|
BUENA MONEDA
Pobres contra pobres
Por Alfredo
Zaiat
La caravana de no menos de diez cuadras de ómnibus de dos pisos
de transporte de larga distancia ocupando dos carriles de avenida Libertador
era impresionante. Ese convoy iba rumbo al Congreso con un lento andar
ejerciendo una presión que ni cientos de manifestaciones tradicionales
han podido expresar con semejante poder de disuasión. En el frente
de cada unidad estaba pegado un cartel de protesta que, más allá
de la discusión sobre lo justo o injusto del impuesto para financiar
un aumento del sueldo docente, resumía con claridad la dinámica
que asumió este conflicto: Gravar trabajadores y sus herramientas
para mejorar salarios de otros trabajadores resulta irracional,
reprochaba la pancarta. Unos (camioneros) y otros (maestros), con discutibles
pero sólidos argumentos para justificar sus reclamos, han protagonizado
la absurda guerra de pobres contra pobres. Pelea que ha tenido como observadores
privilegiados a aquellos sectores beneficiados por el modelo económico.
Uno de ellos, los concesionarios de rutas por peaje, suspiraron aliviados
cuando los dueños de camiones y ómnibus levantaron el lock-out.
Después de tres días de recaudación en descenso,
las 2,2 millones de unidades que cada mes pasan por sus casillas volverán
a depositar en total en esas barreras un promedio de poco más de
1 millón por día.
Resulta a todas luces desproporcionado la energía puesta por los
transportistas para oponerse al impuesto docente. Si bien es cierto que
la recesión económica les impide trasladar a precio ese
mayor costo, la importancia de ese gravamen en su estructura es menor
frente a otras cargas, como por ejemplo el peaje. Para recorrer ida y
vuelta el corredor Olavarría-Capital, unos 700 kilómetros,
un camión con 27,5 toneladas de cemento, cal en bolsa y piedra
partida a granel tiene que pasar por cuatro casillas, abonando en total
$ 46 de peajes. El flete tiene un costo de $ 12 por tonelada más
IVA. El saldo: una incidencia del peaje en el costo del transporte del
13,94 por ciento. Todavía es más escandalosa la relación
del gasto en peaje ($ 46) sobre el costo del combustible ($ 65) para hacer
ese recorrido.
Ante semejante carga, no deja de sorprender que durante ocho años
los transportistas no hayan realizado una manifestación de la envergadura
de estos días para presionar al Gobierno y a legisladores para
oponerse al negocio del peaje. Cuando se discutía en el Gabinete
Nacional el tributo a los docentes, la entonces ministra de Educación,
Susana Decibe, presentó un informe, en base a un estudio preparado
por la Secretaría de Transporte, donde demostraba que la incidencia
de ese impuesto era muy baja sobre la economía de las compañías
alcanzadas. En uno de los tantos casos expuestos en ese documento, se
estima que el impacto sobre el precio del boleto de colectivo es de apenas
$ 0,008. No parece lógico, entonces, que se haya estado a punto
de un desabastecimiento por una carga tan baja cuando los transportistas
nunca se han expresado con tanta contundencia contra el peaje.
De la misma manera, los docentes deberían ver más allá
del cobro de un impuesto-parche obtenido también por una inédita
presión. Si los maestros buscaron mejorar sus salarios metiendo
mano en el régimen tributario deberían hacer docencia mostrando
su inequidad y la impresionante evasión que hubo en la última
presentación en los impuestos que gravan a los sectores de mayor
poder adquisitivo, como Bienes Personales y Ganancias. De esa caja, que
no se llena por ineficiencia de la DGI y por falta de voluntad política
del Gobierno, el gremio docente podría exigir la mejora del salario
de los maestros. Y así evitar una guerra entre castigados del modelo.
|