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El que avisa no traiciona

Por Alfredo Zaiat

Las petroleras tienen a favor que el precio del producto que venden son centavos por unidad. Cuando el automovilista ingresa a una estación para cargar nafta pide llenar el tanque o indica cuántos pesos quiere de combustible, sin importarle la cantidad de litros. Con ese comportamiento, el consumidor de nafta es diferente del resto. A nadie se le ocurriría entrar a un local de un shopping y pedir “déme 30 pesos de remeras”, o en un restaurante ordenar “22 pesos de bife de lomo”. Así dadas las cosas, las petroleras aplican ajustes de centavos en las naftas sin que sean percibidos o, en todo caso, sin provocar reacción de los dueños de los autos. Pero si bien son peniques para el consumidor representan un importante ingreso para las compañías por el volumen total comercializado. Sin resistencia, entonces, las petroleras aumentan los precios cuando sube el crudo y no los mueven cuando baja. En esta misma columna, el 25 de abril pasado, se escribió: “Hay que estar preparados porque el que avisa no traiciona. El petróleo se está recuperando desde sus valores mínimos... Durante la depresión de los precios las petroleras locales no trasladaron esa baja a las naftas. En mercados desregulados y con una casi nula intervención oficial para evitar el abuso de empresas dominantes, no sería extraño que las petroleras suban los combustibles argumentando el alza internacional del crudo”.
Y no hubo traición. El valor del crudo se disparó hasta casi 24 dólares y las petroleras, silenciosamente, como quien hace una picardía y espera que nadie se dé cuenta, han estado modificando el cuadro tarifario. El ajuste promedio fue de casi 5 por ciento. Como se sabe, empujado por la crisis asiática y una baja del consumo mundial el crudo se había derrumbado hasta 11 dólares. Esa baja se extendió por poco más de un año y medio hasta que los países productores decidieron una acción concertada para limitar la producción y así subir la cotización. Por no alinear los precios con esa baja experimentada por los combustibles en el mercado internacional, las petroleras locales tuvieron ingresos adicionales por cerca de 1000 millones de pesos en un año. Esto ocurrió a pesar de que la convergencia de los valores locales con los internacionales fue uno de los objetivos centrales invocados por el Gobierno al desregular el sector en 1991. Y esas superutilidades salieron del bolsillo de los consumidores, debilitando además la competitividad de la economía.
El mercado local de combustible es la antítesis de un mercado de competencia perfecta. Tiene una oferta altamente concentrada (YPF, Shell, Esso y EG3 manejan el 85 por ciento) frente a una demanda atomizada y escasa incidencia de la competencia externa. De esa forma se desarrollan en toda su dimensión los patrones de comportamiento de mercados oligopólicos que no están sujetos a regulación alguna. Como es de suponer, esto se reflejó en la evolución de las ganancias de las principales petroleras. La tasa de rentabilidad de las refinerías en la Argentina es de las más altas del mundo, al alcanzar el 40 por ciento, según especialistas de la Fundación Bariloche.
Pese a todo, la legislación actual de defensa de la competencia ofrece elementos suficientes para ejercitar algunos instrumentos regulatorios, en caso de que existiera voluntad política de aplicarlos. La conducta del oligopolio petrolero se inscribe, sin duda, en los comportamientos considerados como potencialmente atentatorios de la competencia, que la norma dispone para esos casos multas de hasta el doble de los beneficios ilícitamente obtenidos.