Una
recorrida por los obstáculos que deben sortear estos nuevos profesionales,
instruidos para todo menos para enfrentar la realidad de la salud en la
Argentina. Doctores Jr. que no viven nada de lo que se puede ver en ER
ni en Chicago Hope, cuentan cómo es entrar a trabajar
en un hospital público, soportar la tensión de días
que tienen 36 horas, luchar contra las carencias y aún así
sobrevivir para curar.
TEXTO: BRUNO MASSARE
FOTOS: TAMARA PINCO
Lo primero que te dicen cuando llegás acá
es que se trabaja a cama caliente. Y enseguida te das cuenta de lo que
eso significa. Que la cama no se va a enfriar cuando le den el alta a
un paciente, porque al toque va a llegar otro que ocupará ese lugar.
El que habla es Mariano Fernández Acquier (26), uno de los tantos
médicos residentes de hospitales. El lugar que eligió para
iniciarse y especializarse no es precisamente un lecho de
rosas: el Hospital Posadas es un gigante revestido de ladrillos marrones
enclavado en el conurbano bonaerense, a unas pocas cuadras de la Villa
Carlos Gardel, y que funciona como centro de derivación principal
de toda la provincia de Buenos Aires.
El sistema de residencias médicas es casi la única alternativa
que tiene un médico recién recibido para formarse en alguna
especialidad y así poder ejercer su profesión. Suelen durar
de 3 a 4 años y se realizan tanto en hospitales públicos
como privados. Tras un exigente examen y a veces también una entrevista
el promedio general de la carrera es el tercer factor de decisión
una pequeña élite que actualmente no supera el 20 por ciento
de los que egresan anualmente logra acceder a este privilegio,
por el que cobran entre 700 y 1.000 pesos mensuales. Para el resto el
panorama es sombrío: o bien optan por una concurrencia una
versión en negro de la residencia, ya que no se cobra nada por
hacer casi el mismo trabajo de un residente o de lo contrario las
alternativas son: de médico de ambulancia, visitador a domicilio
o el vestuario de un club con la sola finalidad de revisar los pies de
los bañistas.
La
mayoría de ellos está entre los 25 y los 30 años.
Saben que el título de médico ya no los ubica en el pedestal
de la sociedad y que aún menos les asegura un futuro. A la hora
de elegir un lugar para hacer la residencia rinden en varios hospitales
a la vez. Siempre te puede tocar un mal día y un examen decide
lo que será de tu vida durante los próximos años,
coinciden. Y una vez adentro la formación muchas veces tiene su
precio. Una cantidad de horas de trabajo que puede superar cualquier límite
legal, estrés, un sistema verticalista no exento de maltratos y
una realidad del hospital público que golpea de cerca y poco tiene
que ver con la de relucientes sanatorios que aparecen en las series de
TV. Pensar en las vicisitudes de un George Clooney es solo una irrealidad
más de la tele.
-
Ya pasado el mediodía una fila de 20 personas, entre grandes y
chicos, desemboca en la Guardia del Hospital de Niños. Sus rostros
delatan que la espera ha sido larga y que probablemente se extenderá
por varias horas. Alguien reparte unos volantes azules: Unete a
los fieles del Señor, ven a las charlas del Reverendo Annacondia
(¿Anna qué?). En un primer piso de paredes y azulejos blancos,
Mariana Boragina está cerca de completar su primer año como
residente y reconoce que recién ahora se siente segura frente a
los pacientes. Cuando empezás la residencia es la primera
vez que atendés a alguien, antes sólo lo hacés ayudando
a otro médico, pero nada más. Apenas entré me quería
morir, estaba en la sala de internación y me sentía perdida,
asustada. Y las guardias son lo peor. Una guardia puede significar estar
despierta 36 horas, porque después tenés que seguir con
tu jornada normal y entonces ya no sos la misma persona, te tiemblan las
manos, transpirás y no atendés a la gente como deberías,
cuenta. El problema de las guardias es que a veces estás
muy solo a la hora de hacer algo, de todas formas están los residentes
mayores y la responsabilidad recae sobre ellos, dice Carlos Aveleira,
que ya lleva un año de Clínica Médica en el Hospital
Lanari, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Al principio
estaba aterrorizado, sabés que un error tuyo, algo que hacés
o dejás de hacer puede terminar en sanciones o hasta en un juicio.
Y encima acá te explotan con las guardias, no puede ser quedurante
los primeros meses sean día por medio, nosotros somos médicos
y sabemos que nadie puede soportar ese ritmo de trabajo, se indigna
Carlos.
Emiliano
Maranesi tiene 26 años y lo suyo es la cirugía. El lugar:
el Hospital Méndez, más conocido como el IMOS, bastión
del peronismo sindical que atiende a 300.000 empleados municipales en
su edificio del barrio de Caballito. El de las residencias es un
régimen muy verticalista. En primer año estás para
lo que se necesite, tenés que hacer de enfermero, de camillero,
esterilizás instrumental y sos una especie de comodín que
sirve para llenar los baches. Pero en otros lugares es peor todavía.
En el Clínicas te tratan mal, y si te equivocás en algo,
además de los gritos, puede ser que el castigo sea que te dejen
de guardia toda la noche. Los hospitales universitarios son señalados
como los lugares donde el trato suele ser más áspero. En
una tarde soleada y ocre de otoño, el frente del Hospital Lanari
se viste con carteles y viejas sábanas en las que se lee No
al recorte presupuestario y Hospital cerrado por recortes.
Según Carlos, es un sistema un poco perverso, porque en general
el que quiere hacer una residencia está dispuesto a soportar muchas
cosas que no se justifican, desde tareas que no te corresponden hasta
malos tratos. Cuando te equivocás se encargan de hacértelo
sentir, a pesar de que se supone que te estás formando. Mucha gente
ve las series de televisión y se cree que acá es igual.
Pero en este hospital casi no podés pensar o analizar el caso,
porque cuando llegás a ver al paciente todavía no se le
hicieron análisis ni radiografías y vos terminás
encargándote de todo eso.
Mariano (Hospital Posadas) al igual que sus compañeros de residencia
-son 16 en total no alcanzaba a terminar sus tareas durante los
primeros meses. La solución que encontraron no fue la ideal pero
no había otra alternativa. Como trabajábamos lento
y encima la cantidad de gente cada vez era mayor nos quedábamos
a dormir acá, ya que se hacían las 10 o las 11 de la noche
y todavía teníamos cosas para hacer. El problema es que
al otro día es tu día de guardia y entonces te das cuenta
que no vas a salir nunca más de ahí. Se hace bastante difícil,
por eso a pesar de todo lo que te da una residencia como profesional,
mucha gente renuncia. Es común escuchar frases como me quiero
ir de este hospital, quiero ver el sol o ver a chicas llorando en
los pasillos. Entrás de golpe en un mundo que no conocés,
no sabés donde estás parado y el ritmo de trabajo te puede
llegar a enfermar. Y sigue: La facultad no te prepara para
esto. Los planes de estudio son anacrónicos y no tienen nada que
ver con la realidad. Si no hacés una residencia o una concurrencia
no podés poner un consultorio porque vas a hacer un desastre. A
medida que vas avanzando en esto te das cuenta de cuánto no sabés.
Y eso te pega, lo vivís con una tensión que hace que no
quieras que ingresen pacientes. Y si te llaman porque un paciente se complica,
porque no respira bien, estás tan alienado que te dan ganas de
matarlo.
La singular arquitectura del Hospital Garrahan resulta algo sombría
en la noche de un jueves. Hace frío y las sillas naranjas de la
guardia están casi todas ocupadas. Tras una recorrida que atraviesa
futuristas túneles, pasillos y escaleras se puede llegar hasta
el comedor de los médicos. Allí está Hernán
Rowensztein (27), residente de Clínica Pediátrica de uno
de los hospitales más prestigiosos del país. Los primeros
pacientes son siempre difíciles, uno llega con la formación
puramente teórica de la facultad y tenés que consultar a
cada rato. Sobre todo porque acá llega cualquier cosa: desde un
catarro hasta una meningitis. Por suerte estamos muy contenidos, siempre
hay un médico a quien recurrir y el trato es bastante bueno, a
diferencia de otros lugares, remarca. En otros hospitales la experiencia
no fue tan buena: cuando hacía unas prácticas como
estudiante en un hospital de Haedo, me quedaba solo en una guardia, acompañado
únicamente por residentes. Es una zona muy caliente y todos los
días recibíamos baleados o accidentados por choques. Recién
ahora tomoconciencia de lo que era eso, faltaban cosas básicas
y yo hacía muchas barbaridades.
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Una
sensación común a la mayoría de los nuevos médicos
es ese sentimiento contradictorio entre el miedo y las ganas de aprender.
Por un lado querés formarte, adquirir experiencia y probarte
a vos mismo, pero a la vez tenés tanto miedo que preferís
que no se dé la oportunidad, cuenta Carlos (Hospital Lanari).
Mariana (Hospital de Niños) relata una historia triste que refleja
ese golpe con la realidad: Hacía poco que había entrado
y me pusieron a cargo de una nena de 5 años que tenía una
enfermedad crónica, de deterioro progresivo, tanto físico
como mental. Ella fue empeorando durante varios meses hasta que falleció.
Fue muy duro para mí todo ese tiempo, no estás preparado
para algo así hasta que lo vivís.
También está la posibilidad de hacer la residencia en un
hospital privado, con sus correspondientes ventajas y desventajas. Mariano
Trevisan (Hospital Español, Cardiología) reconoce que estaba
muy feliz cuando entré pero ahora que me encuentro en medio del
baile estoy un poco saturado. En los privados no sufrís la burocracia
que hay en los públicos, si tengo que hacer un pedido de laboratorio
no tengo que llenar tres órdenes por duplicado. Pero lo malo es
que trabajás al límite, porque contratan la cantidad justa
de gente y tenés que luchar contra las presiones de una empresa.
¿En qué consisten? Las obras sociales y las prepagas pagan
por un módulo de internación y cuando el paciente se queda
internado más tiempo del previsto es pérdida para el hospital,
entonces te presionan para que les des el alta. No debería ser
así porque se está jugando con la salud de la gente.
Falta de recursos, edificios en mal estado y un público que ya
no se reduce a las clases bajas componen la escenografía
del hospital público. Según Mariano (Hospital Posadas),
acá siempre faltan cosas: medicación, insumos, a veces
no hay agujas. Pero eso pasa en la mayoría, al menos en el Gran
Buenos Aires, donde podés encontrar hospitales recién inaugurados
que se ven muy bien desde afuera, pero en donde yo no dejaría ni
loco que me internen. En general viene gente muy humilde,
también muchas madres jóvenes, que a veces dejan pasar varios
días porque no tienen monedas para tomar el colectivo y traen a
los chicos en un estado muy delicado. Por suerte se van de acá
con los medicamentos, ya que los laboratorios donan una buena cantidad
y además tenemos un banco de muestras al lado de la Guardia. A
mí me asombra lo acostumbrada que está la gente a esperar,
llegan a las 9 de la mañana y puede ser que estén esperando
3 o 4 horas en la cola hasta que los podamos atender, cuenta Mariana
(Hospital de Niños).
El Garrahan parece ser uno de los que escapa a la regla general. Acá
nunca falta nada, es uno de los hospitales mimados del Gobierno y un caballito
de batalla para las elecciones, comentan en el salón comedor.
Según Hernán, cada vez llega más clase media,
gente que perdió su trabajo y entonces ya no tiene obra social
y menos aún puede mantener una medicina prepaga. Eso te llama la
atención porque gente humilde vino siempre, pero esto es algo nuevo.
Cuando se trata de hacer un balance, casi todos coinciden en que a pesar
de los sacrificios que implica, la residencia es la única oportunidad
que tienen para formarse. Si sacaran las residencias y dejaran las
concurrencias para no pagarle a nadie, igual vendría gente a especializarse.
Esperemos que no se les ocurra, aunque el año pasado sacaron alrededor
de 70 vacantes en los municipales, informa Hernán. Según
Carlos (Hospital Lanari), se termina aprendiendo por la práctica
diaria cosas que no te enseñan en ninguna facultad ni en ningún
curso. Lo que me molesta es que muchos de los lugares que quieren reducir
vacantesargumentan que nos da la posibilidad de aprender y encima nos
pagan. Y se indigna: Parece que nos estuvieran haciendo un
favor.
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