 10 por ciento del producto de todo el mundo. Dinero que no está en ningún bolsillo de algún financista iluminado, sino que se destruyó por la caída de las acciones. Stock de activos que se desvalorizaron de golpe. Nadie es más rico con el pánico que está recorriendo las bolsas. Nadie se llevó esos dólares a su casa. Esos dólares que se crearon en el mundo financiero durante la impresionante manía especulativa de esta década son ahora papel picado.
El quebranto sería todavía de miles de millones más que esos cuatro billones (millones de millones) si se incluyera el derrape de los títulos públicos de los hasta hace poco mercados emergentes. Pero no existen estadísticas confiables del monto global de bonos en circulación para realizar una estimación precisa.
De la base de datos de la Corporación Financiera Internacional (CFI), subsidiaria del Banco Mundial para atender al sector privado, la Fundación Capital preparó a pedido de Cash la evolución de la capitalización bursátil de los principales mercados desarrollados y emergentes (ver cuadro). Así, por ejemplo, el valor de mercado de todas las empresas (la capitalización bursátil) que cotizan en Buenos Aires se derrumbó de 59.252 millones de dólares en diciembre del año pasado a 27.774 millones el viernes pasado. De la plaza local se esfumaron 31.478 millones. Pero la caída más fuerte en los mercados, excluidos los asiáticos, que registraron sus mayores quebrantos en la segunda mitad de 1997 (casi 400 mil millones de dólares), comenzó a mediados de julio de este año. Lo que impresiona del desplome mundial de las bolsas es su rapidez: en promedio, se han estado destruyendo 100 mil millones de dólares por día en los últimos cuarenta. Una deuda externa argentina cada 24 horas.
Lo que está pasando en los mercados es el peor de los mundos: caída de las plazas desarrolladas con una huida desesperada de los fondos internacionales de las sumergidas. La declaración de la moratoria de la deuda rusa aceleró la fuga. Como ni el FMI (porque ya no tiene recursos suficientes) ni Alemania (porque no quiso) salieron al rescate de Rusia, por primera vez una economía emergente entró en cesación de pago desde la moratoria mexicana de 1982. La diferencia con ese default mexicano es que a comienzos de la década pasada los mercados no estaban integrados en una aldea bursátil global. Ahora, sin una red de contención, como la que hubo ante el derrumbe de los tigres y tigrecitos asiáticos, e incluso como la instrumentada por el Tesoro de Estados Unidos en 1995 para salvar a México durante el Tequila, los administradores de cartera de los bancos de inversión salieron a vender con desesperación acciones y bonos de todo mercado que tenía el cartelito de emergente. Buscaron así acotar sus millonarias pérdidas, pero en la práctica aceleraron la debacle. Salomon Smith Barney contabilizó quebrantos por 360 millones de dólares en los dos últimos meses; Lehman Brothers, 60; Morgan Stanley Dean Witter, 110; BankAmerica, 160; y Citicorp, 200 millones de dólares.
El fantasma del 29
Por la profundidad, velocidad y difusión a todos los mercados mundiales, el actual crac bursátil es peor que el más famoso de este siglo, el del 29, que derivó en la recordada depresión de la década del 30. Por ahora, los economistas no piensan que se repita la historia. De todos modos, el fantasma de una recesión mundial aterroriza a más de uno. Las economías asiáticas ya se sumergieron en una profunda depresión. Por caso, el producto bruto en Indonesia bajaría 15 por ciento este año; y entre el 6 y el 7 en Corea del Sur y Tailandia. Rusia es un caos y América latina está al borde del abismo.
El dedo en el gatillo de una recesión mundial está temblando. Y se dispararía en el caso de un fuerte derrape de la bolsa de Nueva York, que arrastraría a la vez a las europeas. Esas dos zonas de la aldea global todavía no recibieron con toda intensidad el virus de la crisis. El Dow Jones tuvo el mes pasado una caída de 19 por ciento desde sus máximos históricos (9300 puntos), y las europeas fueron castigadas con diferente intensidad según su vinculación con los países en desgracia. Alemania por el derrumbe ruso; y España por la caída de los mercados de valores latinoamericanos.
Un crac en el Dow Jones precipitaría una recesión global debido a la íntima relación que existe entre la economía de Estados Unidos y la marcha de su bolsa. Como la mitad de la población norteamericana tiene inversiones en acciones, una fuerte caída de los papeles afectaría su propensión al consumo. Este ha sido, precisamente, el motor del extraordinario crecimiento de su economía. Parte de las fabulosas utilidades obtenidas en la bolsa han ido volcándose al consumo, que creció más que el ingreso de la gente. La ilusión de rentas en crecimiento por el aumento de las acciones, pese a que esas ganancias no son tales hasta que se venden los papeles, volcó a los estadounidenses a una todavía mayor fiebre consumista, gastando a cuenta de la utilidad bursátil. Es lo que se denomina efecto riqueza, producido por la valorización de activos. Entonces, una caída del gasto de la población porque ahora tiene una ilusión al revés -efecto pobreza, de casi 2,2 billones de dólares- frenaría la locomotora de la economía mundial, que se sumaría al abandono del otro motorista del tren, Japón. Y se sabe, que con la segunda economía del mundo en recesión, si ingresa en ese camino la primera, el efecto para el resto sería terrible.
Ante esa perspectiva, los financistas sólo especulan con que la FED (banca central estadounidense) intervenga para evitar la recesión ajustando para abajo la tasa de interés de corto plazo. Una tasa más baja podría contrarrestar, siempre que ese retoque se aplique en el momento oportuno, el impacto negativo en las expectativas de los consumidores norteamericanos por las pérdidas bursátiles.
Los financistas, además, dejaron de lado la ideología y ya no les interesa aparecer como abanderados del libre mercado. Por el contrario, están pidiendo a los gritos una intervención conjunta de las potencias económicas (Estados Unidos, Japón y Europa) para frenar la crisis. Lo que piden, en concreto, es que se emita moneda para apagar el incendio con paquetes financieros de socorro a los países que están en peligro de caer en cesación de pagos.
Ese es el caso ahora de Brasil, como lo fue a mediados del año pasado Indonesia, después Corea del Sur y hace un mes Rusia. A este último lo dejaron caer, y el temor es que a Brasil le pase lo mismo. El viernes el FMI y Estados Unidos enviaron señales de que tienen un paquete de emergencia para socorrer a Brasil. Anuncio más que oportuno. Brasil ya lleva perdidos 21 mil millones de dólares de reservas en la violenta corrida contra el real. Y mucho más no podrá aguantar el gobierno de Cardoso si la sangría continúa hasta deprimir las reservas por debajo de los 50 mil millones (el viernes se ubicaban en 52 mil millones). Su deuda interna es explosiva, y la violenta suba de la tasa de interés hasta el 50 por ciento anual para frenar el drenaje de dólares sólo potencia esa bomba. Y la Argentina está muy cerca de la mecha.
Por Roberto Navarro
La crisis financiera internacional está complicando el financiamiento de las empresas. Las que tenían planeado cancelar sus deudas, llevar adelante sus planes de inversión o simplemente financiar sus operaciones mediante la emisión de acciones u Obligaciones Negociables tuvieron que dar marcha atrás. Si los bonos del Estado en dólares pagan 25 por ciento anual, las empresas tendrían que pagar todavía más y aún así no sé si tendrían compradores en este momento, explicó a Cash Pascual Dicambia, secretario de la Bolsa de Comercio.
Los pedidos de autorización para emitir Obligaciones Negociables (ON) que recibe la Comisión de Títulos de la Bolsa bajaron de 250 millones de dólares de promedio mensual en los primeros siete meses del año a menos de 50 millones en los últimos treinta días. Además, muchas de las compañías que ya habían sido autorizadas a emitir papeles suspendieron la colocación hasta que pase la tormenta. Por su parte, la emisión de acciones desapareció del menú de opciones de financiación de las empresas. Las pocas que lo intentaron, fracasaron.
La estrategia de las empresas para salir del paso es conseguir créditos puente de bancos nacionales e internacionales. Pero se encuentran con poca oferta y altas tasas. Sólo algunas grandes, principalmente las privatizadas, consiguen condiciones favorables para seguir financiándose, pero por montos reducidos: Telecom acaba de obtener un préstamo de 87 millones de dólares del Eximbank de Japón, por 12 años, al 7,56 por ciento anual.
En general, las empresas que quieren acceder al crédito en estos días, deben aceptar tasas hasta un 50 por ciento más altas que hace dos semanas. El problema mayor lo tienen las pymes. Cuando las grandes empresas golpean las puertas de los bancos, acaparan los fondos que estaban destinados a las más pequeñas.
Mientras las empresas buscan fondos, los bancos prefieren hacer un buen colchón de dinero que les permita salir airosos de la crisis. La estrategia es subir la tasa que les pagan a los ahorristas por sus plazos fijos, para mantener ese dinero en caja y, por el otro lado del mostrador, subir las tasas de los créditos para desalentar a los posibles tomadores. Si aun así insisten, actúan según el caso. En los últimos días, algunas pequeñas empresas que requirieron fondos de entidades con fuerte presencia de PyMEs en su clientela, como el Galicia, el Mayo, el Bansud y el Mercantil, se fueron de la sucursal o con las manos vacías o con sólo una parte de lo solicitado.
Una de las preocupaciones del mercado es cómo van a hacer las empresas para cubrir los compromisos ya asumidos. En los últimos cuatro meses del año vencen 1117 millones de dólares de Obligaciones Negociables. El 95 por ciento cotizan en el exterior. Transportadora de Gas del Sur (TGS) es una de las que más debe: el 23 de diciembre tiene que levantar compromisos por 200 millones de dólares. Su gerente financiero, Martín Duhart, afirmó a Cash que no van a tener problemas para pagar. Vamos a pedir un crédito puente por un año para cubrir las ON que vencen en diciembre. La confianza de Duhart se basa en las características particulares de TGS. El 88 por ciento de nuestra facturación son contratos a 12 años, en dólares, con precios regulados por el Estado. Durante todo el período del contrato el operador que vende el gas nos paga por el derecho de uso; aunque baje la demanda, y no utilice el conducto, cobramos igual. Eso nos asegura un flujo de fondos que los bancos toman en cuenta, aseguró Duhart.
Distinto es el caso de Acindar, que debe cancelar 150 millones de dólares de ON en noviembre. El 50 por ciento de lo que produce la siderúrgica tiene como destino la construcción, que es uno de los sectores que primero se reciente cuando hay restricciones de crédito. Sin embargo, en la empresa aseguran que ya tienen cubierto el monto de las ON. Previendo lo que se venía, tomamos un stand by facility arrangement por 75 millones de dólares en diciembre pasado, explicó Carlos Alberto Leone, vicepresidente del directorio de la compañía. Este tipo de créditos le aseguran el dinero a la empresa para el momento en que lo necesite, con el interés ya pactado. Arreglamos pagar la tasa Libo más tres puntos porcentuales anuales, afirmó Leone. Los otros 75 millones los piensan pagar con fondos de la empresa. Acindar fue una de las compañías que intentó emitir acciones este año y no pudo. Según Leone, el traspié los obligará a postergar las inversiones que tenían planeadas.
Otra de las empresas que se movió en los últimos meses tratando de correr delante de la tormenta fue YPF. La petrolera, que es la empresa de mayor facturación del país, emitió en julio pasado Commercial Papers (títulos de deuda) en marcos alemanes, a un plazo promedio de 150 días, por 81 millones (equivalente a 45 millones de dólares), a una tasa del 4,2 por ciento anual. Además, en agosto aumentó el programa de prefinanciación de exportaciones en 120 millones de dólares. Esta cifra fue pactada con seis bancos nacionales a un año de plazo, al 6,36 por ciento anual. Sabíamos que la cosa se iba a poner difícil, por eso nos adelantamos a fondearnos a tasas razonables, explicó a Cash Carlos Olivieri, vicepresidente de Finanzas y Control de la empresa. Y agregó: Aún tenemos líneas de crédito abiertas por 350 millones de dólares en bancos internacionales.
En el Banco de Galicia, una de las entidades que más operó en el mercado de las ON (sólo en este año solicitó autorizaciones de emisión por 1500 millones de dólares) prefirieron no dar detalles sobre la manera en que se financiarán en el corto y mediano plazo. Sólo afirmaron que, por ahora, no tienen previsto alterar ni sus planes de financiación ni sus inversiones.
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