Maquiavelo por Daniel Tognetti
Napoleón sostuvo que El Príncipe es el único libro que vale la pena leer. Francisco Franco lo definió como un manual para estadistas y Bertrand Russell como un manual para gángsters. Cuentan algunas biografías que Carlos Menem lo tiene junto al Facundo de Sarmiento, la colección de El Gráfico y Patoruzú. Incluso Mike Tyson, en prisión, se tatuó su nombre en el hombro derecho. Según el boxeador, Maquiavelo escribió sobre cómo son los hombres realmente y el mundo en que vivimos, sin toda la mentira.
Nicolás Maquiavelo -de él estoy hablando-, nació en Florencia hace 530 años en una antigua familia de moderada riqueza, que le brindó la mejor instrucción humanista de la época (pleno Renacimiento). Italia tal cual la conocemos ahora estaba hecha trizas, dividida y amenazada por Francia, España y el Sacro Imperio Romano. América era recién descubierta y la Iglesia todavía no había decidido si los indios tenían alma o no. Llegó a ser nombrado canciller (sí, como Guido Di Tella) con apenas 29 años, época en que se hizo amigo de un tal Leonardo Da Vinci, a quien encomendó la pintura de un par de cuadros, además de usar sus contactos papales para que Michelángelo haga lo propio con la Capilla Sixtina. Su estadía en el castillo fue corta: parece que Nicolás era un conspirador nato y una vez que saltó la ficha le pegaron una patada en el toor, previa escala obligada por la sala de tormentos. Recordemos que por aquellos días el fuego no sólo servía para asar corderos.
Recluido y alejado de las intrigas de palacio, este buen padre de familia a quien sus biógrafos no encuentran máculas en su vida privada, decidió elaborar una teoría basándose en la realidad práctica del poder. Llego así a conclusiones francas, nada sentimentales, amorales en el sentido cristiano del término. Divagó con extrema agudeza acerca de cómo obtener, acrecentar y conservar el poder. En suma, la política nuestra de cada día, con sus claroscuros. Lo cierto es que una fugaz lectura de sus obras me hace dudar si Maquiavelo fue un genio del mal o un teórico político brillante. Quizá una respuesta estremecedora sea -en sintonía con la tercera vía tan en boga- que haya sido ambas cosas a la vez. El libro en cuestión recibió el nombre de El príncipe, cuyo mayor mérito es su influencia 500 años después de ser redactado, algo así como la versión Lerú del político moderno. Algunos de sus aforismos clásicos son muy divulgados: divide y reinarás, o el fin justifica los medios. Pero aquí va el top ten de frases indispensables para todo buen cristiano que quiera internarse en las arenas políticas:
-Un Príncipe no puede ni debe mantener fidelidad en las promesas, cuando la fidelidad redunda en perjuicio propio.
-Dejando de lado todo escrúpulo, debe concretar el plan que proteja su supervivencia.
-A los hombres hay que acariciarlos o destruirlos, pues vengarán un insulto leve, pero quedarán indefensos si se les aplica un golpe duro.
-Es mejor que el Príncipe sea considerado mezquino, ya que la avaricia es uno de los vicios que sostendrán su régimen.
-Castigar a uno o dos transgresores para que sirva de ejemplo es más benévolo que ser demasiado compasivo.
-Lo ideal sería que el Príncipe sea temido y amado. Eso es lo uno quisiera, pero como es difícil combinar las dos cosas resulta mucho mejor ser temido.
- El Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro y fuerte como en león.
- Un gobernante eficaz no debe tener piedad.
- La plebe se dejará llevar siempre por la apariencia y el resultado.
- Los hombres son ingratos, frívolos, mentirosos, cobardes y codiciosos; mientras uno los trate bien lo apoyan ... pero cuando uno está en peligro se vuelven contra él.
Bueno, ¿todavía están ahí, después de estas reveladoras frases? Dejo en manos de sus evolucionadas neuronas relacionar los escritos de este sincero amigo con hechos de nuestra cotidiana realidad y calcular cuánto dinero cobraría por derechos de autor.
Hasta la vista.
PD: Una idea póstuma de Maquiavelo dedicada a todos nosotros: Quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
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