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Canal
de aguas turbias
Por
Alfredo Zaiat
La
niña está al frente de la clase respondiendo segura a las
preguntas que le hace una voz en off. Todos los interrogantes, en forma
didáctica, son referidos a la corrupción. Cuando le preguntan
qué hacer con los corruptos afirma, enfática, que tienen
que estar en la cárcel. Finalmente, el spot publicitario
de la Alianza convoca a votar para que no haya un presidente corrupto.
Aunque la mayoría de los economistas prefiere entretenerse con
las cuentas fiscales, la política monetaria o la mayor o menor
vulnerabilidad externa, la corrupción también es una cuestión
que debería ser abordada desde la economía, como parte constitutiva
del actual modelo. Y no sólo desde la moral. Lo que el comercial
de la alumna aplicada no responde es si la Alianza, en caso de ser gobierno,
enfrentará ese problema con todas sus implicancias, incluso desde
su impacto en la economía, o se quedará satisfecha con un
par de casos emblemáticos (María Julia, Víctor Alderete)
para tranquilizar conciencias. Esto último es lo mismo que hace
Roque Fernández con el Canal Federal. Se opone y así duerme
en paz. Como cuando era presidente del Banco Central y se indignaba ante
sus más estrechos colaboradores por el nivel de corrupción
que había en el menemismo. Mientras tanto, al igual que Domingo
Cavallo en su momento, continúa siendo funcionario del Gobierno.
Resulta evidente que Roque no es el ministro de Economía que necesita
Carlos Menem en sus últimas semanas en el poder. Pero, a la vez,
le resulta imprescindible para que el final de sus diez años no
sean traumáticos y remitan al epílogo del gobierno de Raúl
Alfonsín. Como está estructurado todo el andamiaje técnico-jurídico
del Canal Federal, proyecto tan anhelado por el Presidente, quien firme
las avales incondicionales tal como reclaman las empresas tendrá
que ir derecho a explicar a Tribunales semejante disparate. Y Roque sabe
que después del 10 de diciembre no tiene ninguna cobertura política
que lo proteja, puesto que él quiere volver a su mundo académico
del CEMA. Y, además, se ha ganado tantos enemigos en el ala política
que no tiene esperanzas de que alguien mueva un dedo a su favor.
El despropósito de la operación Canal Federal surge de que
el contrato firmado por María Julia y las empresas tiene condiciones
diferentes al fijado en el decreto convocando a la licitación de
la obra. En esa norma se dispone que los avales se entregarán a
medida de la ejecución de los trabajos. En cambio, el consorcio
adjudicatario (Techint, Roggio y la brasileña Andrade Gutiérrez),
con la venia de un sector del Gobierno, pretende que esas garantías
oficiales sean entregadas antes de la iniciación de las obras.
Es el típico comportamiento ganancias para las empresas-riesgo
para el Estado. Y no es sólo una cuestión de riesgo.
También está en juego una utilidad financiera nada despreciable.
Con avales incondicionales, el grupo encargado de construir el Canal Federal
conseguiría dinero más barato de los bancos. Con el esquema
de avales dispuesto por el decreto, los privados tendrían que obtener
los fondos con sus patrimonios de garantía y, por lo tanto, a un
costo financiero más elevado.
Aunque a esta altura es poco lo que sorprende del menemismo, causa perplejidad
el desparpajo de ciertos funcionarios para defender lo indefendible con
el solo objetivo de beneficiar a las empresas del Canal Federal perjudicando
las finanzas públicas. Sólo se entiende semejante entusiasmo
para hacer esa obra de 190 millones de dólares sin importar nada
si las tierras que se beneficiarán con el agua que traerá
el Canal pasan de valer centavos a miles de dólares. ¿Menem,
Yoma, Yabrán son los dueños de esas tierras desérticas
que se convertirán en fértiles con el Canal Federal? Así
es fácil hacer negocios.
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