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BUENA MONEDA
No
tragarse la píldora
Por Alfredo
Zaiat
Con la fuerza de los billetes que les da su extraordinario poder económico,
los laboratorios de medicamentos nacionales y extranjeros hacen lobby
sobre políticos y medios de comunicación de una forma que
sólo es igualada por las compañías de servicios privatizadas.
Las telefónicas ejercieron una fortísima presión
para conseguir el rebalanceo de las tarifas y posteriormente una apertura
a su medida del mercado de las telecomunicaciones. Lo mismo hicieron y
hacen las otras privatizadas en las reiteradas renegociaciones del contrato
de concesión o en la discusión por aumentos de tarifas.
También Repsol tuvo que convencer al Gobierno de la conveniencia
de que una empresa española comprara YPF para constituir un monopolio.
Pero todavía ninguna ha superado la influencia que ejercen los
laboratorios sobre legisladores y comité de campaña de los
partidos políticos cuando el tema de las patentes está en
juego.
Es increíble el interés que muestran los políticos
para intervenir en el debate por patentes. Esa discusión es relevante
únicamente para los protagonistas de un negocio que facturó
5840 millones de pesos el año pasado, siendo la acusada la industria
farmacéutica local por copiar patentes y no pagar regalías.
De ese modo, los laboratorios nacionales consiguieron una participación
inusualmente elevada en la actividad. Sólo así se entiende
que Roemmers, el líder con el 8 por ciento del mercado, haya rechazado
una oferta de compra por 1500 millones de dólares.
Pero esa pelea entre laboratorios resulta intrascendente para los consumidores,
quienes padecen el rigor del mercado en algo tan sensible como los precios
de los medicamentos, que en los últimos siete años aumentaron
en promedio el doble (142 por ciento) que el Indice de Precios al Consumidor.
En esa cuestión los legisladores no se meten ni proponen regular
un mercado que por su propia conformación es atípico.
El medicamento es tomado como una mercancía más, cuando
en realidad no lo es. A partir de esa distorsión, la oferta (el
laboratorio) confluye indirectamente a la demanda (el paciente) a través
de un tercero (el médico). Así se estructura un negocio
peculiar porque el consumidor no elige y está bien que sea
así y quien elige es el profesional que no paga. Todo el
sistema está basado en la prescripción de marcas por parte
de los médicos, captados en su mayoría por los laboratorios
con viajes, cursos y, en algunos casos, con retornos. Las muestras gratis
representan del 10 al 15 por ciento de la producción de la industria,
que de ese modo les permite tener aceitada la cadena de la demanda.
El médico no le receta a su paciente una droga, sino una marca
de esa droga. Proponer que el sistema funcione solamente con genéricos
es infantil, pero no lo es que se puedan prescribir ciertas drogas básicas
para que en las farmacias las preparen como recetas magistrales. Un caso
esclarecedor es el de la penicilina: esa droga con marca, en una cajita
de 16 comprimidos, tiene un precio de 40 pesos. Si se recetara penicilina
genérica valdría 8 pesos. Existen antibióticos más
complejos donde se justificaría una pelea de marcas y de precios.
Pero la situación en Argentina es notable: la participación
de genéricos en el mercado es nula, mientras que, por ejemplo,
en Estados Unidos alcanza al 20 por ciento.
El problema en este mercado no son las patentes, sino la transparencia
y las condiciones de competencia. Aunque en las declaraciones se cruzan
terribles acusaciones, los laboratorios nacionales y extranjeros están
asociados en la distribución. Compraron varias droguerías
hasta conformar el intermediario más grande del país, Farmastar,
que reúne el 60 por ciento de la distribución. Así,
los laboratorios se adueñaron de los canales de distribución
para seguir controlando en el futuro este oscuro circuito de los medicamentos.
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