Otra vez estoy como al principio, allí donde de todos modos es
imposible volver. Un desgarro de parto se confunde con el desconcierto
de haber nacido, de haber caído donde el dolor hace la experiencia
y quiebra las cáscaras del huevo del que nunca queremos salir
por las buenas. Crecer es cada vez un nacimiento, como muñecas
rusas que se esconden a sí mismas, guardo mi fuerza para cuando
pueda de verdad quedarme desnuda, para que la luz me pinte sin filtros
con la cara que estoy construyendo. Los límites son más
concretos ahora. Soy Marta, sé llorar. Como se llora el bien
perdido dentro de la historia de mis sensaciones. Algo ya no va a pasar.
Algo es ahora indefectible recuerdo. ¿Cómo seguir entonces
con esta sonaja de escenas a cuestas que golpean sobre el pavimento
como si recién me hubiera casado con esta vida? O con esta forma
de mirar. No puedo separarme de lo que llevo adentro sin que la operación
me desangre, sin que el hueco que dejó su forma pegue alaridos
de ausencia. Y a la vez, este empezar de nuevo a caminar trae la ilusión
de caminos desconocidos que esperan la huella de mi paso. Pero ¿dónde
voy a descansar ahora que las palabras abrieron tajos en la tela del
amor? ¿Dónde se va a perder mi cabeza si no puedo oler
eso que subía de tu pecho? Y me mareaba y me dejaba balbuceando
como una niña que busca el seno de su madre, la ilusión
de volver a ser una con ella, una en el abrazo, en el consuelo, en este
dolor de respirar y que el aire igual se pierda porque retenerlo también
es la muerte. Vivir, cita Adriana, es desde el principio aprender a
separarse. Pero eso es algo que apenas se soporta con la muerte de las
pequeñas cosas. Aprendemos por resignación y en mi caso
porque entiendo que nada se va del todo. Algo queda adentro, algo de
tu piel vive conmigo para siempre, hasta que tu olor y el mío
se confundan en el constante cambio de las estaciones y seamos nada
más que néctar o agua sobre el césped filtrando
y alimentando esta tierra sobre la que seguimos creciendo pero ya con
un piso que nunca más nos permitirá amar a medias. No
soy una mujer valiente, siempre estoy jugando a las escondidas, pero
lentamente aprendo a separarme. Y ahora que la ausencia es la manta
que me cubre por las noches y que es mi latido el único sonido
que me acompaña, entiendo que también estoy aprendiendo
a vivir. Y a morir, otra vez.
MARTA
DILLON