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DES economías

Por Julio Nudler


Cualquier argentino puede barruntar alguna relación entre dos hechos trascendentes ocurridos hace exactamente diez años: la asunción de Carlos Menem y la publicación, por parte de Francis Fukuyama, del artículo “El fin de la historia”, donde señalaba a la economía de mercado como la única alternativa para las sociedades modernas. Pero habría que recordar, también, que en estos días se cumple el segundo aniversario de la crisis asiática, estallada cuando Tailandia dejó de sostener el baht. El efecto dominó hizo el resto.
Lo lamentable de todo esto es que nada dura demasiado. La impactante tesis de Fukuyama no pudo impedir que la historia siguiese rodando, y Menem ya está por dar las hurras. En cuanto a la crisis oriental, mucho más joven, tampoco consiguió evitar lo que podía parecer impensable: hoy los índices bursátiles de la distante región se han recuperado de toda la caída sufrida, y en algunos casos, como el de Hong Kong, están bien por encima del nivel previo a la catástrofe.
Paradójicamente, ésta se precipitó en 1997 a pesar del bello aspecto que mostraban los datos macroeconómicos de esos países, y hoy los inversores han vuelto atropelladamente a esos mercados sin importarles que no se hayan corregido los “terribles vicios” descubiertos en esos sistemas por los analistas occidentales un día después del cataclismo. Aunque los economistas piensen que el nuevo boom tiene pies de barro, ya ha ido bastante lejos y amenaza con dejar en el ridículo a quienes escarnecieron el modelo asiático.
En todo caso, y más allá de deplorar el próximo fin de la era Menem, los argentinos pueden felicitarse por el nuevo giro de los acontecimientos. Cualquier buena noticia para el Asia, gran demandante de materias primas e insumos, lo es también para este país, cuya única expectativa cierta de mejora en el corto plazo está fuera y no dentro de su economía. Lástima grande que lo único no revertido en Asia es la devaluación real de sus monedas.