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Convivir con virus

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Jueves 10 Junio de 1999
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convivir con virus

Esta es una historia lamentablemente común. No tengo todos los nombres y apellidos que quisiera tener para denunciar como se debe. Acá no valen los eufemismos, cuando hay gente hija de puta es bueno que se sepa, la única arma que nos queda frente a la impotencia. Todo empezó en el Hospital Odontológico de Malvinas, el orgullo de la intendencia, un complejo dedicado a la atención del pueblo bonaerense sin recursos –todo esto lo dicen ellos, no yo–. Allí se dirigió Juana –un nombre cualquiera, no es a ella a quien hay que denunciar–, 41 años, cuatro hijos, ningún trabajo o alguna changa ocasional. Ella y su hijo menor, de ocho, viven con vih por lo menos desde su último embarazo. Pero a este hospital no iba por nada relacionado con ese tema, sólo quería que le arreglaran una carie a su nene más chico. Con una corrección que Juana seguramente no volverá a repetir ella le avisó a la odontóloga que su hijo tenía vih, sólo para que no obviara las precauciones que siempre y en todos los casos los dentistas deben tomar. Pero la doctora, evidentemente, no entiende nada de medidas de seguridad, se ve que ella reconoce a los que viven con el virus a simple vista porque luego de recibir esa información le dijo a Juana que se retire inmediatamente del lugar, que no era ahí donde debía recurrir, que cómo se le ocurría llevar al chico sin haber avisado antes. Juana había esperado casi un mes ese turno, había hecho cola para pedirlo, su hijo había faltado al colegio para poder atenderse, todo para que esa yegua ignorante –perdón por la adjetivación, olvidé el manual de periodista– la echara del consultorio como si fuera un perro viejo. Juana no se acobardó, buscó otra dentista, le contó lo que había pasado y ella sí atendió a su nene. Pero esta doctora –su apellido es Sarmiento y merece todo nuestro respeto– fue “levantada en peso”, por haber ¡descalificado a su colega! Con el diente reparado Juana fue a ver a la asistente social de quien es paciente para hacer la denuncia. Todo el cuerpo de asistentes sociales del hospital se entrevistó con la directora del mismo para hacer la denuncia. ¿Qué pasó? ¡La directora no sólo defendió a la yegua sino que además la justificó diciendo que no todos tienen la capacidad psicológica para atender este tipo de pacientes! ¿Acaso pidió ayuda para vencer su miedo? No. ¿Acaso la directora se había enterado por boca de la dentista ignorante que no podía atender pacientes con vih? No. ¿Acaso la directora la derivó ella misma para que atiendan a su dentista temerosa? No. La directora dijo que Juana seguramente mentía, que no era tan tremendo y que al fin y al cabo el diente ya había sido reparado. ¿Y quién repara el daño del chico que a los 8 años fue expulsado de un consultorio? ¿Quién nos asegura que en ese hospital se toman medidas de bioseguridad? Nadie. Quienes viven con vih no llevan su diagnóstico grabado en la frente, señora dentista, vaya a saber cuántos pacientes atendió antes del hijo de Juana que también tenían vih. El miedo es una enfermedad gravísima, mucho peor que el vih, y si bien Juana pasó un mal momento, a modo de plato frío de venganza consuela imaginarse la pesadilla que debe ser para esta doctora vivir rodeada de fantasmas.


MARTA DILLON