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Jueves 22 de Julio de 1999
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Si bien no les gusta la asociación años 80-oscuridad-Fricción-Don Cornelio, algo de eso hubo cuando Alfonsín era presidente, “La noticia rebelde” era la tele inteligente y Maradona reinaba desde Napoli. Hoy, una década después, los dos capitanean proyectos grupales que han elegido (o los han obligado a...) permanecer en los márgenes del rock argentino, lejos de las pasiones de multitudes y, aun desde ahí, seguir disparando letras y electricidad.

Richard Coleman parece una grieta entre las paredes de colores de la Boca. Las plumas como de cuervo que lleva alrededor del cuello dejan el rastro en el piso cuando camina a un kiosco para comprar cerveza. A Palo Pandolfo le gusta el lugar. Habla de la bruma que flota sobre el Riachuelo y le da un trago a la Quilmes que Coleman lo invita a compartir. “Esta es la primera vez que bebemos juntos, en verdad”, hace memoria el capitán de Los 7 Delfines. “Que nos dediquemos a lo mismo no quiere decir que juguemos todos en la misma cancha. Cada uno está en su proyecto y toma bastante tiempo llevarlo adelante. Entonces de repente te encontrás con un pibe como Palo y decís, ‘qué hacés, ¿cómo te va? ¡Qué trabajo raro!’ Y ahí nos cagamos de risa”. El encuentro ocurre en el Teatro de la Ribera, escenario del ciclo de recitales gratuitos que se hace durante estas vacaciones de invierno. Ahí los Delfines tocarán este lunes, y Los Visitantes el jueves que viene, siempre a las siete de la tarde.
Coleman habla de lo contento que está con las canciones del próximo disco de su banda, a poco de haber editado el álbum en vivo, titulado Regio. Pandolfo piensa en dos cosas. La primera: en setiembre va a tener un hijo con Karina Cohen, corista de Los Visitantes. La segunda: en breve, tal vez el 8 de agosto, saldrá Herido de distancia, un compilado con dos nuevos singles que será el único registro de la banda en los próximos dos años. En ese tiempo Palo se dedicará a otro proyecto. “Estoy orgulloso de poder trabajar de músico”, dice él. “Es algo bastante saludable. Hace unos siete años que estoy viviendo exclusivamente de esto”. “Hippie”, murmura Coleman. “Pos punk”, corrige Palo, y los dos se ríen.
Pandolfo: Nosotros bromeamos... La prensa suele relacionarnos, por el dark. Don Cornelio y Fricción, dos bandas emblemáticas de los ochenta... Yo me pregunto si vos te considerabas dark en esa época.
Coleman: Si mi primer disco era blanco... El mito del gótico que ahora quieren reinventar acá no existía. Pararse los pelos y vestirse de negro estaba bien por una cuestión de actitud, de diferenciarse. Nada más.
Pandolfo: Sí, yo con Don Cornelio hacía canciones, y después hicimos un disco de rock and roll, Patria o Muerte.
Coleman: A mí me mostraron el primer disco de Don Cornelio una noche de esas extrañas. Me pusieron “Tazas de té chino”, y yo dije “guau, qué lindo... ¡Y manda cualquiera, también!”. Creo que lo que hicimos nosotros fue agarrar el discurso y hacerlo mierda. Decíamos cualquiera, pero con algún juego. Y cuidando el idioma. Yo no quería escribir igual que el rock argentino de entonces. Prefería decir árboles que arbóles (aclaración: Coleman se refiere a la acentuación de Luca en el verso “calle con arbóles” en “Mañana en el Abasto”).
Pandolfo: A mí me chocaba el “tú”, prefería el “vos”. De todas maneras, me dejé influir mucho por el rock argentino de los setenta: Spinetta, Color Humano, Aquelarre. Escuchaba rock en castellano antes de empezar a leer. Pero enseguida empecé a leer más, y cuando uno se nutre de lectura, en el momento de escribir te sale sí o sí, porque estás empapado con eso. En los noventa hay una cultura de lo inmediato en el rock argentino. Hay una posición, una actitud, más que una cultura. El rocanrol barrial no es muy intelectual, digamos...
Coleman: Yo me di cuenta un día que no era una locura escribir poesías y meterlas en una canción. Empecé a escuchar Jim Morrison. Después Brian Ferry, que en la época de Roxy Music hacía unas poesías completamente frívolas, con un doble sentido inmoral. Era muy interesante eso, pero nunca trabajé en función de un letrista de rock. A mí me mataron Dylan Thomas y William Blake. Hay 200 años de diferencia entre ellos, pero Morrison toma cosas de los dos. Yo vengo de una familia inglesa, I’m a Coleman. Mi tía me pasaba libros: Blake, Thomas, (Lord) Byron. Y bueno, (Edgar Allan) Poe. ¿Nunca quisiste musicalizar una poesía de Poe? Por ahí tomás un par de elementos y decís “no, es muuuuuuy dark...” (risas). Yo no tengo una cultura arraigada, me crié en varios lugares. Nunca fui un tipo de barrio: viví en Caracas, México, Buenos Aires. Siempre era un alien.Siempre fui extranjero. Y eso me jodió un poco, la verdad. Pero por otro lado me ocupé de buscarle el mejor uso a las palabras. Elegir cada una, decirla bien, acentuarla como debe estar acentuada. Creo que con eso, con el idioma, es con lo que estoy arraigado.
Pandolfo: Mi infancia sí fue bastante barrial. Nací en Flores, hice la secundaria en Caballito, milité en el ‘82 saliendo a pintar paredes. Laburé mucho en la calle. Cuando se disolvió Don Cornelio, en el ‘89, me alquilé una casa, tenía que pagarla y me puse a laburar de lo que venga. Fui cadete, trabajé en una fábrica en Pompeya con un horario espantoso, vendí sánguches con una canasta por Cabildo. He tenido mucha calle, y estoy orgulloso de eso, aprendí mucho. De todas formas, creo que cada cual tiene su historia, yo no hago de eso mi parámetro de poder. El poder de uno es el alma, lo interior.
Coleman: Yo en política nunca me metí. Lo social de mis letras está implícito en la necesidad de hacerlas. Siempre fui de la poesía más ingenua... Ingenua las pelotas. Dylan Thomas decía “hablemos del amor, de la vida y la muerte”. Yo hablo de eso. Frivolizo la densidad. Soy bastante espeso en lo que digo, entonces trato de alivianarlo, y de poder sonreír. Y si puedo sonreír mientras canto, quiere decir que está muy bien que esté arriba del escenario. Después, bueno... Yo soy insomne, y por ahí cuento la pesadilla que no dormí. Hablo de la vida privada. Esa es mi política. No puedo denunciar o hablar de cómo estamos. Cuando digo cómo estamos, somos dos personas. O tres. Más de tres es multitud.

PABLO PLOTKIN


Guitarras, máquinas y cantantes
Pandolfo y Coleman recuerdan los grupos tecno pop que escuchaban en los ochenta: ABC, Ultravox. “¿No te compraste nunca una batería electrónica?”, pregunta Richard. “No, la añoré”, contesta Palo. “Siempre con la guitarra. Pero así me siento cómodo: la respuesta directa. De todas maneras, en todos los discos de Los Visitantes mandé un tema maquinoso. Pero nunca haría un disco exclusivamente electrónico, no son mis instrumentos. No tengo computadora, ni secuenciador”. Coleman cuenta: “Yo me metí bastante con las compus y todo eso, pero no puedo aplicarlo en Los 7 Delfines. Me sirve a mí como ilustración personal, y lo aprovecho con el Teatro Sanitario de Operaciones, porque les compongo la música. Y hago unas deformidades espantosas, pero en las canciones mucho no lo aplico”.
Pandolfo: Sí, yo con la guitarra me siento tan cómodo. O con la voz. Toda la vida estudié canto, y quiero seguir haciéndolo. El rock argentino no tiene muchos grandes cantantes.
Coleman: No, quedamos nosotros.
Pandolfo: Mirá Charly García, por ejemplo, uno de los mejores letristas argentinos, se caga en lo vocal. Me parece el mejor, pero qué poca bola le da. Calamaro mismo, que es un gran cantante, no le da demasiada pelota a lo vocal. El cantante melódico es el que le da pelota a lo vocal. El rockero no. El Indio Solari sí le da bola a lo vocal. Creo que es un gran cantante, un tipo que tiene mucha personalidad y mucha voz.
Coleman: Y le escapa al cliché. El guacho se da cuenta cuando está a punto de repetirse y trata de hacer otra cosa, en vez de caer en lo mismo.