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Jueves 26 de Agosto de 1999
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En una ciudad en donde son tan locales como en Buenos Aires, Los Cadillacs arrancaron su serie de recitales que en octubre se sucederán en ciudades de Estados Unidos y, tal vez, en la capital argentina. El “debut” tuvo poco de tensión y mucho de fervor del público: fue un show ajustado y repleto de canciones-goles que hicieron estallar las tribunas. El día después, el No habló con Flavio y Gabriel de las poses desganadas, los latinos, los discos con Cristian Castro y el ángel de la medianoche, y de la vida.

ESTEBAN PINTOS
FOTOS: NORA LEZANO
Enviados especiales a Santiago, Chile

Llueve sobre Santiago. El tema del día es Pancho Dotto buscando desesperadamente a Dolores Barreiro. El agente de modelos declarando estar “como loco”, no se sabe muy bien por qué. Eso sería una gran historia para cualquier revista del corazón argentina, pero es apenas una (la primera) entre tantas anécdotas que aparecen a la par de la excursión trasandina de Los Fabulosos Cadillacs. Es el primer show después del lanzamiento de La marcha del golazo solitario, un soberbio disco de canciones tristes sobre ritmos alegres, y es en la capital chilena, especie de segundo hogar para la banda. Hace frío.

La tarde se ha pasado entre notas promocionales de rigor, prueba de sonido y la comprobación de que no es imposible que HBO figure en la grilla de un canal de cable, sin recargo ni obligación de suscripción a sistema satelital alguno. Gabriel Fernández Capello hace lo suyo para El Rayo y el resto se reparte las obligaciones protocolares del caso. Hay una aparición graciosa de Mario Siperman en un canal musical local. Después de un par de preguntas, lo invitan a saludar al conductor del programa, tal como los monitores de Tinelli le dicen a su entrevistado “Bueno, y ahora mandale un saludo a Marcelo...” Esta vez se trata de saludar a Ariel. Siperman pone su mejor cara, mira la cámara y dice “Bueno... Daniel, te mando un saludo...” Cerca del atardecer, lleno de nubarrones que eclipsan cualquier visión de la precordillera y en las alturas de la ciudad –la zona, por lejos, más paqueta de la ciudad–, descansan los Cadillacs en las habitaciones cinco estrellas de un hotel cinco estrellas, de paredes circulares y ascensores vidriados. Después del show, Ariel Minimal bromeará con la cuestión: en los fríos y delgados pasillos de los camarines del teatro, ante un par de espectadores, anuncia su deseo de montar un evento bailable-visual en su gigantesca “pieza”, con desnivel y ventanal panorámico hacia la montaña. “Yo me quedo ahí”, afirma convencido, frente a los planes de raid nocturno propuesto. Pero, volviendo a la tarde-noche de perros, la salida del hotel hacia el lugar del show permite comprobar que: 1) lloverá toda la noche, 2) las calles se inundan como en Buenos Aires y 3) los choques se suceden, como en Buenos Aires. La restricción vehicular que implementó el gobierno de la ciudad, celosamente controlada por la policía con pinta militar (los tristemente célebres carabineros), degrada el volumen de tránsito pero no impide la aparición del tonto al volante de turno. Las combis que transportan a los músicos llegan bien, sin embargo, aunque los fans se amontonen y golpeen los vidrios en señal de afecto. Hay mucha gente dando vueltas en las cercanías del llamado teatro Monumental (propiedad del club Colo Colo, el cacique), un lugar cubierto con estructura de teatro y construcción de gimnasio, en donde caben, más o menos, unas 6000 personas. Afuera, la mayoría clama por una entrada. Inicialmente se habían previsto dos funciones, pero la cosa en Chile está tan fea como en la Argentina, así que se hace una. Y gracias. Sin embargo, queda gente afuera. La lluvia no para. Adentro, los pibes chilenos gritan “El que no salta es Pinochet” y tal como sus similares argentinos, llaman a la banda con el corito de “Yo no me sentaría en tu mesa”. Eso es cultura cadillac. Hay un par de banderas con la imagen del Che (una grande que reza “Resiste - Víctor Jara”), una camiseta de San Lorenzo, otra de Boca y un cuerpo de seguridad conformado por modelos de barra brava made in Chile.


La banda arranca con “La vida” y todo es una fiesta. Es la primera vez que suena en vivo el primer hit de lo que se supone será una larga cosecha, y todo, arriba del escenario, funciona tal como se puede esperar en una banda de tantos kilómetros recorridos. El tren sigue con “Demasiada presión”, “Surfer calavera” y una arreglada versión de “Gallo rojo”, percusiva, marcial y emotiva. La letra es buenísima y todos parecen acompañar la predicción: “Algún día, esta cuadra será como vos querías”. Lejos del fervor, Tomás Cookman, comanager de la banda (el otro es Aníbal Vaino Rigozzi, ex guitarrista) y productor latino top dentro del mercado norteamericano (su compañía representa, además, a Cristian Castro,Aterciopelados e Illya Kuryaki), comenta de la posibilidad de una gran fecha en Buenos Aires junto a los Red Hot Chili Peppers para octubre. Lo que sí es una realidad es la segunda gira de la banda por Estados Unidos como cabeza de cartel, esta vez junto a Sweet 75 –el dúo-banda que formó el ex Nirvana Chris Novoselic junto a una cantante venezolana, Iva Las Vegas–, a partir del 9 de octubre. Cookman, que produjo el disco Red, Hot and Latin, dice que quiere armar una segunda parte de este disco benéfico, pero con otros duetos y prenuncia que los Beastie Boys estarán ahí. Al costado, unos ocho policías hacen como que vigilan lo que no hay por vigilar, miran a las chicas que –privilegiadas– bailan al costado del escenario y comentan la posibilidad de ligar algún trago después del show. Más tarde, su poco agradable presencia es retirada por pedido de la producción de la banda. Mejor así.
En el show, los once músicos en escena –los ocho de siempre, más un saxofonista, un percusionista y el asistente de Flavio que hace coros de vez en cuando– se mueven con comodidad por una sabia lista de canciones que, por momentos, viaja al pasado en busca del algún hit de la historia cadillac y que enseguida marcha hacia el presente y futuro con mayoría de versiones de Fabulosos calavera y algo de La marcha... El público responde en consecuencia. Gabriel Fernández Capello prende un cigarrillo tras otro, mantiene diálogos con los más osados que se apretujan junto a las tablas y camina el escenario con ese desgano que ya es su marca registrada. En un momento, se saca los pantalones, queda en short y despierta un griterío femenino algo inexplicable. O no. Al otro día, desayunando frutas frescas al lado de la pileta del hotel, aclara los tantos. “Se me rompió el pantalón, por eso me lo saqué...”, dice y se ríe levemente. Hablando y hasta por el tono, se parece al mellizo Guillermo Barros Schelotto.

–¿No escuchaste el griterío?
Gabriel: No, porque tenía puestos los auriculares y estaba en mi propio mundo interior.
Y sigue: "Lo que pasa es que no me gusta decir ‘¡¡¡vamos!!! ¡¡¡A ver esas palmas!!! No me cabe. Nosotros arengamos desde otro lado, y personalmente no me gusta gastar energía en palabras. Quiero que nos metamos a la gente en el bolsillo con la música. Me parece una grasada eso de mueva, mueva, mueva y hacer así (mueve los brazos de un lado a otro) con las manos. No soy así".
Sábado a la mañana. La lluvia y el caliente show del viernes son recuerdo. El sol pugna por asomar y ahora sí, la imponencia del nudo precordillerano emerge tras los altos edificios de las comunas de Vitacura y Apoquindo. Las dos cabezas visibles de una banda que se reconstruyó a sí misma para hacer verdad eso de “atendido por sus dueños”, enfrentan las obligaciones profesionales colaterales al placer de tocar en vivo con ánimo dispar. Gabriel tarda en arrancar y gruñe un par de respuestas inconexas que él mismo descarta al instante. Tal vez sienta que todo esto es hablar de boludeces, como suelta en voz baja por ahí. Al rato promete que, en un rato, “me pongo más simpático”. El cantante al que un diario chileno calificó como “gordo y genial”, estiró la madrugada tocando el piano en el hotel y sumándose a un par de breves zapadas. Flavio, que se volvió al hotel tras el show y no volvió a salir, está más despierto y con ánimo de sábado a la mañana. El ánimo del sábado a la mañana, se sabe, es directamente proporcional con las horas de sueño: cuanto más, mejor. Aún así, ambos esquivan, rodean y dan vueltas por igual a consultas directas sobre las letras de las canciones de La Marcha... Eso de canciones tristes sobre ritmos alegres no les cierra, parece.
Gabriel: Tendrán algo de tristeza, pero de tristeza como motor. No de melancólico porque sí... Creo que intentamos una mezcla de sentimientos, no es tristeza ni alegría, y tampoco optimismo ni pesimismo. Y tratar de ubicar el punto justo, que nunca lo logramos. Rondamos alrededor de las ideas, hasta que algún día dejemos de rondar y demos con la idea justa.
Flavio: No nos gusta hablar de las letras con rigor analítico. Nos debe costar porque...
Gabriel: Porque ya escribimos las letras, flaco... Ahí está todo.
Vuelta al show. La banda ataca con “Matador” temprano y ése es un buen síntoma. La canción que los disparó a este presente de grandeza puede ocupar perfectamente un lugar anónimo dentro del set y aún así no pierde impacto. Claro: esto es Chile y cuando Flavio pronuncia la palabra mágica durante su recitado, estallan. Dice “¡resiste!” y todos contestan “¡Víctor Jara!”. Es un buen momento. Pegado y sin respiro. Gabriel se sienta al piano y canta “Roble”, lo que sería una continuación lógica en cualquier programación radial después o antes de “Saco azul”. Este tono beatle les cae bien a Los Fabulosos Calavera modelo ‘99. No está mal un poco de melancolía en medio del frenesí latino, que continua más tarde con “Sábato” y su retorcida melodía que conjuga algo de lo que Los Cadillacs, evidentemente, gustan de tocar hoy. Aunque no sea tan “latino” como el que compran los gringos en el año de Ricky Martin.
Gabriel: En la última gira que hicimos, eso ya se veía venir. Igual hay que ver cuál es la verdad de la milanesa, ¿no? Hay como una efervescencia, pero todavía es una mirada muy rara, un poco oh, latin lover... Esa mezcla de morocho latino con sombrero de tango en musculosa tocando la quena... Igual, hay ciudades en las que ya tocamos en lugares grandes y nosotros solos, no en festivales. En Chicago, Los Angeles, está todo bien y las fechas vienen con entradas vendidas y todo eso.
–¿Les hubiera gustado participar del Watcha Tour?
Gabriel: No... (risas) Pero aparte es como otro palo, es un palo más joven. Son todos más lindos, los Kuryaki, los Molotov... No, en serio, está bueno tocar en lugares gringos puros también. Porque si no, para latinos toca cualquiera. Es muy interesante tocar para gente que no sabe ni quién sos, que no entiende tu idioma. En Estados Unidos o en Europa, eso es lo lindo. Es gente que no tiene idea de toda la cuestión de los discos ni de la prensa, nada.
Flavio: No están esperando el hit.
SObre el cierre del show, con aparición del Vaino incluida (“me pasé cuatro años tocando y haciendo de manager, ¿sabés cómo me quedaba la cabeza?”, comenta al mismo tiempo que sus representados-amigos encaran la seguidilla final), resaltan “Silencio hospital” y en donde no aparece “Yo no me sentaría en tu mesa”. Igual, nadie se da cuenta. Todo concluye con alegría. Los policías no están, varios señores de saco y corbata circulan por los pasillos con varios maletines (les falta el fondo musical de “Sabotage” para ambientar su aparición) y un grupito de fans ganadores de concursos esperan por un autógrafo y un saludo. Hay uno que tiene una remera con la inscripción Buenos Aire’s en la espalda.
–¿En qué está tu disco con Ricardo Iorio?
Flavio: Por ahora no se puede sacar, por una cuestión contractual. Las compañías se tienen que poner de acuerdo. Somos de distintas compañías, estamos atados a distintos contratos y nos tienen que dar la venia. Estamos esperando eso. No lo tenemos grabado, pero lo tocamos y lo retocamos, así que... Si no nos dan el visto bueno, lo seguiremos tocando para los amigos.
–¿Y vos, harías un disco así como el de Iorio y Flavio? ¿Con quién?
–Gabriel: Con el Angel de la medianoche... No, con Agustina Cherri y Cristian Castro.
Todo concluye en el combate de intereses entre banda-dormida-que-noquiere-fotos y fotógrafas-que-quieren-esto-y-aquello. El mediodía sigue luminoso, Gabriel refunfuña un par de veces más y después se va. La banda también. Viene Ariel para contar que están pasando This is Spinal Tap en la tele. Flavio se prepara para seguir leyendo la biografía de Charlie Parker que se compró la semana pasada. También comenta que llevó a su amigo Ricardo Iorio a ver a El Terceto y que el restaurador del heavy nacional no paraba de decirle “gracias por traerme”. Terminaron las obligaciones y para Los Cadillacs empieza el fin de semana. El sol sigue ahí. “Se puso lindo el día”, es la coincidencia general.