Historias
de viajeros: en el albergue, el camping o cómo se quiera y pueda
Alguna
vez, lo habrás hecho. Y si no, deberías. Viajar se convierte
en una de las experiencias más interesantes que puede vivir un
joven mental, donde sea y como sea. Aquí, una conjunción
de relatos, información útil y pequeñas anécdotas
de la vida cotidiana de quien decide salir de casa, al menos por un tiempo,
y lanzarse al camino.
CRISTIAN VITALE
Un
hipotético Manual de estudios sobre el viajero indicaría
que hay tres maneras de viajar. Cada una, según su forma de asimilar
el mundo y sus paisajes. Por lo general, el estudiante, universitario
y público, es acampante. Incursiona hacia lugares inhóspitos
en tren de aprendizaje y disfrute. Fundamentalmente lo hace en grupo y
con guías. Otros, más solitarios, optan por una conexión
mística entre el yo y la naturaleza. Este tipo de viajero tiene
más experiencia y prescinde del grupo. Siempre lleva su carpa en
la mochila y utiliza los albergues con asiduidad, aunque nunca abandona
el camping. Es decir, es acampante solitario y/o alberguista. La otra
especie es la del turista. Jubilado, adulto o joven, el turista compra
un paquete, se cuelga la cámara, sigue al rebaño y, cuando
vuelve a casa, está tres meses mostrando fotos. Es, de las tres
clases de viajeros, el que más plata gasta, el menos aventurero.
Su lugar es el hotel y cuanto más cómodo, mejor. Los guardaparques,
cronistas autorizados en materia de viajes, conocen cómo actúa
cada clase de viajero. A cualquiera que se consulte, la respuesta es inmediata:
El acampante es educado, el mochilero cuida la naturaleza y el turista
la destruye, dice Julio, guardaparques patagónico.
Historias
de alberguistas
La Asociación Argentina de Albergues para la Juventud ofrece una
buena alternativa para el viajero solitario. Unos 7500 socios tienen derecho,
tras adquirir la tarjeta, a utilizar las instalaciones de los 25 albergues
que existen en el país. Los más concurridos son los del
sur entre Chubut y Santa Cruz hay siete, pero también
se puede hacer base en Tilcara, Humahuaca, Puerto Iguazú o San
Miguel de Tucumán. Si bien la Asociación está intervenida
por la Justicia desde el 8 de febrero, por denuncias contra la anterior
comisión directiva se la acusa de librar cheques sin fondos
y de falta de pago de expensas, entre otros cargos nada impide que
la Asociación siga emitiendo la tarjeta que convierte al viajero
en alberguista. Los precios para pasar la noche ahí, luego, oscilan
entre 8 y 12 dólares y depende de la elección: las habitaciones
simples son más caras que las compartidas. Una de las ventajas
es que la actividad en común de los albergues está reglamentada
con una serie de normas básicas, que se extienden al resto de Latinoamérica.
El alberguista está obligado a mantener limpio el lugar y, a su
vez, está protegido las 24 horas por personal de seguridad.
Después de las 12 de la noche no podés hacer ruido.
Y, si comés adentro, tenés que dejar todo limpio. A veces
te dan una llave para venir a la hora que quieras y, si no te la dan,
tocás el timbre. Lo que no podés es tener relaciones sexuales
en las habitaciones compartidas ni tomar alcohol. Para eso están
las habitaciones simples. La ventaja de los albergues es que te permiten
viajar solo, porque enseguida te hacés amigo de gente de todo el
mundo, jóvenes y no tanto. Antes, la tarjeta se emitía sólo
a estudiantes, pero ahora la edad no es excluyente, cuenta Vicente,
un viajero que puede jactarse de conocer (casi) todos los albergues del
país. Yo conocí a un israelí en Brasil y el
tipo me llamó un día para invitarme a hacer un viaje por
Medio Oriente. Las amistades son muy importantes. Si un día me
quiero ir a Río de Janeiro, le escribo a un amigo de allá
y le digo que me espere en la estación. Nunca falla, agrega
Tony, que conoció a Vicente en el albergue de El Chaltén,
desde donde se contempla el pico del Fitz Roy.
Las relaciones humanas que se dan en plena aventura prescinden de polémicas
ideológicas, religiosas o políticas. En plena era global,
son pocas las experiencias que permiten tal comunión de ideas.
Tony llegó a reunirse con musulmanes, israelitas y franceses, y
jura que no presenció litigio alguno en 15 días de convivencia.
Las diferencias pasan por otro lado. Entre alberguistas americanos y europeos
son de tipo sexistas. Engeneral, las mujeres americanas no viajan solas,
lo hacen siempre en pareja. En cambio, hay muchísimas europeas
rubias y hermosas dando vueltas por el mundo, sin otra compañía
que una mochila y casettes de Bob Dylan. Gabriel, otro alberguista, conoció
a una española que tenía un novios en cada puerto: Tenía
novios de todos los colores y, por supuesto, no pagaba un mango en ningún
lado. Pasan cosas muy locas sigue Gabriel; una
vez, en Salvador de Bahía, llegué al albergue y había
un tipo tomando mate. Estaba serio, pero yo me puse a hablar igual. Los
dos hablábamos, por supuesto, en portugués. Estuvimos 20
minutos así y de repente me preguntó de dónde era.
Cuando le dije que era argentino, la reacción fue inmediata escucháme
culeao, yo soy de Córdoba. Fue algo absolutamente pelotudo.
Inmediatamente, el tipo se puso a contar chistes cordobeses.
Por más que el alberguista se identifique ante todo como ciudadano
del mundo, los rasgos de nacionalidad permanecen en cierto grado. En el
triángulo que conforman Brasil, Chile y Argentina, es imposible
no hablar de... Fútbol, claro. Por lo general, es el tema de conversación
para romper el hielo. Hay dos cosas que les calientan a los chilenos:
el fútbol y la Laguna del Desierto. Son cerradísimos, igual
que los brasileños. Pero cuando se abordan temas cotidianos, te
das cuenta de que tienen los mismos problemas y los mismos vicios que
vos. Una vez, en un albergue de Brasil, me puse a mirar la tele con amigos
de todas partes. Y todos mirábamos sin sorpresa a Faustao, un gordo
que pesa 110 kilos y hace las mismas boludeces que Tinelli. O sea, es
todo lo mismo, aporta Tony. Los picados de fútbol, en cualquier
albergue, también están a la orden del día: Recuerdo
haber jugado un partido en una playa de Brasil con tres gringos. Era imposible
marcar a dos de ellos, porque hacía 10 días que no se bañaban
con 40 grados de temperatura promedio. El olor a chivo de los tipos provocó
que, como argentinos, nos tuviésemos que comer una terrible goleada.
Por supuesto, nuestro orgullo terminó por el suelo. Hicimos quedar
mal al país...
Otro rasgo marcado de los alberguistas es la tendencia a socializar
las cosas. Por lo general, se vive a la bohemia. Se va y se viene. Pero
de vez en cuando aparecen personajes atípicos: Una vez, en
San Salvador, conocimos a una chica. Era una alemana que estaba vacacionando
en la isla de Itaparica con sus padres y decidió hacer una aventura
sola por América. En el albergue estaba yo, había un comunista
uruguayo que se había casado con una yanqui y se dedicaba a vender
artesanías, un arquitecto que había abandonado la carrera
y le gustaba escabiar, y un brasileño geógrafo. Todos salíamos
de noche, íbamos a las macumbas. Y de repente cae esta mina, rubia,
quemada y con una mochila de buena calidad. Resulta que le cobraban el
triple de guita en todos lados porque no sabía viajar, no era alberguista.
Se tomó un avión y se volvió a su casa.
En la Patagonia es muy usual ver a ingleses, alemanes o franceses paseando
por sus hermosos parajes. Sergio, médico y mochilero desde siempre,
advirtió el detalle mientras pateaba el sur, con su
novia Isabel. Los gringos son bastante pedantes, se sienten los
patrones de la estancia. Yo viajé desde El Chaltén hasta
Perito Moreno con una combi. Son como 600 kilómetros y tardás
más de doce horas, porque es todo ripio y desolación. En
la combi, había un cordobés, dos choferes argentinos y dos
ingleses, que estaban en una posición de raza superior. Y todos
nosotros tratábamos de hacerle gracia, traduciéndoles al
inglés chistes cordobeses. El guía, que la tenía
bien clara, nos alertó por el hecho de que estábamos todos
pendientes de lo que los ingleses podían pensar y ninguno hacía
la nuestra. Yo después pensé loco, la Patagonia es
nuestra, no de Benetton.
Sergio confirmó su teoría en un albergue frente al mar en
Brasil. Había dos minas alemanas alberguistas y nos vinieron
a saludar. Eramos unisraelí, un alemán, un brasileño
(los tres blancos) y yo, negro. Las minas vinieron, saludaron a todos
y me saltearon a mí. El israelí enseguida me dijo: vos
sos muy negro para ellas. Efectivamente, creo que por eso no me
saludaban.
Otro rasgo que diferencia americanos de europeos es la predisposición
a la joda. En los albergues hay un ambiente festivo constante. Nadie tiene
problemas en coparse en hacer un baile, se engancha todo el mundo. Pero
la cosa es diferente cuando se comparte la habitación con un alemán,
por ejemplo. El tipo se quiere levantar a las seis de la mañana
para ir a caminar y no podés despertarlo a cualquier hora,
es el diagnóstico general.
En Europa, los albergues cuestan el doble que en América, entre
15 y 30 dólares. Pero la tarjeta anual llamada Hostelling
International es más barata y habilita para alojarse en los
más de 4500 que existen en el mundo. También existen albergues
independientes, que se separaron de la Asociación y brindan servicios
a contingentes de otro tipo: con tarifas que varían, aunque no
tanto, del más común y popular de todos.
Historias
de mochileros
¿Quién no soñó alguna vez con calzarse la
mochila y fugar al mundo?: Bien de pibes, están quienes cumplieron
ese ¿sueño?. Bordeando el río Atuel, en Mendoza,
escalando el Aconcagua, vendiendo artesanías en El Bolsón,
o contemplando el Valle de la Luna en San Juan, los mochileros forman
parte del paisaje natural de la Argentina, casi desde la misma época
en que Spinetta cantaba Rutas argentinas. Son los viajeros
más experimentados. Nada los sorprende. Gustan acampar junto a
los lagos, sin más que la compañía de la luna o el
sol. Su conexión con la naturaleza y su belleza es directa y sin
mediaciones. Los ortodoxos hacen dedo, pero otros toman micros o usan
autos. Fernando forma parte de la legión de automovilistas mochileros:
Una vez me fui con los chicos a Puerto Madryn. Estaba con un 147.
Ellos se vinieron a Baires y yo me fui solo a Rawson, a una playa que
estaba arriba de un acantilado. Paré el auto atrás de un
montículo de tierra para guarecerme del viento, que sopla siempre
desde el mar. De un lado veía ponerse el sol en el desierto y del
otro, veía cómo salía la luna del mar. Había
toninas, pingüinos y toda clase de pájaros. Decidí
quedarme, tenía carpa, cocinita de campaña. A la noche,
leía en el auto, lo único que escuchaba eran zorros. A la
mañana pescaba, comía pejerreyes y hasta pesqué un
pulpo para comerlo a la luz de la luna. Estuve 3 días completamente
solo. La población más cercana estaba a 40 kilómetros.
Historias
de acampantes
En la Universidad de Buenos Aires funcionan grupos que organizan viajes
para estudiantes. Sin fines de lucro sólo cubren gastos mínimos,
van a Mendoza, Santa Cruz, Neuquén y Río Negro en las vacaciones
de invierno, verano y fines de semana largos. Los contingentes no superan,
en promedio, las 50 personas por viaje. Aunque la cantidad depende del
destino. Las actividades que realizan esta clase de viajeros también
dependen del lugar. Caminatas, ascensos, rafting, cabalgatas y mountain
bike son las preferidas. También hacen fogones, veladas, contemplan
atardeceres, lunas menguantes, luna llenas, caminatas sin linternas, o
simplemente se acuestan en un paraje abierto a mirar las estrellas.
A diferencia de la onda albergue, se ven muchas chicas solas. A veces,
superan en cantidad a los chicos. En cuanto a las tarifas, un viaje de
10 días al Tronador cuesta 250 pesos, el mismo tiempo a Villa La
Angostura, 260. Y el más caro es el que recorre los Hielos Continentales,
Puerto Pirámide, Comodoro Rivadavia, Caleta Valdez, El Calafate,
Perito Moreno, El Chaltén, Puerto Madryn en donde se arma
una gran fiesta gran con chivito y champagne incluido. Todo por
460 pesos.
Los coordinadores, por lo general, son graduados de la UBA, que comenzaron
la actividad hace varios años. El objetivo de los viajes es principalmente
educativo e integrador: Van 40 desconocidos y vienen 40 amigos,
hasta hubo gente que se conoció en los viajes, se casó y
tuvohijos, jugando al amigo invisible, cuenta Graciela, coordinadora,
profesora de Educación Física y atleta. El acampante debe
llevar entre sus elementos una buena bolsa de dormir, todo tipo de vajilla
personal, elementos de higiene, linterna de luz fuerte y zapatos de trekking
caminados. La organización, por su parte, provee carpas,
accesorios de camping y elementos de sanidad, entre otras cosas.
Entre las experiencias intensas, Graciela destaca una caminata hacia el
último refugio del Cerro Tronador: Era un día hermoso,
llegamos al refugio y dormimos afuera. Eran las 3 de la mañana
y no veíamos a Las Tres Marías de la cantidad de estrellas
que había. Parecíamos todos hermanos. Fue muy loco, porque
yo era la primera vez que hacía ese camino. Lo sabía en
teoría, pero empezó a atardecer en millones de colores,
se hacía de noche y no llegábamos al refugio. Decí
que los pibes, que eran como 40, me tenían la reconfianza. Hasta
que vi un helicóptero, a 700 metros y dije zafé, acá
hay vida. Los pibes estaban muertos, habíamos estado 4 horas
y media caminando. Cuando llegué, a 2500 metros de altura, le prometí
a la montaña que jamás haría un camino sin conocerlo.
Los pibes lloraban de alegría. El cocinero preparó una salsa
espectacular con hongos para comer polenta. Y el refugio era increíble.
El dueño tenía 200 velas, todas prendidas.
En el Cerro Tronador hay tres picos: el internacional, el argentino y
el chileno. Y siempre hay litigio. Un monolito divide la Argentina de
Chile. Y es muy usual que soldados de ambos países lo corran algunos
metros para plantar soberanía. Los acampantes suelen convivir con
la vida ascética de los soldados que, a las 3 de la mañana,
comienzan con las actividades estratégicas de rutina. Es
medio pesado. A veces estás durmiendo y escuchás ¡sí
mi general, tengo un kilo de yerba, 40 barras de chocolate y tres kilos
de azúcar!. Todos a los gritos, y así no podés
dormir, se queja Rubén, que pasó por la experiencia.
El deleite de los acampantes también pasa por dormir a orillas
de un lago si el clima lo permite. O por realizar juegos de
integración, compartir diarios de viaje y chismes. Los grupos suelen
ponerse nombres, que generalmente tienen que ver con algún integrante:
En uno de los grupos, como había un chico que se parecía
a Leo Sbaraglia, le pusieron La pucha que vale la pena estar vivo.
En los viajes hacia los límites con Chile, algunos suelen llevar
banderas argentinas, aunque se mantienen en actitud respetuosa para con
los ciudadanos del país limítrofe. Uno de los problemas
más frecuentes es que a veces, en los campings, no hay agua caliente
y los acampantes pasan muchos días sin bañarse. Pero la
convivencia entre chicos y chicas supera las reminiscencias hippies y
se transforma en necesidad o algo así. Confirma Graciela: Es
muy importante que el contingente sea totalmente mixto. Imaginá
lo que serían 13 días con varones solos o chicas solas.
Te matan. Por experiencia, afirmo que un grupo no puede convivir mucho
tiempo si no existe esa copada relación entre los sexos.
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