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El muerto y el degollado

Por Alfredo Zaiat

Los brasileños están observando las penas argentinas del mismo modo que enseña aquel proverbio chino de sentarse en la puerta de la propia casa para ver pasar el cadáver del enemigo. Después de sentir una afrenta al orgullo de sentirse la potencia regional, cuando a principios de año el elenco estable de economistas de la city y hasta Domingo Cavallo y Carlos Menem aconsejaban qué debía hacer Brasil para superar la crisis precipitada por la devaluación del real, los brasileños ahora sacan pecho y miran con soberbia las desventuras argentinas. En la última edición de la revista de economía Exame, la de mayor circulación en el vecino país, se expresa la satisfacción de que el economista estrella del MIT Paul Krugman reconociera que se había equivocado con su pronóstico sobre el futuro de Brasil luego del ajuste del real. Y con ese crédito como respaldo, Exame se pregunta si la crisis argentina “no puede traer de vuelta la inestabilidad a Brasil”, como si la economía brasileña fuera una maravilla. Lo que no se dieron cuenta en su momento los argentinos y repiten el mismo error ahora los brasileños es que uno y otro país enfrentan una situación de extrema vulnerabilidad. Y que la actual crisis comercial entre ellos se parece más a una pelea entre pobres, aunque uno sea cinco veces más fuerte. Esto no es otra cosa que un muerto que se ríe de un degollado.
A pesar de ello, Brasil posee una ventaja respecto a Argentina: tiene una fuerte política de Estado para defender sus intereses económicos nacionales. Incluye un componente nacionalista en las discusiones comerciales que el elenco de funcionarios argentinos no tiene vocación de jugar. Quien mejor expresó esa estrategia, que reúne el consenso de casi todo el arco de políticos, gremialistas, empresarios y analistas, fue Luiz Felipe Lampreia. El ministro de Relaciones Exteriores afirmó, desafiando a los industriales argentinos, que “yo defiendo los intereses del gobierno brasileño; cada uno está en lo suyo y el comercio internacional es un juego bruto, sin elegancia”. Los brasileños aplican en este conflicto la política del poderoso ante el débil, recordando que para Argentina es más conveniente la sociedad con Brasil que a la inversa. Destacan que en los últimos cinco años Argentina registró superávit comercial en su relación con su socio mayor, y que ahora, después de la devaluación del real, ese saldo positivo sólo se reducirá pero no desaparecerá.
En definitiva, lo que está en discusión no es la esencia del Mercosur, sino cómo quedaron descolocados ciertos sectores ante el ajuste de la moneda brasileña: calzados, textiles, papel y pollos. Autos y azúcar forman parte de otras negociaciones. También está en juego es una relación de fuerza entre los dos socios más importantes del bloque regional. Y, fundamentalmente, el miedo argentino de una nueva devaluación del real. Si bien Argentina enfrenta una grave problema de competitividad, por el momento Brasil no tiene mucho para festejar, excepto que devaluó sin desencadenar una espiral inflacionaria, que si bien no es poco todavía no le permite cantar victoria. Ni uno ni otro pueden acceder fluidamente al mercado voluntario financiero internacional. Ambos acumulan abultados desequilibrios de las cuentas públicas. Los dos tienen pesadas deudas y para refinanciarlas pagan elevadísimas tasas de interés, que muestran su extrema vulnerabilidad externa. Además, y aquí lo que está en juego es una cuestión estructural que hace a la perspectiva de la inserción en el comercio mundial, Brasil y Argentina no son competitivos internacionalmente en productos de valor agregado, y sólo ocupan posiciones de liderazgo en commodities primarios e industriales. En realidad, más que pelearse en el propio rancho, deberían encontrar un estrategia común para encontrar, asociados, un lugar más notable en el mundo.