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Jueves 22 de Julio de 1999

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Los que se la pasan mirando para arriba,
con un telescopio o una guitarra a mano, da igual...

A treinta años de la llegada del hombre a la Luna, la fascinación por el espacio exterior sigue viva: el slogan de los X Files, “la verdad está afuera”, ayuda a definir esta década y, por si hacía falta, la manía Star wars comenzó otra vez en este futurista 1999. En esta producción, el No pone sus ojos sobre dos escuelas de astronomía para fans de las galaxias y revive, paso a paso, los coqueteos del rock con la idea del espacio exterior como ese otro lado, desde Pink Floyd hasta Spiritualized, pasando por David Bowie y Luis Alberto Spinetta.

BRUNO MASSARE

“Mirar hacia las estrellas te da una idea mucho más clara de lo pequeño que sos para el universo. Los que venimos a este lugar tenemos una característica en común: a todos se nos da por estar mirando para arriba a cada rato”, dice Juan Sanmartín. El lugar es la Asociación Argentina Amigos de la Astronomía (cuádruple A, no confundir), adonde Juan se llega varias veces por semana después del trabajo para aprender algunos principios de astronomía y cómo manejar un telescopio. Robándole una porción al círculo que conforma el Parque Centenario, el blanco edificio de los Amigos de la Astronomía está abierto al público desde 1943. “Tenemos alrededor de 700 socios que vienen a los cursos (los hay de iniciación, de manejo de telescopios, de astrofísica, de óptica, de radioastronomía y muchos más) o a usar los telescopios. Algunos se acercan por curiosidad o sólo buscan un curso de iniciación, pero otros llegan con ganas de hacer las cosas en serio y se meten en los grupos de trabajo”, explica Alejandro Blain, director de la Asociación.
Carlos Angueira dirige un grupo que dedica varias horas diarias a la observación del Sol. Como la mayoría de los que están allí, Carlos no siguió la carrera de astrónomo sino que eligió otra profesión “para sobrevivir” (es ingeniero civil). “Los que están en el grupo conmigo tienen un promedio de 16 años, porque hay que trabajar de día y alrededor de 2 horas diarias y los más grandes ya tienen otras responsabilidades. Estudiamos, entre otros fenómenos, la evolución de las manchas solares y las fulguraciones (explosiones violentas). Hemos publicado trabajos en la revista de la Asociación y también en publicaciones del extranjero”, cuenta no sin cierto orgullo.
Eclipses, estrellas, galaxias y cometas recubren en forma de fotos los pasillos del edificio. Trabajos publicados, menciones y cartas se ordenan en las paredes. En el auditorio, el curso de “Introducción a la Astronomía” reúne a unas 50 personas. En una mesa del pequeño bar, Gustavo Rodríguez intenta explicar cómo la astronomía puede transformarse en un vicio. “Empecé de muy chico, había venido a ver el cometa Halley y por entonces me hice socio. Seguí viniendo y de repente me di cuenta de que me estaba dedicando muy fuerte a esto, me colgaba cuatro, cinco horas mirando la Luna y yo no vivía de esto. Y encima, desde el ‘88 estoy con el grupo de trabajo sobre cometas y asteroides, algo que te exige mucha dedicación y tiempo”. Gustavo tiene 24 años pero su currículum supone varios más. “Actualmente soy secretario de la Asociación y dirijo el mismo grupo en el que empecé a trabajar hace doce años. En el ‘93 me puse a estudiar Astronomía en La Plata y me había instalado en esa ciudad, pero después decidí volver a Buenos Aires y así ya se me hizo un poco más difícil”, relata.
“La carrera de astrónomo es muy exigente, se anotan unos 150 por año y no se reciben más de 10. Tenés que irte a La Plata o a Córdoba porque en la UBA no existe la carrera. Y en el país es muy difícil que puedas trabajar, tenés que conseguir una beca para irte al exterior”, explica Gustavo. Otros ni siquiera piensan en la carrera pero mientras tanto se anotan en los cursos. “Estoy haciendo el de ‘Introducción a la Astronomía’ y el de ‘Astrofísica’. Yo ya venía con algunos conocimientos pero acá me ayudaron a sistematizarlos. Amo el espacio y siempre quiero saber más sobre él, tratar de conocerlo más científicamente”, explica Gabriel Bramajo. Más allá, Fernando Contente revela que es uno de los pocos que se da el “lujo” de tener su propio telescopio. “Ahora lo tengo un poco archivado por falta de tiempo –aclara–. Yo venía leyendo mucho sobre esto, pero al venir acá te das cuenta de que hay mucha información que no manejás con sólo leer revistas”. Para Silvia Setti (26), “se trata de la necesidad de hacer algo diferente. Nosotros en alguna medida nos sentimos distintos (los demás aprueban con la cabeza), es como que queremos mirar un poco más allá de lo que se ve. Casi todos leímos Cosmos y compramos lasmismas revistas. Es muy relajante mirar por el telescopio, además de ser una sensación muy especial, ya que estás observando cómo fue el universo mucho tiempo atrás”.
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“Nunca te vas a hace rico como astrónomo”, asegura Rodolfo Di Pepe, director del observatorio Ingeniero Ottonello, que funciona en las alturas del Colegio Nacional Buenos Aires. Tras una suerte de maratón de escaleras se llega hasta el pequeño salón donde se dictan las clases y unos escalones más bastan para alcanzar la cúpula de observación. “El colegio tuvo hasta el ‘66 una materia que se llamaba Cosmología, que ese año se cerró. Y por muchos años el observatorio estuvo abandonado, hasta que logramos reabrirlo en 1987”, cuenta Rodolfo, que fue alumno del Nacional y además es ingeniero y por poco, físico. “Me faltan algunas materias”, confiesa. “El curso es para alumnos y ex alumnos del Nacional Buenos Aires. En otras épocas dictamos cursos pagos para juntar fondos, pero hoy ya no lo hacemos. Tenemos alrededor de 90 alumnos por año y sólo se puede hacer a partir de cuarto año. Es anual, pero se puede extender a dos años con cursos más avanzados”, explica. Y agrega: “Vemos temas como óptica, astrofísica, comportamiento de estrellas, agujeros negros, meteoritos y una última parte sobre cosmología y origen del Universo. Hacemos bastante observación con el telescopio, aunque Buenos Aires no es el lugar ideal para esto, por las vibraciones, la humedad y las luces de una ciudad grande”.
Ezequiel Goldschmidt, que tiene 16 años, está cursando el cuarto año y piensa estudiar Física. “El curso está muy bueno, me interesó mucho la parte de óptica. Antes de hacerlo te lo imaginás más simple de lo que realmente es”, concede. Para Gonzalo, también de cuarto, “es una buena oportunidad para aprender sobre algo que me interesa. Como sé que no me voy a dedicar a esto (va a estudiar Química) aprovecho para conocer todo lo que pueda sobre Astronomía”. “Algunos vienen con inquietudes puntuales tipo ‘A mí me interesan los agujeros negros’. O por ahí llegan fanáticos de Viaje a las estrellas o de la ciencia ficción en general. Tratamos de demostrarles en clase muchas de las tonterías que aparecen en algunas de esas películas”, cuenta Rodolfo, el encargado de refutar científicamente la ficción de la tele y el cine. “A veces también viene algún ‘genio’ sabelotodo, pero en ese caso tratamos de que no nos interrumpa demasiado en clase porque si no los demás se quedan colgados”, explica. “Hemos llegado a tener 150 alumnos, pero con los exámenes llegan las deserciones”, agrega Rodolfo, que, oh casualidad, está casado con una ex alumna del curso.
Mariana Daicz tiene 22 y terminó hace rato la secundaria, y es más, ya está en cuarto año de Medicina. Pero anda por aquí. “Siempre lo quise hacer y finalmente me decidí. No pensé que era tan profundo, tenés que aprender mucha química y física. Y son muy exigentes. A mí, particularmente me gusta mucho la parte de observación”, asegura. Y parece que en lo que hace al uso del telescopio existe una “ley” que ni la complejidad de los cálculos astronómicos puede resolver. Según Ezequiel, “es una fija que el día que vamos a hacer observación va a estar nublado, siempre nos pasa lo mismo”, comenta resignado. Pero si algo puede ofuscar a un astrónomo es que se lo confunda con un astrólogo. Y aunque suene ridículo, más de una vez escuchan resignados la pregunta: ¿cómo, acaso Ud. no se dedica a los astros? “Sí, nos sigue pasando –reconoce Rodolfo–. Pero a pesar de que no tenemos nada que ver, podríamos opinar con más fundamento. En realidad la gente no sabe de qué signo es, porque se siguen usando las tablas de hace 2000 años y el universo es algo dinámico, las constelaciones cambian de posición y entonces los astrólogos se la pasan hablando pavadas todo el tiempo”.


El cd verde
Culpen a los X Files, y a su costumbre de editar compilados con las canciones de la serie! Meses atrás, para no ser menos, el sello norteamericano Cleopatra Records compiló un CD doble conmemorando el 50 aniversario del incidente Roswell (aquel que convulsionó a los Estados Unidos de posguerra, alertando sobre la presunta invasión de extraterrestres). Con temas de adictos al espacio como Tangerine Dream y el bajista de Can, Holger Czuckay, el homenaje quedó redondito como un OVNI.
Al igual que el caso JFK, el incidente Roswell es una biblia de los paranoicos. Todo se remonta al descubrimiento de nueve objetos no identificados en un campo de Roswell, Nuevo México. El ejército envió a un equipo liderado por el mayor Jesse Marcel, y tras evaluar el asunto, el coronel Blanchard emitió un boletín sosteniendo que se trataba de “un plato volador”. Los diarios publicaron fotos de Marcel con trozos del material en la mano, y cuando el asunto se hizo público, el ejército salió a negar las versiones, alegando que los objetos eran restos de un globo aerostático. Pero la duda quedó instalada, y una encuesta realizada en 1997 por CNN comprobó que el 80 por ciento de los norteamericanos cree en un complot gubernamental para ocultar información.
El cd, aptamente titulado Area 51: The Roswell incident, reproduce aspectos pintorescos del episodio. Su packaging lo asemeja a alguno de los plásticos y metales hallados en Roswell; pululan las obligadas fotos de un alien diseccionado y de los siniestros carteles que prohíben el acceso al área en cuestión. Al dorso se adhiere un sello con la advertencia Onlyclassified for your ears (sólo clasificado para tus oídos). Además, tal como corresponde a la idea conceptual, el disco uno se subtitula Crash Landing (Choque al aterrizar), y el dos, Alien Autopsy (Autopsia del extraterrestre).
Quien busque grabaciones nuevas se decepcionará. En su lugar (y muchos dirán, ¡mejor!) los productores optaron por escoger largos tracks instrumentales entre un amplio catálogo –que va del rock progresivo a la música electrónica actual– y en base a una premisa: que todos los títulos respondieran a la buena fe en la existencia de hombres verdes. Así desfilan “A Sprinkling Of Clouds”, de Gong, “UFO”, del grupo alemán Guru Guru, “Earth Calling”, de los progresivos ingleses Hawkwind, y “Guiding Ray (Space Journey To FFFF)”, de Yamo, una colaboración entre el dúo techno Mouse on Mars y el ex Kraftwerk Wolfgang Flür. Si el eclecticismo de la selección sorprende, hay que tener en cuenta que la creencia en extraterrestres es algo tan universal como la música. Tan simple como eso.

JORGE LUIS FERNANDEZ


Perdidos
Desde los primeros meneos eróticos de Elvis, el rock siempre ha intentado transgredir. En su búsqueda (a veces desesperada) de nuevos horizontes, ha emprendido la carrera espacial en pos de mundos mejores, emociones fuertes, llano hedonismo, proyecciones del alma, o, simplemente, turismo aventura. Por supuesto que fue decisivo el reemplazo, en la dieta juvenil, de la fórmula alcohol + anfetaminas típica de los cincuenta por la gama de potentes alucinógenos disponibles, a mediados de la década siguiente. De todas formas, Sun Ra, un auténtico personaje perteneciente al mundo del free jazz –actualmente descubierto por muchos rockeros–, siempre ha declarado provenir de Saturno y, a fines de la década del 50, ya se presentaba con sofisticados atuendos intergalácticos, además de bautizar a sus álbumes con títulos como Sun Ra visita el planeta Tierra, El cohete N¼ 9 parte hacia Venus o El espacio es el lugar. Algo más modesto, el rock mostró sus primeros signos de interés galáctico en 1961, cuando el grupo sueco de rock instrumental The Spotnicks apareció ataviado con trajes espaciales, aunque más no fuese para capitalizar estéticamente el auge de la ciencia ficción de escritores como Bradbury o Ballard. También se denominó space age pop al sonido de Esquivel, los Three Suns y toda la tropa de música funcional ahora conocida como “lounge”, principalmente por su abuso de las, entonces, modernas técnicas sonoras como el stereo y los primeros y rudimentarios sintetizadores. Entrando de lleno en la cultura rock habría que introducirse en la alucinación psicodélica del gran Syd Barrett, quien al frente de Pink Floyd se convirtiera en uno de los primeros astronautas que han recorrido el cosmos sin moverse de su casa (al punto que, después, se quedó para siempre en su casa). Del otro lado del Atlántico, el texano Roky Erickson, al frente de los también psicodélicos 13¼ Floor Elevators, fue internado en un psiquiátrico, ya que afirmaba ser un marciano, y no había quien pudiera convencerlo de lo contrario. Ya en 1970, la Inglaterra pospsicodélica alumbra a Hawkwind (con el joven Lemmy Kilmister como bajista), la primera banda autodenominada de “rock espacial”, abocada a interminables cabalgatas distorsionadas intentando algún tipo de despegue que los alejara de esta aburrida Tierra. Las neuronas cansadas de Paul Kantner (entonces líder de Jefferson Airplane) tramaron una de las más ridículas utopías espaciales con la edición de Blows against the empire (1970), un álbum conceptual ideado para recaudar fondos y construir una nave espacial, a fin de que la tribu psicodélica de San Francisco pudiera partir a otro mundo sólo regido por el amor y la paz (...) Más o menos paralelamente, George Clinton y su pandilla P-Funk inventaban su propia versión (negra) del viaje espacial, con trajes de astronautas y naves espaciales aterrizando sobre gigantescos escenarios. “El nos enseñó a pensar que los afroamericanos también podíamos ir al espacio”, dijo Spike Lee. De aquí, es inevitable pasar a Alemania, donde la hoy recuperada escena del Kraut Rock estaba enfocada hacia el más allá, especialmente el trío electrónico Tangerine Dream, que organizaba planeadores vuelos neo ambient ornamentados por todo tipo de efectos analógicos. Pero fue el periodista Rolf Ulrich Kaiser quien ideó todo un concepto de Kosmische Musik y cobijó, en su propio sello Ohr, a grupos como Amon Duul, Popol Vuh, Ash Ra Tempel y su propio proyecto Cosmic Jockers. Coincidiendo con la llegada del hombre a la Luna, David Bowie escribió “Space Oddity” (1969), quizás el definitivo himno espacial, donde un astronauta (el Mayor Tom) decide cortar sus vínculos con la Tierra para pasar el resto de su existencia vagando por las galaxias. Tres años más tarde, el propio Bowie concibió a su personaje Ziggy Stardust, un alienígena convertido en héroe del rock and roll, portador de una nueva (bi)sexualidad. En la misma época fue editado un oscuro álbum acreditado al grupo Visitors que, con un extraterreste cabezón en la portada, se prodigaba en llamados interplanetarios, himnos selenitas y avistaciones de ovnis (aún puede encontrarse en las tiendas de vinilo de segunda mano). Mientras tanto, en la Argentina eran pocos los que intentaban dirigir su inspiración a lasestrellas. Sólo se hallan rastros en la obra de Spinetta (la bella metáfora de “Gabinetes espaciales” con Almendra y la porteña “El anillo del Capitán Beto”, ya con Invisible) y Arco Iris, quienes dedicaron un álbum doble (Agitor Lucens V) a los ovnis y a la vida extraterrestre. Mientras que el trío Orion’s Beethoven entonaba con voz de marciano sus profecías espaciales en “Superángel”. Llegado el patadón punk, los californianos Chrome retomaron las riendas siderales en discos como Blood on the Moon, donde deforman las voces hasta el límite. Ya en los ochenta, los Spacemen 3 (embrión de los hoy celebrados Spiritualized) retomaban el trabajo de Hawkwind, inundando de repetición guitarrera sus mantras eléctricos. No contentos con ello, el álbum debut del dúo tecno The Orb propuso trascender las galaxias, con una excursión más allá del “ultramundo”, influyendo a toda la generación trance fascinada por la ecuación máquinas + espacio exterior=futuro. Aquí termina esta (pequeña) odisea, con la megaobra espacial de los citados Spiritualized (Ladies and gentlemen, we are floating in space) y la más modesta, pero no menos efectiva, opera prima autogestionada de los rosarinos Sumergido, que en 12 formas de alejarse de todo incitan a la evasión galáctica. Quizá sea la única salvación para el karma de ser argentinos en la era menemista.

MARCELO MONTOLIVO


DISCOGRAFIA BASICA PARA ASTRONAUTAS

Sun Ra. Space is the place (1972)
Esquivel. Space age bachelor pad music (compilado)
Pink Floyd. The piper at the gates of dawn (1967)
Pink Floyd. The dark side of the moon (1973)
Hawkwind. Space Ritual (1973)
Tangerine Dream. Alpha Centauri (1971)
Cosmic Jockers. Cosmic Jockers (1974)
Can. Future Days (1973)
David Bowie. The Rise and Fall of Ziggy Stardust (1972)
Orb. Adventures beyond the Ultraworld (1991)
Spiritualized. Ladies and gentlemen we are floating is space (1997)
Sumergido. 12 formas de alejarse de todo (1996)