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Londres ni se dio por enterada.
¿Qué, quién?
Sépanlo: si alguno de ustedes tiene que viajar un domingo por la noche desde cualquier aeropuerto inglés, y al día siguiente se edita en Gran Bretaña el último disco de la banda de sus amores, van a asistir al peor de los tormentos. Es decir: en las disquerías verán los lugares vacíos para el álbum en cuestión, tendrán a los cds en sí bien a mano en alguna caja esperando que sea el día siguiente, e inclusive podrán echarle una mirada si el empleado del sitio hace la vista gorda. Pero, bajo ningún concepto, podrán comprarlos. No señor. A un inglés criado bajo la curiosa lógica de la férrea promoción de la industria discográfica de las islas -esa que hace que los EP salgan 1.99 libras una semana, y 3.99 la otra- es inútil pedirle algo así. La respuesta será un no sin culpa, como si se estuviera pidiendo un imposible. Y es así como uno se va y el disco -que está ahí, pero sale mañana, pero está ahí- se queda en su lugar correspondiente. Al menos hasta la medianoche.
Siempre están editándose discos en Gran Bretaña, es cierto, pero si hubo un día en el que semejante escena se pudo haber repetido más de una vez en Gatwick (como le sucedió a este cronista) o Heathrow fue el domingo pasado, ya que este lunes que pasó llegó una verdadera avalancha de nuevos lanzamientos para todos los gustos. Bah, nuevos es todo un decir. Sobre todo si se trata de un grandes éxitos de la década pasada, un seleccionado de lados B, y un álbum en vivo. Pero, claro, nunca hay que dejar de tener en cuenta que estamos hablando de U2, Oasis y los Rolling Stones. O, mejor dicho, de Oasis y U2. Porque del nuevo disco de los Stones nadie habla en Londres. Hay, sí, algún poster en las disquerías. Y apenas un par de líneas en Q, la revista de rock inglesa más correcta y educada. Que, sin embargo, elige titular su crítica de No Security como Easy Money. Dinero fácil, o sea.
En la semana inglesa del lanzamiento de los nuevos discos de Beck y Alanis Morrisette, suena lógico que en Londres todo sea Oasis. Desde hace quince meses que los hermanitos Gallagher no sacan nuevo disco, así que toda excusa viene bien para la radio y los semanarios rockers programen temas del grupo y/o los manden a la tapa. Me compré una mansión con pileta en España con la plata de los royalties de la versión de Cigarettes and Alcohol que hizo Rod Stewart, declaró el bocón de Noel en el último número del New Musical Express. Así que, como no había tenido ocasión de decirlo, lo digo aquí: gracias por los chapuzones, Rod. Si la preeminencia de Oasis es por peso específico -aun cuando se trate de lados B-, la presencia de U2 es por las glorias pasadas. Aun cuando se trate (o precisamente por tratarse) de grandes éxitos. U2 antes de la ironía, titula la revista. ¿Se acuerdan de las banderas blancas? ¿De la frase: tres acordes y la verdad suena la campana?, elige comentar el NME. No puedo recordar cómo éramos entonces, se sinceró The Edge ante el periodista Phil Sutcliffe. ¿Y por qué será éste el momento para hacerlo? ¿Tal vez porque el segundo disco que acompaña el grandes éxitos (en la primera semana de lanzamiento), incluye los lados B de los simples de la época?
En realidad, cuando se habla de los dinosaurios aparecidos de la nada en esta primera semana del frío noviembre londinense, quien en realidad ganó todos los titulares es un tal Lennon. La caja de cuatro discos de su Anthology personal es el comentario de las revistas musicales serias como Mojo o de diarios como The Guardian. Puede ser que todos escuchen a Oasis o a U2, pero todos escriben de Lennon (y los Beatles, of course). Y no todos lo hacen bien. Cuando no eran fabulosos, titula David Bennun una imperdible nota en The Guardian, en el que asegura que -como fueron tan buenos como Beatles- a John, George, Paul y Ringo se les perdonaron sus autoindulgencias como solistas. Pero ya es suficiente. La caja de Lennon aparece como el último volumen del Anthology, escribe Bennun. De la misma manera en que ninguna otra banda puede soportar semejanteexhaustividad compilatoria, ningún otro beatle reúne suficientes méritos para semejante escrutinio personal. No tendríamos paciencia. Cuando uno considera las cosas que ha tenido el valor de publicar McCartney durante todos estos años, no puede menos que temblar cuando piensa en las cosas que dejó de lado. De Lennon a Noel, entonces, es el recorrido de la nostalgia inglesa de hoy y de ayer. Give pop a chance.
MARTIN PEREZ
desde Londres
Estas grabaciones no-tan-encontradas de U2 empiezan a cerrar la segunda década en la vida de la banda y, al revés que la elegante actualización operada a partir de Achtung baby, guían al eventual oyente hacia el pasado: cuando eso que hoy se ve -ellos cuatro, maduros, cínicos, pasados de todo y sobre todo vivos- era otra cosa. El conjunto The best of... más B Sides 1980-1990 encierra en sí mismo (en sus canciones, en las voces que se oyen, en los sonidos) la pubertad de una entidad musical que aspira aún hoy a seguir renovándose y viviendo. El truco de este lanzamiento sabático -oferta limitada hasta el próximo lunes- tiene que ver con eso. La recuperación de las ya viejas y grandes canciones, superhits de otro tiempo, otro mundo, otros músicos, suena a reafirmación de identidad. Además de fantástico negocio: 50 millones de dólares por ésta y otras dos colecciones (¿habrá un disco en vivo?). El Best of... es, entonces, una catarata de canciones irrompibles al paso del tiempo, y que también marcan un estado de las cosas del rock en la década pasada. Sin un orden a simple vista coherente desde lo temporal o lo estilístico, desde Pride (in the name of love) hasta el siempre último -lo fue en el faraónico Rattle and Hum- All I want is you, el disco uno ofrece los grandes impactos que resultaron de la combustión entre: un base aceitada de dos instrumentistas irreprochables pero no virtuosos, un guitarrista buscador de sonidos y un cantante con las suficientes cuotas de carisma, egolatría, mesianismo y conciencia social. Eso fue U2 en los ochenta y aquí está patente. Están, entonces, las crónicas testimoniales de la realidad natal (Sunday bloody Sunday, New Years day), las páginas épicas (Bad, Pride), las canciones de amor y desolación (All I want is you, With or without you) y los testimonios del deslumbramiento con Estados Unidos de América (Where the streets have no name, una road song hecha y derecha, Angel of Harlem, Desire, When loves come to town). La aparición de la nueva versión de una tonta canción de amor (y disculpas) como The sweetest thing, con coros de ¡Boyzone! y un video promocional impecable, es apenas una anécdota. La certeza es: aquella era una banda que todavía no había encontrado lo que estaba buscando.
El B Sides en cambio, es un interesante rejunte de algunas canciones que merecieron destino de grandeza y que quedaron opacadas detrás de otras. Spanish eyes y Silver and gold son el mejor ejemplo. Algunas otras permiten arribar a los inicios de la relación con Brian Eno, capital en la primera gran transformación del cuarteto -después de War y antes de The Unforgettable Fire, desde el 83 y hasta el 85-, con un primer experimento de la balada ambient bautizado Luminous time (hold on to love). El resto, mayoría de canciones extraídas de los archivos que datan de la época de la masificación compulsiva (entre The Joshua Tree y Rattle and Hum), no abandona un tono generalmente oscuro y de escaso riesgo en el tratamiento sonoro que reafirma el biotipo conocido como canción U2. Después de todo, es apenas la cocina de una banda clave para entender el desarrollo magnificente y contradictorio del rock en dos décadas.
E.P.
Se dice
de mí I
Antes de su conversión post Achtung Baby en 1992, U2 eran veteranos de las batallas del post punk, cuyos parientes más cercanos eran los más sofisticados Echo and The Bunnymen y The Smiths. Pero fueron un gran suceso por dos razones. Primero, podían escribir grandes canciones (The unforgettable fire, All I want is you, Sweetest thing). Segundo, aun sus canciones más fallidas funcionaban en los estadios (fijarse en I will follow, Pride o Sunday bloody sunday). Hoy en día, por supuesto, todas las bandas que tocan en grandes estadios sienten la necesidad de esconderse tanto detrás de posturas de escuela de arte así como de seudocomunitarismos. Este nuevo disco sirve para recordar una era mas naif del rock gigante. (De la crítica de The best & the B sides 1980-1990, del número de diciembre de la revista Select)
Después de completar una larga gira mundial, a Oasis le llegó el momento del ajuste económico. Basta de despilfarrar canciones, habrá pensado Noel Gallagher. Y por eso, después de anunciar a los gritos que no habrá nuevo material de Oasis hasta el 2000, dio el OK para la edición de The Masterplan, un compilado de lados B de sus singles. Lo impactante del plan es que está muy lejos de ser un mero rejunte de versiones alternativas, canciones de relleno y rarezas. Se trata de un disco curiosamente homogéneo, y que sigue respetando esa increíble condición que sólo sostienen Oasis, los Beatles y Los Auténticos Decadentes: en cada álbum, los hits hacen fila. De hecho, cuesta entender cómo algunos de los nuevosviejos temas no fueron incluidos antes. Noel jugó mucho tiempo con esta idea: saber cómo y cuándo presentar cada canción. Muchos de esos hits están compuestos desde hace más de seis años, y según él, tiene ya otros éxitos cajoneados, esperando el momento justo para ser difundidos. Por el momento, se ha conformado con dar luz sobre algunos de los temas que acompañaron los 12 simples, muchos de los cuales habían pasado inadvertidos a la sombra de Wonderwall y Dont look back in anger.
The Masterplan, el pretencioso tema que da título al disco, tiene toda la pinta de un éxito instantáneo. Originariamente lado B de Wonderwall, tiene una clara intención de himno a lo Hey Jude, pasa de lo intimista a lo orquestado y juega con versos cíclicos como decilo fuerte y cantalo orgulloso hoy: todo lo que sabemos es que no sabemos cómo va a terminar esto. De ese mismo simple está también el instrumental The swamp song, por lejos lo más flojo. Otra buena tanda son los tres lados B (¿o debería decirse los lados B, C y D?) de Some might said: se trata de Acquiesce -cantado a dúo por Liam y Noel y único track de este disco que fue tocado en el Luna Park-, Talk tonight (balada) y Headshrinker, más rockero y ruidoso que interesante. La lista de destacados sigue con Stay young (que acompañó a Dyou know what I mean?), Rockin Chair (de Roll with it) y Going nowhere, editada con Stand by me, muy pop y muy conmovedora. Hay además, dos recomendados para fans de la psicodelia beatle: la ya famosa e imperdible versión en vivo de I am the walrus, y el cuelgue pop heredero de Tomorrow never knows que se llama (Its good) to be free.
La selección de las 14 canciones fue hecha por fans a través de la página oficial de Oasis en Internet. Pero atención, como después de The Masterplan sobraron más de veinte lados B (qué chico prolífico), Noel ya debe estar considerando dos posibles compilados futuros de bonus tracks. En realidad, sin contar versiones alternativas ni inéditos, sólo con lo ya editado Oasis tiene 17 lados B en reserva. Y... Ojo que se trata de una banda con sólo cuatro años de vida y con un solo compositor.
JAVIER AGUIRRE
Se dice de mí II
Todo lo que hace falta saber de 1998 está contenido en el hecho de que este lanzamiento debería ser motivo de celebración. The Masterplan bien puede ser apenas una compilación destinada para al extranjero y/o una colección de canciones ya presentes en la mayoría de los hogares británicos, pero sigue siendo un Everest para la mayoría de las ediciones del año. Su suceso tiene dos caras. Por un lado, recuerda todo lo que se supo decir de Be Here Now. Su contenido, seleccionado por sus fans y supervisado por Noel, apenas si incluye dos temas de esa época, el porcentaje correcto. Por otra parte, sirve como un oportuno recordatorio de que antes de Be Here Now -y antes de la experiencia solista de Noel, Oasis era realmente el más excitante grupo de rocknroll del mundo. (De la crítica de The Masterplan, del ejemplar del 31 de octubre del semanario NME)
De tanto en tanto, un nuevo disco en vivo solía paliar la creciente aridez creativa que venía acechando (tal vez en forma irreversible) a los sucesivos trabajos en estudio de los Rolling Stones. Cada nueva edición (aun las mediocres como Flashpoint) era tomada como un oasis donde los fans podían reencontrarse con aquellos clásicos indestructibles. Pero en No Security, el séptimo disco en vivo de sus majestades satánicas, esta lógica no funcionó. Quizás una pizca de pudor invadió a Mick Jagger, quien intuyó que el tufillo a robo iba a lucir más desembozado si volvía a incluir gemas como Honky Tonk Women o Satisfaction, con lo cual decidió mezclar temas recientes con alguna que otra perlita de los viejos buenos tiempos.
Y el resultado es el que se podía esperar, teniendo en cuenta que el disco incluye varias canciones olvidables del olvidable Bridges to Babylon y un par de temas memorables que no agregan demasiado en sus versiones remozadas. No obstante, el disco cuenta con dos ingredientes básicos para atrapar al fan argentino. El primero tiene que ver con el orgullo patrio stone: Out of control y Saint of me fueron grabados en la cancha de River, e inclusive antes del comienzo de este último tema se escucha de fondo un argentinísimo Olé olé olé, Charlie Charlie dedicado al venerado Watts. Y el otro elemento tiene que ver más con la melomanía que con el sentimiento: No Security incluye varias canciones que nunca habían grabado en vivo: Memory motel, Sister morphine y Gimme shelter son las más significativas. Las versiones de estos dos últimos temas son gloriosas, como corresponde a canciones de semejante peso histórico (con el aditamento de la portentosa voz de Lisa Fischer en Gimme shelter), pero el registro casi FM de Memory Hotel, en Amsterdam, con Dave Matthews como invitado, no sostiene la magia que sí tuvo su interpretación en Buenos Aires. Pero no conviene buscar reminiscencias de aquellas noches en la cancha de River. El que haya estado allí lo recordará, pero no a través de este disco, que inclusive en su tapa muestra a dos fans del primer mundo stone, bastante distintos a los que supieron hacer (y harán cada vez que se los convoque) el aguante aquí.
Quizás la clave para entender por qué este disco no podría compararse con (por ejemplo) Get yer ya-yas out, radique en que aquel álbum en vivo de 1970 empezaba con JumpinJack Flash y terminaba con Street fighting man y en éste, la apertura le corresponde a You got me rocking y la despedida a Out of control. De todos modos, es un buen pantallazo de la realidad actual de los Stones. Embolsaron en su última gira 250 millones de dólares, fueron vistos por 6 millones de personas en 40 países a lo largo de 108 shows. Y el año que viene realizarán otro tour (¿y grabarán otro disco en vivo?). Queda claro que a esta altura de sus vidas, la música que escribieron en los últimos (¿quince?) años es un detalle superfluo.
FERNANDO DADDARIO
Se dice
de mí III
Virgin realmente está exprimiendo todo lo que puede de los Rolling Stones: dos discos de estudio, reediciones del catálogo de la banda de los años setenta y ochenta y ahora un segundo disco en vivo. El disco Stripped, de 1995, adoptó un formato de unplugged, pero No Security contiene la completa megaexperiencia de los Stones en vivo, tomada de muchos de los recientes shows del tour Bridges to Babylon. No se trata del mejor disco en vivo de los Stones, pero tampoco el peor, simplemente uno más. Apenas un eficaz recordatorio de lo que sucederá cuando el tour llegue a Gran Bretaña este verano. (De la crítica de No Security del número de diciembre de la revista Q)
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