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Buena
Moneda
Canción
para mi muerte
Por Alfredo Zaiat
Hace diez años tenía poder. Sus dirigentes
recibían la reverencia de los políticos y cada uno de sus
reclamos se transformaba en una desmesurada presión sobre el Gobierno.
Llegó, incluso, a aparecer como garante de un plan económico,
como en el fallido Primavera durante el ocaso del alfonsinismo, en 1988.
Pero diez años es mucho para todos, pero parecen muchos más
para la Unión de lo que queda de la Industria Argentina. No sólo
cambiaron las caras de los dirigentes que conducen esa cámara empresaria;
también se ha modificado el mapa del poder económico, motivo
más que relevante para explicar la enflaquecida imagen que muestra
hoy la UIA. No se trata sólo de nombres más o menos conocido
o de mayor o menor acuerdo con las ideas que se postulan, que por lejos
son más simpáticas que las que sostenían hace unos
años. Lo que sucede es que la UIA ha perdido representatividad
en el mundo de las grandes empresas y, por lo tanto, ha dejado de tener
esa influencia arrogante sobre la agenda económica.
Parece un chiste mal contado o, en realidad, una ironía de un modelo
por el que tanto bregaron en su momento la peculiar característica
que reúne la actual conducción de la UIA. La mayoría
de sus integrantes no tiene una compañía a cargo, vendida
al mejor postor cuando se presentó la oportunidad de cambiarla
por muchos dólares. Otros, como Guillermo Gotelli, posee cada vez
menos peso en su empresa (Alpargatas), que está en una informal
convocatoria de acreedores. Similar situación vive el papelero
Héctor Massuh. El titular de la cámara industrial, Osvaldo
Rial, posee una pequeña fábrica metalúrgica en el
Tigre. Si no fuera por la omnipresencia del Grupo Techint, con Roberto
Rocca como patriarca, y con la participación con un perfil más
bajo de Arcor, la UIA ya se hubiera desmoronado como en su momento le
sucedió a la CGE, otrora poderosa agrupación empresaria.
Basta recordar que hace diez años el presidente de la UIA era Gilberto
Montagna (ex dueño de Terrabusi), empresario que llegó a
tener tanta influencia que le permitía enorgullecerse públicamente
por eludir el pago de impuestos. Y que luego lo reemplazó Jorge
Blanco Villegas (ex dueño de Philco). O que, en los días
que la UIA jugaba fuerte en el tablero político, el entonces poderoso
banquero Ricardo Handley, del Citibank, ambicionaba la principal poltrona
de la Unión. Llegó a ser tan seductor ese cargo que hasta
Francisco Macri coqueteó con ser el líder de los industriales.
Pero el destino fue otro para la UIA. Durante años peleó
por la apertura, la desregulación, la privatización y una
economía de mercado. Todos esos reclamos fueron atendidos por Carlos
Menem. Pedidos que fueron, en definitiva, los que la sepultaron como factor
de presión y protagonista en la definición de estrategias
industriales. La extranjerización de la economía, derivación
inevitable del modelo que postulaban con energía fundamentalista,
ha transferido el polo de atracción hacia otro lado. Las multinacionales
no necesitan de una cámara sectorial local para hacerse oír.
Sus estrategias son definidas en la casa matriz, y en la Argentina colocan
a un gerente que les reporta sin importarle la política doméstica.
La UIA dejó así de ser un interlocutor privilegiado pero,
paradojas de la globalización, a la vez es el único institucional
que tienen los políticos para discutir el destino de lo que queda
de la industria nacional. En realidad, ambos han quedado desamparados
tarareando nostálgicos Canción para mi muerte,
el viejo son de Charly García y Nito Mestre en Sui Generis, que
empezaba hubo un tiempo que fue hermoso ....
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