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Por M. Fernández López
¿De
ilusión también se crece?
Tome un silbato, llévelo a los labios y sople. Ahora
mueva los brazos hacia arriba y hacia abajo. Luego, al trotecito, dé
varias vueltas a la manzana. Por último, reúna todo lo hecho
y sume su valor. ¿Que no puede, porque son acciones inmateriales?
Sin embargo, tales acciones no son muy distintas de las que se ven ejecutar
a los árbitros de fútbol; y el estadígrafo que mide
el Producto Nacional no hesita en incluir el trabajo de los árbitros
en el PBI, y ésa es la única medida que tenemos para saber
si el país crece o no. Y como decimos árbitros de fútbol,
decimos innumerables trabajadores cuyo producto es incoloro,
inodoro e impalpable. El estadígrafo no duda: el sueldo pagado
mide el valor agregado por el trabajador, aun cuando pueda tratarse del
sueldo de un ñoqui. La suma de todas esas retribuciones que
puede alcanzar cifras gigantescas no tiene como contrapartida el
menor objeto tangible con el cual pudiera construirse, por ejemplo, una
pequeña escuela, un caminito barrial o una vereda. El padre de
la Economía Política, Adam Smith, percibió que el
crecimiento era acumulación de capital productivo, es decir, de
bienes tangibles, y llamó productivo al trabajo cuyo
fruto era materia, capaz de ser acumulada o transferida: El trabajo
del obrero manual se fija y toma realidad en algún objeto determinado
o artículo vendible, que dura por lo menos algún tiempo
después de terminado el trabajo. Es, como si dijéramos,
una cantidad de trabajo almacenada y guardada para ser empleada alguna
otra vez en caso necesario. Ese objeto, o, lo que es lo mismo, el precio
de ese objeto, puede, si fuese necesario, poner más tarde en movimiento
una cantidad de trabajo igual a la que se empleó en producirlo.
El trabajo de algunas de las más respetables categorías
sociales no produce ningún valor y no se fija o toma realidad en
ningún objeto permanente. Cualquier economista le hablará
de años recientes de alto crecimiento del PBI, pero también
podrá señalar el crecimiento del sector servicios; y a la
vez la caída de la industria lo que cualquiera verifica mirando
la cantidad de manufacturas importadas que antes producía la industria
local, o preguntando a la gente si vive mejor o peor. ¿Crecimos
o creemos tener un PBI artificialmente alto? Haga un test: dé una
vuelta a la manzana y vea en qué ha mejorado el vivir de sus vecinos
sus casas, ropa y consumos de diez años a esta parte.
Un
grande
Los argentinos no somos desagradecidos, pero sí
un poco olvidadizos, lo que a veces conduce al mismo resultado. Hoy sabemos
(o creemos saber) mucho acerca de Evita y Perón y casi nada acerca
de Alejandro Bunge. Nació en la ilustre familia de ese apellido,
el 8/1/1880, en Buenos Aires. Estudió bachiller y luego un año
en la Facultad de Derecho y otro en la de Ingeniería de la UBA,
que continuó en el Tecnológico de Hainichen, Sajonia. En
1903 obtuvo el título profesional de ingeniero eléctrico.
Actuó profesionalmente en Gerona, España, en la reforma
de maquinaria,fábrica de dínamos, turbinas e instalaciones
de luz y fuerza. Ejerció la profesión nueve años
en Buenos Aires, con interrupción en 1909 por estudios técnico-industriales
en Alemania. Además encaró estudios económico-sociales
y estadísticos como jefe de la División Estadística
del Departamento Nacional del Trabajo. En 1913, la nueva Facultad de Ciencias
Económicas de la UBA lo tomó como profesor suplente de Estadística,
cátedra cuyo titular era el matemático italiano Hugo Broggi.
En 1915 ascendió a director nacional de Estadística de la
Nación. Al estallar la guerra se había frenado un proceso
de intensa expansión. ¿Hasta dónde se había
llegado? El tercer censo nacional se acababa de realizar y Bunge le extraería
frutos preciosos para el análisis económico. Con esos datos,
Bunge hizo una medición del ingreso nacional con criterios modernos
(la primera estimación la hizo Mulhall) en Riqueza y renta de la
Argentina (1917), y como subproducto estimó el costo de la vida
en la Capital Federal en el período 1910-17, que publicó
en el primer número (julio 1918) de su Revista de Economía
Argentina, y ello a su vez le permitió construir un método
de corrección monetaria. Esos trabajos despertaron la admiración
del decano E. Lobos y Bunge los comunicó a estudiosos como Irving
Fisher, interesado en la estabilización del dólar. Bunge
y Fisher se escribieron y se reunieron en Washington en enero de 1920.
La Academia de Ciencias Económicas lo contó como miembro
notable. Su producción como publicista fue extraordinaria, no igualada
por ningún otro economista argentino. Falleció en su ciudad
natal, el 24 de mayo de 1943. De él dijo Carlos E. Dieulefait:
Hombres de la talla de un ingeniero Alejandro Bunge le concedieron
a la Dirección de Estadística un posterior y alto prestigio
difícil de mantener.
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