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Meir·s - Migdal

TEXTOS: Pablo Plotkin
FOTOS: DANIEL JAYO

Viernes 11 AM. Poca gente en la primera maÒana. Una llovizna pegajosa hace que apenas unas 200 personas estÈn dando vueltas, la mayorÌa escolares de excursiÛn que corretean por los pasillos como autitos chocadores. Por lo dem·s, mucha gente de la organizaciÛn y algunos insomnes entusiastas. Apoltronados en sillas de pl·stico, dos punkies cabecean la modorra frente a una fila de televisores que pasan “El Superagente 86” en blanco y negro, un capÌtulo en el que Don Adams usaba bigote. Cerca de ahÌ, al pie de una estructura de caÒos y escalones que soporta una pasarela, se amontonan cartelitos escritos en tinta china. “El Che no vive, yo sÌ”, dice uno. El autor es Cacho, un hombre de 38 aÒos que se define como “poeta, no linyera” y expone sus aforismos por iniciativa propia. Casi al fondo, al lado de la sala de cine, funciona el stand de Disney, en el que un grupo de escenÛgrafos recrea a escala el asteroide con el que se las tendr· que ver Bruce Willis en “Armageddon”. La rÈplica se ir· terminando a medida que avancen los dÌas. Por ahora es una masa informe de arena, revestida a medias con una capa fina de cemento. A un costado, en una especie de altillo, funciona el taller de cocina, donde un puÒado de pibes espera con hambre que se horneen los panes que ellos prepararon. “øY, Charly?”, vocifera Luis, de Escalada, al encargado de cocina. “øCÛmo va esa masa?”
S·bado 3.30 AM. Casi toda la atenciÛn la acaparan los malabaristas que act™an bajo un esqueleto de la pir·mide que se alza en el centro del lugar. Pero en el piso de arriba, en un oasis de calma que algunos usan como cuarto de hotel, hay una biblioteca con atmÛsfera de cafÈ literario. Aquellos que quieran leer poemas, ensayos o cuentos propios o ajenos, pueden hacerlo sobre un p™lpito alfombrado que hay en una de las esquinas. “No formo sectas ni tengo reinos”, recita un integrante del Frente de Artistas del Hospital JosÈ Borda y recibe el aplauso de los presentes. La sala de cine est· a punto de proyectar alguna perla bizarra y a la rÈplica del asteroide de Armageddon ya se le endureciÛ la capa de cemento. La diva del horario es una muestra de diseÒo de indumentarias que se hace en el teatro y que genera un revuelo insÛlito. Con la sala llena, de pronto todos desesperan y ruegan a los encargados de seguridad que los dejen entrar. Alejados del bullicio, grupos de amigos se refugian en los rincones m·s oscuros para zapar con guitarras criollas. Un quinteto de stones trasnochados improvisa una versiÛn unplugged y caÛtica de “Satisfaction”. “Loco, øcÛmo puede ser que no vendan vino?”, protesta uno.
S·bado 9.30 PM. Es el momento de mayor concentraciÛn de p™blico. En el tramo angosto donde se exponen las fotos de JosÈ Luis Cabezas, por ejemplo, se hace difÌcil caminar. La pir·mide central se la disputan el taller de cer·mica, gente que hace body art y estatuas vivientes. En otro sector, sobre una pista pequeÒa, algunos cuerpos se mecen entre sombras y luces de colores al ritmo soÒoliento del chill out. M·s all·, las 60 computadoras dispuestas en mesas redondas est·n todas ocupadas. Cuarenta y ocho est·n conectadas a Internet y cinco pantallas gigantes proyectan las algunas expediciones cyberespaciales. Cuando se haga m·s tarde y nadie controle, los muchachos van a acceder a la p·gina de Playboy y desde todo el predio se podr·n ver y aplaudir las curvas de Pamela Anderson. Todo un ritual. En el piso de arriba, cientos de visitantes recorren la galerÌa dedicada a la exhibiciÛn de los casi 700 trabajos seleccionados entre los 4800 que recibieron los organizadores. Insectos de chatarra, peceras que funcionan en televisores y figuras hechas con latas de conserva son algunas de las esculturas que ocupan la muestra. Mientras tanto, afuera, el grupo de percusiÛn Nudillos Sangrantes descarga un aluviÛn de bombos y redoblantes sobre unas 200 personas que le escaparon al hormigueo.
Domingo 5.30 PM. Mal momento para el que quiera tranquilidad. SaliÛ el sol, con Èl las familias y se ha formado una cola que empieza en la entrada principal y llega hasta Figueroa Alcorta. Si anoche se hacÌadifÌcil transitar, hoy es poco menos que imposible. Empiezan a brotar los nervios en los lugares de mayor flujo de gente. “øYo quÈ tengo que ver? Echale la culpa a De la R™a”, se defiende un grandote de seguridad ante los reclamos de los chicos que se amontonan para entrar a uno de los baÒos. Para colmo, el olor a pegamento que destila el meteorito de Armageddon empieza a marear y algunos desesperan por una silla. M·s all· de eso, Hugo Varela, VerÛnica Llin·s, Edda DÌaz y Gabriela Acher disertan en la pir·mide central acerca de “El humor en los tiempos de crisis”. A un costado, subido a una escalera y con un protector parecido a la m·scara de Darth Vader, Alfredo Segatori hace maravillas con unos cuantos tarros de aerosol. El mural muestra el choque entre un colectivo y un CitroÎn de cuya ventanilla asoma la cabeza del conductor hecha una bola de fuego. Mientras que en el Bar 240, un reducto que sirve para bailar milonga, rock, salsa o lo que sea, se est·n dando clases de tango, en el estudio que Muchmusic instalÛ en el predio, una multitud rodea el vallado y pugna por salir en vivo y en directo.
DOINGO 4 AM. Festejada irrupciÛn de Charly GarcÌa (quiÈn si no...) en el estudio de radio BAND, con rotura de vidrio incluÌda. AsÌ es el aguante.Lunes 12.30 PM. “Para que vean las caretas que no tenemos. Para que vean que para nosotros no hay censura, que mandamos en cana hasta al Papa”. AsÌ se presenta el equipo de FM La Colifata, invitado de honor en el estudio de radio. En otro sector, un pibe practica andinismo sobre una pared de unos siete metros con agujeros y piedras atornilladas. Cuando llega a la cima, sonrÌe y agita la mano a sus amigos como si acabara de escalar el Aconcagua. Al lado, a un costado de la pequeÒa fila que se formÛ en el cine para ver “Picado Fino”, de Esteban Sapir, una pareja de jubilados comparte un matelisto a dos metros de tres adolescentes que dormitan contra una pared. El resto se pasea con la calma de un lunes al mediodÌa. Algunos pintarrajean jeans de segunda mano en el stand de Levi’s, la carpa de comidas trabaja a media m·quina, las chicas se dibujan formas chinescas en las mejillas y el taller de cocina se prepara para las clases de gastronomÌa cubana. De los siete televisores de la videoteca, cuatro est·n ocupados con algunos de los 55 cortometrajes premiados. Mientras las tribus empiezan a llegar de a poco hasta la entrada del ojo gigante e insomne, un pibe con una remera de Attaque 77 se acerca hasta la mesa de informes con paso inseguro, se inclina sobre una de las chicas y pregunta en voz baja: “Disculp· ødÛnde queda el lugar para dormir?”.