En silencio, la casa se abre para que entre la noche. Es luna llena
detrás de las nubes y una luz pareja besa el jardín y
sus promesas. Los pájaros cantaron al atardecer, hay un nido
sobre el pino y una decena de gallos comenta a los gritos qué
rojo se pone el cielo cuando el sol se despide. Es el ritmo de las cosas,
su cadencia, su música. La esperanza como un peñón
en el medio del paisaje de mi alma. Esperanza terca que no cede a los
golpes del viento ni a la lengua voraz de la lluvia. Aun cuando sea
todo lo que nos queda, quedará. Y con esa piedra en el corazón
seguiremos caminando. Corazón de piedra verde que empuja a tanta
gente a levantarse de la cama y volver a ella después de que
el día no haya dado nada. Hasta que en algún momento el
encuentro sea posible. Aunque se trate sólo de un brindis a la
luz de la luna, después de haber marchado juntos, tantos pies
caminando y rompiendo el mármol de la impunidad, de la justicia
para pocos. Palabras, sólo palabras que de pronto tienen sentido
en algún gesto que permite creer que no estamos tan solos. No
mientras podamos juntarnos y gritar lo que nos duele. Qué sé
yo, los HIJOS abriéndose paso en Escobar, con su verdad como
un talismán que lastima los oídos sordos que necesitan
todavía taparse, tapiarse, para no recordar que la muerte es
sólo la muerte y el asesino la administra como le conviene. La
semilla de una flor que no se exhibe en la Fiesta Nacional se plantó
en las calles prolijas de la intendencia que gobierna el comisario que
sabe matar a sangre fría. Tal vez la flor sólo se llame
duda en el corazón de algunos vecinos. Tal vez como esa hierba
mala que nunca muere, la duda crezca en los jardines, como en nosotros
crece empecinada la esperanza porque no todo está perdido. No,
no es el tiempo lo que está a favor de los pequeños, es
la esperanza y los actos que la construyen. Qué sé yo,
los empleados de Radio Ciudad denunciando que los obligan a firmar la
renuncia a pedir medicación y asistencia a su prepaga en caso
de que se contagien vih. Tal vez ese gesto que no cambia las cosas y
tampoco las disimula tenga sólo el mínimo valor de la
denuncia, del comunicado hecho en común cancelando un instante
la indiferencia. El tiempo no hace nada por los pequeños, el
tiempo pasa nada más y a veces horada la piedra de la esperanza.
Pero no la arranca. No soltarla, no entregarla es el secreto, ponerla
sí en los actos que la construyen, en cada hijo que empecinadamente
seguimos trayendo al mundo, en cada jadeo del amor, en las palabras
que se escriben, en las que se dicen al oído, las que habla el
arte en su lenguaje. Esperanza de pobre, esperanza larga, esperanza
motor de los que saben que nunca todo está perdido. Y se buscan.
Como te busco yo en esta casa que se abre y deja entrar a la noche y
sus fantasmas que me relatan al oído lo perdido y lo ganado para
acomodar en mi corazón aquella piedra verde que enciende el día
mucho después de la caída del sol.
MARTA
DILLON