En
una ciudad en donde son tan locales como en Buenos Aires, Los Cadillacs
arrancaron su serie de recitales que en octubre se sucederán en
ciudades de Estados Unidos y, tal vez, en la capital argentina. El debut
tuvo poco de tensión y mucho de fervor del público: fue
un show ajustado y repleto de canciones-goles que hicieron estallar las
tribunas. El día después, el No habló con Flavio
y Gabriel de las poses desganadas, los latinos, los discos con Cristian
Castro y el ángel de la medianoche, y de la vida.
ESTEBAN PINTOS
FOTOS: NORA LEZANO
Enviados especiales a Santiago, Chile
Llueve sobre Santiago. El tema del día es Pancho
Dotto buscando desesperadamente a Dolores Barreiro. El agente de modelos
declarando estar como loco, no se sabe muy bien por qué.
Eso sería una gran historia para cualquier revista del corazón
argentina, pero es apenas una (la primera) entre tantas anécdotas
que aparecen a la par de la excursión trasandina de Los Fabulosos
Cadillacs. Es el primer show después del lanzamiento de La marcha
del golazo solitario, un soberbio disco de canciones tristes sobre ritmos
alegres, y es en la capital chilena, especie de segundo hogar para la
banda. Hace frío.
La tarde se ha pasado entre notas promocionales de rigor,
prueba de sonido y la comprobación de que no es imposible que HBO
figure en la grilla de un canal de cable, sin recargo ni obligación
de suscripción a sistema satelital alguno. Gabriel Fernández
Capello hace lo suyo para El Rayo y el resto se reparte las obligaciones
protocolares del caso. Hay una aparición graciosa de Mario Siperman
en un canal musical local. Después de un par de preguntas, lo invitan
a saludar al conductor del programa, tal como los monitores de Tinelli
le dicen a su entrevistado Bueno, y ahora mandale un saludo a Marcelo...
Esta vez se trata de saludar a Ariel. Siperman pone su mejor cara, mira
la cámara y dice Bueno... Daniel, te mando un saludo...
Cerca del atardecer, lleno de nubarrones que eclipsan cualquier visión
de la precordillera y en las alturas de la ciudad la zona, por lejos,
más paqueta de la ciudad, descansan los Cadillacs en las
habitaciones cinco estrellas de un hotel cinco estrellas, de paredes circulares
y ascensores vidriados. Después del show, Ariel Minimal bromeará
con la cuestión: en los fríos y delgados pasillos de los
camarines del teatro, ante un par de espectadores, anuncia su deseo de
montar un evento bailable-visual en su gigantesca pieza, con
desnivel y ventanal panorámico hacia la montaña. Yo
me quedo ahí, afirma convencido, frente a los planes de raid
nocturno propuesto. Pero, volviendo a la tarde-noche de perros, la salida
del hotel hacia el lugar del show permite comprobar que: 1) lloverá
toda la noche, 2) las calles se inundan como en Buenos Aires y 3) los
choques se suceden, como en Buenos Aires. La restricción vehicular
que implementó el gobierno de la ciudad, celosamente controlada
por la policía con pinta militar (los tristemente célebres
carabineros), degrada el volumen de tránsito pero no impide la
aparición del tonto al volante de turno. Las combis que transportan
a los músicos llegan bien, sin embargo, aunque los fans se amontonen
y golpeen los vidrios en señal de afecto. Hay mucha gente dando
vueltas en las cercanías del llamado teatro Monumental (propiedad
del club Colo Colo, el cacique), un lugar cubierto con estructura de teatro
y construcción de gimnasio, en donde caben, más o menos,
unas 6000 personas. Afuera, la mayoría clama por una entrada. Inicialmente
se habían previsto dos funciones, pero la cosa en Chile está
tan fea como en la Argentina, así que se hace una. Y gracias. Sin
embargo, queda gente afuera. La lluvia no para. Adentro, los pibes chilenos
gritan El que no salta es Pinochet y tal como sus similares
argentinos, llaman a la banda con el corito de Yo no me sentaría
en tu mesa. Eso es cultura cadillac. Hay un par de banderas con
la imagen del Che (una grande que reza Resiste - Víctor Jara),
una camiseta de San Lorenzo, otra de Boca y un cuerpo de seguridad conformado
por modelos de barra brava made in Chile.
La banda arranca con La vida y todo es una fiesta. Es la primera
vez que suena en vivo el primer hit de lo que se supone será una
larga cosecha, y todo, arriba del escenario, funciona tal como se puede
esperar en una banda de tantos kilómetros recorridos. El tren sigue
con Demasiada presión, Surfer calavera
y una arreglada versión de Gallo rojo, percusiva, marcial
y emotiva. La letra es buenísima y todos parecen acompañar
la predicción: Algún día, esta cuadra será
como vos querías. Lejos del fervor, Tomás Cookman,
comanager de la banda (el otro es Aníbal Vaino Rigozzi, ex guitarrista)
y productor latino top dentro del mercado norteamericano (su compañía
representa, además, a Cristian Castro,Aterciopelados e Illya Kuryaki),
comenta de la posibilidad de una gran fecha en Buenos Aires junto a los
Red Hot Chili Peppers para octubre. Lo que sí es una realidad es
la segunda gira de la banda por Estados Unidos como cabeza de cartel,
esta vez junto a Sweet 75 el dúo-banda que formó el
ex Nirvana Chris Novoselic junto a una cantante venezolana, Iva Las Vegas,
a partir del 9 de octubre. Cookman, que produjo el disco Red, Hot and
Latin, dice que quiere armar una segunda parte de este disco benéfico,
pero con otros duetos y prenuncia que los Beastie Boys estarán
ahí. Al costado, unos ocho policías hacen como que vigilan
lo que no hay por vigilar, miran a las chicas que privilegiadas
bailan al costado del escenario y comentan la posibilidad de ligar algún
trago después del show. Más tarde, su poco agradable presencia
es retirada por pedido de la producción de la banda. Mejor así.
En el show, los once músicos en escena los ocho de siempre,
más un saxofonista, un percusionista y el asistente de Flavio que
hace coros de vez en cuando se mueven con comodidad por una sabia
lista de canciones que, por momentos, viaja al pasado en busca del algún
hit de la historia cadillac y que enseguida marcha hacia el presente y
futuro con mayoría de versiones de Fabulosos calavera y algo de
La marcha... El público responde en consecuencia. Gabriel Fernández
Capello prende un cigarrillo tras otro, mantiene diálogos con los
más osados que se apretujan junto a las tablas y camina el escenario
con ese desgano que ya es su marca registrada. En un momento, se saca
los pantalones, queda en short y despierta un griterío femenino
algo inexplicable. O no. Al otro día, desayunando frutas frescas
al lado de la pileta del hotel, aclara los tantos. Se me rompió
el pantalón, por eso me lo saqué..., dice y se ríe
levemente. Hablando y hasta por el tono, se parece al mellizo Guillermo
Barros Schelotto.
¿No escuchaste el griterío?
Gabriel: No, porque tenía puestos los auriculares y estaba
en mi propio mundo interior.
Y sigue: "Lo que pasa es que no me gusta decir ¡¡¡vamos!!!
¡¡¡A ver esas palmas!!! No me cabe. Nosotros arengamos
desde otro lado, y personalmente no me gusta gastar energía en
palabras. Quiero que nos metamos a la gente en el bolsillo con la música.
Me parece una grasada eso de mueva, mueva, mueva y hacer así (mueve
los brazos de un lado a otro) con las manos. No soy así".
Sábado a la mañana. La lluvia y el caliente show del viernes
son recuerdo. El sol pugna por asomar y ahora sí, la imponencia
del nudo precordillerano emerge tras los altos edificios de las comunas
de Vitacura y Apoquindo. Las dos cabezas visibles de una banda que se
reconstruyó a sí misma para hacer verdad eso de atendido
por sus dueños, enfrentan las obligaciones profesionales
colaterales al placer de tocar en vivo con ánimo dispar. Gabriel
tarda en arrancar y gruñe un par de respuestas inconexas que él
mismo descarta al instante. Tal vez sienta que todo esto es hablar de
boludeces, como suelta en voz baja por ahí. Al rato promete que,
en un rato, me pongo más simpático. El cantante
al que un diario chileno calificó como gordo y genial,
estiró la madrugada tocando el piano en el hotel y sumándose
a un par de breves zapadas. Flavio, que se volvió al hotel tras
el show y no volvió a salir, está más despierto y
con ánimo de sábado a la mañana. El ánimo
del sábado a la mañana, se sabe, es directamente proporcional
con las horas de sueño: cuanto más, mejor. Aún así,
ambos esquivan, rodean y dan vueltas por igual a consultas directas sobre
las letras de las canciones de La Marcha... Eso de canciones tristes sobre
ritmos alegres no les cierra, parece.
Gabriel: Tendrán algo de tristeza, pero de tristeza como
motor. No de melancólico porque sí... Creo que intentamos
una mezcla de sentimientos, no es tristeza ni alegría, y tampoco
optimismo ni pesimismo. Y tratar de ubicar el punto justo, que nunca lo
logramos. Rondamos alrededor de las ideas, hasta que algún día
dejemos de rondar y demos con la idea justa.
Flavio: No nos gusta hablar de las letras con rigor analítico.
Nos debe costar porque...
Gabriel: Porque ya escribimos las letras, flaco... Ahí está
todo.
Vuelta al show. La banda ataca con Matador temprano y ése
es un buen síntoma. La canción que los disparó a
este presente de grandeza puede ocupar perfectamente un lugar anónimo
dentro del set y aún así no pierde impacto. Claro: esto
es Chile y cuando Flavio pronuncia la palabra mágica durante su
recitado, estallan. Dice ¡resiste! y todos contestan
¡Víctor Jara!. Es un buen momento. Pegado y sin
respiro. Gabriel se sienta al piano y canta Roble, lo que
sería una continuación lógica en cualquier programación
radial después o antes de Saco azul. Este tono beatle
les cae bien a Los Fabulosos Calavera modelo 99. No está
mal un poco de melancolía en medio del frenesí latino, que
continua más tarde con Sábato y su retorcida
melodía que conjuga algo de lo que Los Cadillacs, evidentemente,
gustan de tocar hoy. Aunque no sea tan latino como el que
compran los gringos en el año de Ricky Martin.
Gabriel: En la última gira que hicimos, eso ya se veía
venir. Igual hay que ver cuál es la verdad de la milanesa, ¿no?
Hay como una efervescencia, pero todavía es una mirada muy rara,
un poco oh, latin lover... Esa mezcla de morocho latino con sombrero de
tango en musculosa tocando la quena... Igual, hay ciudades en las que
ya tocamos en lugares grandes y nosotros solos, no en festivales. En Chicago,
Los Angeles, está todo bien y las fechas vienen con entradas vendidas
y todo eso.
¿Les hubiera gustado participar del Watcha Tour?
Gabriel: No... (risas) Pero aparte es como otro palo, es un palo más
joven. Son todos más lindos, los Kuryaki, los Molotov... No, en
serio, está bueno tocar en lugares gringos puros también.
Porque si no, para latinos toca cualquiera. Es muy interesante tocar para
gente que no sabe ni quién sos, que no entiende tu idioma. En Estados
Unidos o en Europa, eso es lo lindo. Es gente que no tiene idea de toda
la cuestión de los discos ni de la prensa, nada.
Flavio: No están esperando el hit.
SObre el cierre del show, con aparición del Vaino incluida (me
pasé cuatro años tocando y haciendo de manager, ¿sabés
cómo me quedaba la cabeza?, comenta al mismo tiempo que sus
representados-amigos encaran la seguidilla final), resaltan Silencio
hospital y en donde no aparece Yo no me sentaría en
tu mesa. Igual, nadie se da cuenta. Todo concluye con alegría.
Los policías no están, varios señores de saco y corbata
circulan por los pasillos con varios maletines (les falta el fondo musical
de Sabotage para ambientar su aparición) y un grupito
de fans ganadores de concursos esperan por un autógrafo y un saludo.
Hay uno que tiene una remera con la inscripción Buenos Aires
en la espalda.
¿En qué está tu disco con Ricardo Iorio?
Flavio: Por ahora no se puede sacar, por una cuestión contractual.
Las compañías se tienen que poner de acuerdo. Somos de distintas
compañías, estamos atados a distintos contratos y nos tienen
que dar la venia. Estamos esperando eso. No lo tenemos grabado, pero lo
tocamos y lo retocamos, así que... Si no nos dan el visto bueno,
lo seguiremos tocando para los amigos.
¿Y vos, harías un disco así como el de Iorio
y Flavio? ¿Con quién?
Gabriel: Con el Angel de la medianoche... No, con Agustina
Cherri y Cristian Castro.
Todo concluye en el combate de intereses entre banda-dormida-que-noquiere-fotos
y fotógrafas-que-quieren-esto-y-aquello. El mediodía sigue
luminoso, Gabriel refunfuña un par de veces más y después
se va. La banda también. Viene Ariel para contar que están
pasando This is Spinal Tap en la tele. Flavio se prepara para seguir leyendo
la biografía de Charlie Parker que se compró la semana pasada.
También comenta que llevó a su amigo Ricardo Iorio a ver
a El Terceto y que el restaurador del heavy nacional no paraba de decirle
gracias por traerme. Terminaron las obligaciones y para Los
Cadillacs empieza el fin de semana. El sol sigue ahí. Se
puso lindo el día, es la coincidencia general.
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