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Una roca en el camino

Por Alfredo Zaiat

En las próximas ocho semanas los equipos de campaña de Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa jugarán sus mejores fichas para que el destino de las urnas no les sea esquivo. Uno u otro, quien sea el ganador de octubre, deberá luego articular el período de transición con Carlos Menem, cuidando que el traspaso del mando sea lo menos traumático posible. En estos días de tensión entre los candidatos resulta obvio que las elecciones y la posterior transición política concentrarán la atención de todos. Pero a la vez, sin urnas ni campaña de afiches y spots televisivos, se está desarrollando otra transición. No tan importante a nivel institucional pero que resulta relevante para la dinámica económico-social y la forma que puede adquirir el desenlace de la Convertibilidad. Los protagonistas de ese proceso son los integrantes del poder económico concentrado, que se expandió y consolidó durante los diez años de gobierno de Carlos Menem. Grupos económicos locales, conglomerados extranjeros y bancos acreedores han empezado a divergir en sus intereses luego de una década de alianza estratégica, constituida para adueñarse del proceso de privatización de empresas públicas. Esa etapa concluyó. Y ya comenzó otra inaugurada formalmente por el titular del Grupo Techint, Roberto Rocca, el industrial más poderoso de Argentina, cuando planteó la devaluación como una alternativa que no puede descartarse. En esta transición que se ha abierto en la articulación dentro del bloque económico la experiencia histórica indica que cuando se genera una fragmentación en la cúpula del poder empresario irrumpen conflictos económicos.
Durante los ‘80 los grupos locales y la banca acreedora disputaban por los recursos del Estado. Los primeros capturando fondos públicos mediante contratos, subsidios y renta financiera. Los otros succionando dólares con el cobro de la deuda externa. La crisis hiperinflacionaria de 1989 fue la consecuencia de un Estado quebrado en esa puja, que le sucedió una reestructuración económica y social basada en la apertura y privatización. En ese proceso algunos grupos locales quedaron en el camino. Otros conformaron una santa alianza con la banca acreedora junto a un nuevo actor internacional, las empresas operadoras de las compañías que se privatizaron.
Ese bloque se consolidó en los ‘90 y, concluidos los negocios en común, cada uno quiere seguir el mandato de sus propios intereses. Los grupos locales ya vendieron sus participaciones en las privatizadas con una ganancia financiera espectacular, además de desprenderse de muchas de sus empresas compradas por multinacionales. También emprendieron la retirada los bancos acreedores. Y los operadores se quedaron con las privatizadas que les brindan en mercados monopólicos tasas de retorno muy superiores a las que consiguen en sus países de origen.
A partir de esa separación se disparó el debate sobre aspectos centrales de la Convertibilidad, como el tipo de cambio. Para las multinacionales y operadoras de privatizadas una devaluación les significaría una pérdida importante de capital luego de las millonarias inversiones realizadas en activos fijos. Así se entiende la presión exitosa que tuvieron para dolarizar sus tarifas, a la vez de ser los principales impulsores de la dolarización para, de ese modo, anular el riesgo cambiario. Por lo contrario, los grupos locales han registrado un importante incremento de sus activos líquidos, en sus cuentas en dólares en el exterior, luego de la venta de sus empresas y participaciones en consorcios, lo que una devaluación significaría una fuerte ganancia de capital. ¿Quién será el ganador en esa pulseada?