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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Suma cero

La Carpa Blanca fue para el Gobierno como un forúnculo en cierta parte, porque el dolor que refleja ya no queda encerrado en las paredes del hogar, sino se proyecta al mundo a través de los medios -tan usados como temidos-. ¿Cómo zafar del lugar de verdugo en el antagonismo docentesgobierno? El método está en los manuales de economía. Y es aplicable en las actuales circunstancias: el país creció y ahora no lo hace. El modo de crecer fue éste: había cinco personas y cada una comía un pollo, en total cinco pollos; luego una de ellas tomó los pollos de las demás y añadió otro: había seis pollos para la misma gente, es decir 20% más de bienes, pero todos en poder de uno solo. Luego dejó de aumentar la cantidad de pollos, pero la distribución entre las personas siguió igual. ¿Qué pasa si a los cuatro sin pollo se los obliga a dar una contribución para ayudar a uno solo de ellos? Nuestra historia registra un caso así en la primera mitad de la década del 50: a partir de 1949 el PBI se acható. Se necesitaba exportar más bienes del campo, y se buscaba una respuesta del sector rural devaluando el tipo de cambio. Ello encarecía esos bienes para el consumidor local: subía el costo de la alimentación. Era mayor el ingreso del sector agropecuario, aun sin aumentar su producción, pero empeoraba la participación de los asalariados. Con un PBI igual, era como dividir la superficie de un cuadrado en dos: la menor participación era a la vez una caída del ingreso absoluto de cada trabajador. La mejora agropecuaria salía de reducir el salario real. El Gobierno respondía dando aumentos masivos de salarios, con lo que se volvía a la situación inicial. Una pugna distributiva que sólo daba mejoras transitorias y se resolvía en inflación. Si el PBI no crece, como hoy, una transferencia de ingresos de un sector a otro recorta el ingreso absoluto del que da. ¿Cabe esperar cooperación de parte de quien pierde ingreso? En la ciencia económica el caso fue elaborado como un juego de estrategia no cooperativo, donde lo que hay para repartir es un total fijo y las ganancias de una parte, más las pérdidas de la otra, suman cero. Bastó que un funcionario sembrara una ligera duda sobre la efectividad de la contribución para los docentes, para desatar una virtual guerra entre quienes se resisten a dar y quienes esperan recibir y no ser defraudados. Ahora el antagonismo es: docentesdueños de automotores. Menem happy.

Vos no existís

Ahora somos todos democráticos y republicanos, y no es ocioso recordar que tuvimos como presidente a Videla, a quien debemos el concepto de “desaparecido”: “es lo que no existe, lo que no está”. Tanta precisión sólo cabía en alguien compenetrado en el tema, o en su inventor. Pudo hacer suya la frase de Fidel Pintos: “ésa la inventé yo”. El supradicho ex general se especializó en cuerpos, cuya desaparición hoy no ocurre, salvo unos pocos casos. Pero ¿pueden hacerse desaparecer ideas? La respuesta es que puede intentárselo. Todos sabemos de algún acontecimiento que los diarios “ningunean”, es decir, no lo registran, o de programas radiales o televisivos que se levantan por decir o mostrar cosas molestas al poder. En este mundo mediático, quien no aparece en los medios, “no existe, no está”, según la definición ut supra. Créase o no, este método de “desaparecer” a alguien fue inventado por circunspectos economistas; no los del montón, sino los líderes de grandes escuelas. ¿Quién más grande que Adam Smith? A poco de comenzar a darle forma a su Riqueza de las Naciones, se publicó un libro de un compatriota suyo, James Steuart, que sostenía, basado en 18 años de exilio y en el conocimiento directo de los países europeos, exactamente lo contrario que Smith, y que el mundo descubriría tras la crisis de 1929: la necesidad de algún grado de intervención estatal en cada aspecto de la vida económica. En su libro, Steuart exponía una teoría de la renta de la tierra muy elaborada ysuperior a la de Smith. Pero este último prefirió que ningún lector supiera de la existencia de Steuart a través suyo. El mundo, pues, creyó que sólo un modelo era posible, tal como se dice hoy. En 1854 Hermann Gossen publicó en Alemania Las leyes de las relaciones humanas, donde fundaba la economía en la utilidad y usaba matemáticas, máxima herejía en el mundo académico alemán, dominado por la escuela histórica y liderada por Knies. Ninguna universidad compró el libro y Gossen murió enfermo y apenado poco después. En menos de dos décadas, lo que Gossen decía daría lugar a una revolución científica liderada por Jevons, Menger y Walras. Pero el historicismo seguía incólume, ahora en manos de Schmoller, e hizo lo posible por ningunear a Menger. Este, al ver que su libro no se vendía en Alemania, escribió: “Quienquiera que en Alemania emprendiese un rumbo distinto, era ignorado, antes que refutado”.