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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

¿Cuál vía elegir?

Los precios son el número de unidades monetarias que se cambian por unidades de diversos bienes. Los ingresos son el número de unidades monetarias que se cambian por unidades de diversos factores productivos: en particular, el salario es la cantidad de dinero que se da a cambio de una jornada de labor. Precios e ingresos no son independientes: si me aumentan un precio, zafo comprando otro producto similar, pero si me aumentan todos los productos, hacia donde mire todo lo tendré que pagar más caro, y sólo podré comprar menos productos. Un aumento de todos los precios reduce la capacidad adquisitiva de una suma dada de dinero. Para quien compra a partir de un sueldo o salario, es lo mismo que una reducción de su ingreso. ¿Quiere decir que si los precios no suben, la capacidad adquisitiva del salario, o “salario real”, se mantiene constante? Ello es así sólo para aquellos trabajadores que continúen percibiendo el mismo salario nominal. Pero en condiciones de desempleo creciente, una parte de la fuerza laboral queda sin trabajo y por tanto sin salarios: para ellos, tanto da que los precios sean estables o fluctuantes. Para la fuerza laboral que mantiene su empleo, la presión de quienes se ofrecen para reemplazarlos los obliga a aceptar salarios más bajos por igual jornada, o iguales salarios por jornadas más largas, y aun menor salario y jornada más larga. Es la tristemente célebre “flexibilización de hecho”, que conduce a que el ingreso de los asalariados en su conjunto, más allá de situaciones individuales, caiga. En una economía abierta un precio clave es el tipo de cambio. Un tipo bajo incita a sustituir productos nacionales por productos extranjeros, a importar más que lo exportado, a generar un déficit comercial. Un precio alto produce lo opuesto. Si hay déficit, lo racional es dejar que el tipo de cambio suba y por sí solo ajuste lo que se importa a lo que se puede exportar. Si una ley impide que el tipo fluctúe, sólo hay otro camino: bajar la actividad todo lo necesario, hasta que la caída de ingresos reduzca el gasto de toda índole, incluida la importación. El ajuste, si no se produce vía precios (aumento del tipo de cambio) deberá producirse vía ingresos (desempleo y baja de salarios). Con déficit comercial, no se puede tener pesos con un contenido invariable de dólares y a la vez empleo e ingreso estable para todos. (Después no digan que no avisamos.)


¿Dónde hay un mango?

La economía de mercado opera como una gigantesca serie de transacciones en las que el empleo de dinero es indispensable. Quien carece del vil metal ni sueñe con participar en los mercados: desocupados, niños huérfanos, ancianos y pobres en general, ¡abstenerse! Como todo se compra y se vende, incluidas la salud, la educación y, hasta cierto punto, la justicia y la seguridad, carecer de dinero supone estar privado también de semejantes beneficios. La contrapartida del dinero ya empleado es, obviamente, el dinero aún no empleado, o demanda de dinero, dinero que aún está en los bolsillos de las familias o las cajas de las empresas, listo para transferirse a otros bolsillos o cajas si alguna de las siguientes circunstancias se presenta: 1) la segura aparición de necesidades previstas; 2) la eventual aparición de necesidades posibles, pero de acaecimiento incierto; 3) la conversión de dinero ocioso en activos que devenguen interés; 4) la presencia de expectativas inflacionarias o deflacionarias. Todo ello juega dentro de un marco determinante: cuánto tiene la gente para gastar, y ello depende del estado próspero o decadente de la economía y del régimen de reparto del ingreso que se da la sociedad a sí misma. Un régimen desigualitario y regresivo, que hace recaer cualquier ajuste sobre los sectores populares y medios, lleva tanto a la expectativa de menor nivel de vida como a la de incertidumbre. Cada caída de actividad deprime a una franja de la población, que hasta entonces podía ahorrar algo, a situaciones en que debe consumir todo; y a las franjas debajo de la anterior, que antes balanceaba su consumo con sus ingresos, a la necesidad de movilizar sus magros ahorros para lograr mantener su consumo. La involución social que importa el no deterioro del dinero y el deterioro de las demás relaciones sociales hace que nadie esté libre de ser cesanteado imprevistamente, abordado con fines de robo, sujeto a un pedido de coima para iniciar un trámite o circular por la vía pública, o tenerse que internar y verse obligado a pagar un “coseguro” a la obra social. Todo ello modifica pautas de consumo y torna necesario más efectivo, en muchos casos simplemente para seguir viviendo. Razón tiene la distinguida colega Ana Kessler al expresar: “La estabilidad hace que la gente prefiera mantener una reserva de ahorro frente a situaciones probables de incertidumbre”.