Por Julio Nudler
¿Qué hubiera dicho Alfredo Yabrán sobre la eliminación
de los duty-free en los aeropuertos de la Unión Europea? La decisión
de acabar con las tiendas francas generó una polémica útil,
que desnudó el verdadero carácter de esos simpáticos
negocios sin impuestos, cuya existencia nadie parecía cuestionar.
Como en la Argentina y muchos otros países siguen en pie esos pequeños
paraísos, tiene sentido preguntarse por la razonabilidad de ese
subsidio al negocio aeroportuario.
¿A qué consumidores favorece esa exención tributaria?
Obviamente, a los que abordan vuelos internacionales, que no suelen ser
los pobres. Aducir la extraterritorialidad de la zona de las estaciones
aéreas donde están instaladas las tiendas libres de impuestos
es apenas un recurso retórico. Más razonable, como criterio
fiscal, sería desgravar a las tiendas de los barrios carenciados.
Tampoco es sensato que los free-shops compitan deslealmente con las
tiendas situadas en el territorio fiscal, razón de transparencia
aducida por las autoridades europeas para abolir el privilegio. Tal vez
se trate sólo de un pretexto, y el verdadero motivo sea cerrar
ese resquicio por el que se perdía recaudación en bienes
tan rendidores como los cigarrillos, los perfumes o las espirituosas.
El desaparecido empresario telepostal (como solía decirse de él)
ganó casi hasta el final con ese filón, que manejaba a través
de Villalonga Furlong, asociado a una minoritaria Fuerza Aérea
en Interbaires. El negocio pasó luego, dentro de un paquete encabezado
por OCA, a manos del Exxel Group. Cuando venza la concesión, será
Aeropuertos Argentina 2000, de Eduardo Eurnekian y socios, la que se adueñará
de la explotación, atractiva en función del subsidio fiscal.
Cualquiera podría preguntar, por ejemplo, por qué seguir
eximiendo de impuestos a esos locales que viven de la venta desgravada
de productos que, precisamente por nocivos o suntuarios, son los más
castigados por el fisco, y cuyo cliente medio es el que menos derecho
tiene a un trato preferencial.