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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Meu Brasil manufatureiro

Los hechos económicos son guerra en parte y en parte paz. Guerra, en tanto no hay acuerdo entre quienes pretenden cosas distintas y aun antagónicas. El empleador, decía Adam Smith, “pretende pagar lo menos posible por el trabajo que contrata” y el empleado, como es natural, aspira exactamente a lo contrario. La paz se da al alcanzarse un punto de acuerdo o convergencia. Hay dos caminos para alcanzar la paz: a las trompadas o sujetándose a convenios aceptados por las partes antes de empezar el conflicto. Por el camino de las trompadas, gana siempre el más fuerte: un contendiente tres veces mayor que el otro, ya ganó antes de empezar a pelear. “No resulta difícil prever cuál de las dos partes tendrá en todas las situaciones corrientes la ventaja en la disputa y la que obligará a la otra a someterse a sus condiciones”, decía Adam Smith: los patrones poseen capital y tienden a ser solidarios; los trabajadores carecen de él, están atomizados y compiten entre sí por los puestos de trabajo. Tanto unos como otros buscan su propio interés, sólo que desde posiciones de poder distintas. Y acaso sea legítimo pensar que todo hombre actúa por su interés, pero en posiciones de poder sus actos pueden volverse en contra de los demás. En la Argentina nada es tan poderoso como el Poder Ejecutivo, y la sociedad toda está a merced de sus actos, entre ellos el gasto público. La Ley de Convertibilidad, en el fondo, no hizo sino convertir la discrecionalidad en el uso de la maquinita de imprimir dinero, en una sujeción a una ley del Congreso. El poder sólo cede ante la norma. Un país sin normas y sin un Poder Judicial que las aplicase imparcialmente, sería un cazadero de débiles por parte de poderosos, una selva cabal. Y debemos agradecer a Milton Friedman su defensa de la norma frente a la discrecionalidad. Hoy Brasil es tres veces más grande que la Argentina, octava potencia industrial en el mundo, y sin pausa extingue nuestra industria en favor de la suya: hasta el alimento de perros viene hoy de Brasil. Este país, consciente de su mayor peso económico, no cesa de enviarnos mensajes de poder a través de discrecionalidades. Y la Argentina, ¿con qué política busca equilibrar intereses? ¿trompadas o normas? País de machos y vivos, usa la política de las trompadas, que llamamos “negociación”, como si pudiéramos imponer nuestros términos al grandote, o ganarle a Itamaraty en el terreno diplomático.


Apertura, globalización

En 1846 el Reino Unido dispuso la libre importación de materia prima alimentaria e industrial extranjera, e impuso igual régimen a sus colonias y países políticamente independientes, pero vinculados con el RU por nexos comerciales y financieros. El enorme espacio comercial planetario pasó a comportarse como un conjunto de provincias de un único país, y las provincias como dependencias de un mismo gobierno central. Dos obras disímiles, ambas de 1848, captaron agudamente la nueva situación. John Stuart Mill escribió: “Hay una clase de comunidades comerciales y exportadoras, que apenas pueden considerarse países que intercambian mercancías con otros países, sino más propiamente establecimientos agrícolas o manufactureros en ultramar, pertenecientes a una comunidad más amplia. Nuestras colonias en las Indias Occidentales, por ejemplo, no pueden considerarse como países con un capital productivo propio. Si Manchester, en lugar de hallarse donde está, fuera un peñón en el mar del Norte (conservando su industria actual), seguiría siendo una ciudad de Inglaterra, no un país que comerciase con Inglaterra; no sería sino, como hoy, un lugar en que Inglaterra halla conveniente conducir su manufactura algodonera. Las Indias Occidentales, de igual manera, son el lugar donde Inglaterra halla conveniente conducir la producción de azúcar, café y algunas otras mercancías tropicales. Todo el capital empleado es capitalinglés; casi toda la industria es efectuada para el uso de Inglaterra. El comercio con las Indias Occidentales, entonces, apenas puede considerarse comercio exterior, sino más bien semejante al tráfico entre ciudad y campo, sujeto a los principios del comercio interior”. Por su parte, Marx y Engels escribieron: “La gran industria ha creado el mercado mundial. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, que ya no emplean materias primas indígenas, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. Se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones”.