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América chatarra

Por Raúl Dellatorre

Desde la crisis de la deuda en 1982, América latina no vivía un momento como el actual. La coincidencia de recesiones en todos los países de la región –contexto al cual escapa únicamente México–, sumada a la extrema vulnerabilidad en su sector externo, colocan al subcontinente en una situación pocas veces vista en el pasado. Hoy no son pocos los que la ven como el escenario del próximo estallido de la crisis. Los esfuerzos de América latina por “diferenciarse” en medio de la crisis financiera global resultaron vanos. La única posibilidad de lograrlo hubiera sido pertenecer a otro mundo o, al menos, no vivir conectada al respirador artificial de los capitales externos. Argentina no está sola en sus padecimientos.
La región salió de la crisis de la deuda de principios de los ‘80 de la mano de una amplia refinanciación cuya estrategia fue delineada por el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Nicholas Brady. El sometimiento a cumplir los compromisos entonces asumidos dio origen a lo que pasó a ser denominada “la década perdida”, por el estancamiento de sus economías hasta principios de los ‘90.


Fue en ese momento que el diagnóstico formulado por el Banco Mundial responsabilizó a los problemas estructurales como causantes de la decadencia de América latina. La receta, entonces, fue la aplicación de un duro plan de ajuste cuyos componentes eran la apertura económica, desregulaciones y privatizaciones. Unos después de otros, los países democráticos de la región fueron adoptando la medicina recomendada por el Consenso de Washington.
Los resultados entusiasmaron a sus impulsores, mientras fueron medidos por el crecimiento del PBI y las cifras del comercio exterior. El panorama en materia de pobreza, desempleo y marginación era otro, pero este aspecto no preocupó a inversores y prestamistas, que volcaron sus capitales a la región con excelentes rendimientos.
La explosión asiática, en el segundo semestre de 1997, empezó a mostrar que la región dependía más de factores externos que de su propia disciplina fiscal. Contra los pronósticos de los gurúes, la crisis no se limitó al sistema financiero, sino que rebalsó hacia la economía real. Y también por esa vía llegó el contagio a la región.
Chile recibió el impacto directo, al haber sido el país latinoamericano que mayor penetración había logrado en el mercado asiático. La caída de la demanda oriental quebró sus exportaciones, motor fundamental de la economía trasandina. Meses después, ya en el transcurso de 1998, los demás empezaron a sufrir las consecuencias de la depresión del comercio mundial. A fines de 1998, los precios de los productos básicos exportados por Latinoamérica (excluido el petróleo) habían decrecido en un 13 por ciento, según cálculos de la Cepal. El crudo, en tanto, bajó un 38 por ciento en el mismo período. La economía regional empezó a dar cuenta de su dependencia de los productos primarios, que se había acentuado en manos de una apertura que la especializó en dicha oferta, contrariamente al proceso de industrialización propio del período de sustitución de importaciones de posguerra. Paralelamente, había profundizado su dependencia de insumos, bienes de capital y de consumo importados, cuyos precios no descendieron en igual medida que los anteriores, lo que amplió la brecha de los déficit comerciales de la región.
Todo el proceso de transformación aperturista de los ‘90 tuvo como base de financiamiento el capital externo. Pero los préstamos y las colocaciones financieras prevalecieron sobre la inversión extranjera directa, dando como resultado un aumento de la deuda externa y, consecuentemente, de la cuenta de intereses a pagar en cada año. Cuando la crisis financiera internacional amenazó con cerrar el grifo, al tiempo que crecían las necesidades de fondos, la región entró en cortocircuito. Brasil fue el que sufrió, desde mediados de 1998, las peores consecuencias por la huida masiva de los volátiles capitales especulativos. El comercio intrarregional creció proporcionalmente más que el intercambio con otras regiones durante la última década, pero ello no fue suficiente para aliviar el dolor provocado por las crisis mundiales. Por el contrario, a medida que uno a uno los países iban sintiendo el impacto por las recesiones remotas o por la interrupción en el flujo de capitales, fueron contagiando a sus socios regionales el efecto. Los acuerdos comerciales, como el Mercosur, se revelaron en medio de la crisis como campos de disputa entre los países miembros antes que como mecanismos de asociación para enfrentar unidos el embate externo.
La globalización y las políticas neoliberales dejaron, ahora, su cara más desagradable a la vista. El programa de rescate de emergencia que actualmente arma el FMI para Ecuador podría verse necesitado de multiplicarse, si es que antes no fracasa. Pero aun si es exitoso en lo financiero, dejará como saldo un mayor sacrificio para la población. Brasil es el ejemplo de que aun los recursos abundantes (se pusieron a su disposición 41.500 millones de dólares) no son suficientes para superar la crisis. Alguna vez, Paul Krugman advirtió que los remedios recomendados por los organismos internacionales (subir tasas de interés para evitar la huida de capitales, restringir el gasto público) eran una solución de banqueros pero no de economistas: podían restablecer la confianza de los mercados pero profundizaban la recesión.
Latinoamérica quedó expuesta: con las defensas bajas y pronóstico de recesión prolongada –en condiciones propicias, además, para la ebullición social–, es candidata para los próximos ataques especulativos. Los gobiernos, atados de pies y manos, es poco lo que pueden hacer para evitarlos. Y los organismos internacionales se han demostrado sucesivamente más ineficaces en cada capítulo de esta crisis sistémica.
El panorama de Argentina prácticamente no deja ninguno de los flancos débiles señalados afuera. Bajo esas condiciones, está destinada a compartir la suerte del resto de los países de la región. Por ahora, la única propuesta que se exhibe es sentarse a esperar que el frente de tormenta que se avecina cambie de rumbo.

Opinan dos asesores de inversores extranjeros

Pedro Lacoste,economista
“Escena de incertidumbre”

“El crecimiento económico de América latina de la segunda parte de la década será menos de la mitad que el registrado en los primeros cinco. En ese desaceleramiento confluyeron varios factores: la caída de los precios de los commodities, el aumento en el costo de financiamiento tras la crisis rusa y brasileña y los distintos shocks externos que padeció la región a partir de 1997. En ese contexto, salvo México, los demás países se sumergieron en un escenario de incertidumbre sobre la marcha de sus economías en el marco de una suba del desempleo y descontento social. Latinoamérica va a tardar en volver a la senda del crecimiento. No descarto que, como consecuencia de esa delicada situación, los gobiernos busquen salidas heterodoxas y se replantee el actual consenso regional sobre política económica. Todavía es prematuro para arriesgar un pronóstico en ese sentido. Pero, en principio, podrían darse reacciones dispersas, puntuales, como de alguna manera se acaba de dar en Ecuador, donde se está planteando la postergación de los pagos de los bonos Brady”.

José Siaba Serrate, economista
“Igual que Asia 1997”

“América latina tomó el lugar que tuvo el sudeste asiático en el ‘97, aunque la crisis en nuestra región se dio de una manera más suave. La diferencia es que a los países asiáticos los obligaron a revertir drásticamente sus déficit de cuenta corriente, algo que se toleró en Latinoamérica. No hay que perder de vista que la crisis coincide con un ajustado calendario electoral en la región que recién se completa a mediados del 2000, lo que da idea de una confluencia entre crisis económica y transición política. No puede descartarse un empeoramiento de los problemas, en especial si Estados Unidos llega a aplicar sucesivas alzas de la tasa de interés. A Ecuador también hay que prestarle atención: es el primer caso en donde el Estado les pide a los tenedores de bonos Brady flexibilidad para el cobro de los intereses de la deuda. El planteo, que cuenta con el apoyo del FMI, podría redundar en que las condiciones de financiamiento se endurezcan todavía más y, por lo tanto, se haga más lenta la recuperación.”

Roberto Bouzas, economista de Flacsol
“Brasil tiene la llave”

Por Claudio Zlotnik

“Se necesitan cambios de fondo para afrontar el nuevo escenario económico”, piensa Roberto Bouzas, economista de Flacso, especializado en economía internacional. Para el especialista, la solución de la crisis recién llegará en el largo plazo. Mientras tanto, los países latinoamericanos deberán acostumbrarse a convivir con un menor flujo de capitales y tasas de interés en ascenso.
–¿Cuáles son las causas del actual ciclo recesivo que atraviesa a América latina?
–Es cierto que, con la única excepción de México, los demás países de la región atraviesan por un ciclo recesivo. Si bien las razones de la crisis obedecen a particularidades de cada país, es cierto que existen motivos en común: la caída de los precios de los productos básicos (de los cuales las economías latinoamericanas son muy dependientes); las dificultades en el acceso al financiamiento; y la crisis en Asia, que golpeó decididamente a Chile, por ejemplo. Para entender lo que está sucediendo en la región, no hay que perder de vista que, junto con la globalización, las economías de los países se han vuelto mucho más interdependientes y son propensos a contagiarse los problemas entre sí. Y, en este contexto, la situación no es igualitaria ya que algunos países son más vulnerables que otros. De hecho, lo que suceda en Brasil, México, Chile o Argentina marcará la tendencia del resto.
–Justamente, Brasil atraviesa un momento delicado y Argentina está en medio de una transición política. ¿Cuál es la clave para superar los problemas?
–Respecto del desenvolvimiento de la actual crisis surgen varios dilemas. La principal incertidumbre es si Brasil va a ser capaz de solucionar sus problemas que, a esta altura, ya son más políticos que económicos. Lo real es que Fernando Henrique Cardoso vio desgastar su poder de manera dramática, y esta situación le va a complicar la resolución de las dificultades de la economía ya que existen severas resistencias internas. El tema es grave porque creo que la llave para salir de la crisis latinoamericana sigue en manos de Brasil.


Uno por uno
Diagnóstico reservado

Argentina. El producto bruto caerá este año no menos de un 3 por ciento, mientras que la industria ya registra un retroceso anual del 14,5 por ciento. La desocupación volvió a crecer, alcanzando al 14,2 por ciento. El déficit del sector público centra la preocupación de los sectores políticos por las complicaciones para su financiamiento externo para cuando se inicie el próximo período presidencial.
Brasil. El producto bruto decreció en un 0,9 por ciento en el primer trimestre y, se estima, en un 0,7 por ciento en el segundo, con respecto al año anterior. El gobierno se encuentra en una situación de debilidad sin precedentes. No logra obtener apoyo en el Congreso a las reformas fiscal y administrativa. El real sigue sometido a embates del mercado especulativo, oscilando en torno al nivel de mayor depreciación desde marzo.
Chile. El desempleo alcanzó al 11,1 por ciento en el trimestre mayo/julio. La producción industrial sufrió una caída interanual del 7,2 por ciento a julio. Para el PBI, se estimaba una caída anual del 3,4 por ciento para el segundo trimestre. El precio del cobre –su principal producto de exportación– cayó este año en un 10 por ciento con respecto al año pasado, que se suma a la baja del 27 por ciento entre 1997 y 1998.
Colombia. La producción industrial verificó, al mes de junio, una caída anual del 14,5 por ciento. Las exportaciones se han visto particularmente afectadas por la caída del precio del café y la recesión de los principales países compradores (Ecuadro y Venezuela). La devaluación de su moneda no tuvo repercusiones positivas sobre las ventas externas.
Ecuador. La crisis la puso al borde de una moratoria de la deuda. Negocia un plan de ajuste con el FMI que profundizaría la recesión. Los servicios de la deuda representan el 37 por ciento del gasto público, proporción que se estima que seguirá creciendo. La deuda pública a corto plazo supera el PBI anual, lo cual hace que la situación sea insostenible. Atraviesa la peor crisis de los últimos 60 años.
México. Apoyado en su vinculación comercial con Estados Unidos y en el crecimiento del precio del petróleo, el PBI mostró un aumento anual en el segundo trimestre del 3,2 por ciento. La producción industrial creció un 5,2 por ciento, mientras que el déficit comercial se redujo en el primer semestre en un 29 por ciento con respecto a 1998. La hegemonía del PRI está amenaza por su crisis interna y la inesperada alianza de las fuerzas de oposición.
Venezuela. El PBI cayó en el segundo trimestre a una tasa interanual del 9,9 por ciento. El gobierno busca estabilizar su presupuesto al compás de la recuperación del precio del petróleo, que sufrió una fuerte depreciación hasta febrero de este año. El nivel de desempleo alcanza al 15 por ciento y la pobreza afecta al 80 por ciento de la población.
Uruguay. La producción industrial cayó un 6 por ciento en el último año y la tasa de desocupación trepó al 11,1 por ciento. Fue particulamente castigada por la retracción de las compras brasileñas, que junto a las argentinas absorben el 55 por ciento de sus exportaciones. Mantiene un déficit comercial crónico de 1000 millones de dólares, que este año podría crecer.

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