Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus

Fue

Será

Ediciones anteriores

 

Jueves 8 Julio de 1999
tapa tapa del no

convivir con virus


Hay un fervor de estación de tren. Una estación terminal que anuda el fin del conurbano con el egreso hacia el campo, un horizonte sin fisuras que se insinúa desde Paso del Rey y se abre después de Moreno, donde se cambia de tren. El sol apenas despeja la bruma de la mañana. La gente habla y le sale humo por la boca, algo se escapa de adentro cada vez que una boca se abre y, por ejemplo, ofrece un número de lotería o dos kilos de mandarinas a un peso con cincuenta. Cuatro carteleras de vidrio, cerradas con candado, atadas con cadena al alambrado que protege los rieles, ofrecen trabajos miserables, piezas diminutas para compartir, gualichos para unir parejas. Hay grupos de gente frente a las carteleras, lápiz y papel en la mano, humo en la boca, ojos inquietos buscando la oportunidad. Al rato se van y vienen otros. Tierra entre los andenes, barro en los cordones de las veredas, en los zapatos de los que caminan de un lado al otro de la estación, en los puestos de tortilla con chicharrón, de chipá y de queso de campo. Un camión exhibe en su entraña las reses colgando, las últimas, dicen, que van a traer por el paro de camiones. Baratijas, espejitos de colores, adivinadores de la suerte en los puestos que reciben el hollín de los escapes de las decenas de colectivos que esquivan gente y vendedores a los costados de la estación Moreno. Un pastor promete regocijo, loas, alabanzas a un dios sordo que lo dejó en la plaza con su megáfono en la mano. No le importa que nadie lo escuche, cumple su misión con los ojos cerrados y cada tanto alguien se persigna, apura el paso para eludir la vergüenza o se detiene y escucha entre el ruido lo que el pastor tiene para dar. Ellos son una mancha en ese escenario, como un objeto olvidado por algún utilero distraído. Están envueltos entre sus piernas y sus brazos, tirados en el pasto de la plaza, los ojos cerrados, las bocas en un beso que termina y vuelve a empezar, perdidos entre ellos, ajenos. Un perro los custodia, un cuzco flaco y pelado que cumple su misión gruñendo a cualquiera que se acerque. Al pastor sobre todo, que los pone como ejemplo de todo lo que hay que evitar, de lo que hay que salvarse, del sexo, de las drogas, del pecado. Ella entonces emerge del beso con la boca incendiada de tanto frotarse, recoge con la lengua los restos brillantes de la saliva, se sacude el pelo, tirita de frío y mira al pastor. “¿Por qué no te metés en tu vida? ¿Acaso Dios no es amor?”, le dice y vuelve a sumergirse en el beso, en la plaza, en la estación al límite del conurbano, en el fragor de la batalla diaria de ese día lleno de gloria.

MARTA DILLON