Daniela tiene 16 y los ojos como estiletes, listos para punzar a sus
posibles interlocutores. Todo el tiempo se toca el pelo, se lo tironea
como si así pudiera acomodar las pocas mechas largas que sobrevivieron
a este corte tan punk que le hizo Reina, su mejor amiga, que la acompaña
al hospital cuando Daniela accede. Y no es fácil que acceda.
Estar en el pasillo, frente al consultorio, esperando. Daniela se depila
las cejas con los dedos y se corre el delineador que intenta cubrir
la ausencia de pelos que su manía arranca todos los días.
Reina le da un chirlo en la mano y le pide que se quede quieta de una
santa vez, ella es así, todos santos y jesucitos y a Daniela
le revienta. Tiene una furia muda que se lee en su cuerpo, flaco como
una aguja, en los moretones que se deja en los brazos de tanto apretarse
esos granitos que sólo ella puede ver y que busca con ojos de
lince recorriéndose la piel, como si hubiera algo más
que descubrir en ella. No quiso abortar, ni siquiera cuando le dijeron
que tenía VIH. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Para
que su vieja se quede tranquila? ¿Para darle el gusto al pelotudo
de su novio que la quería dejar con esa bruja de mierda para
que la torture? Le dio más miedo el consultorio de Mataderos
que seguir adelante con la panza que apenas se le nota, aunque ya va
por el quinto mes. Ahora ya está, es tarde para lágrimas.
El pibe ese que se muera. Si al final estaba más preocupado por
haberse enterado lo del bicho, que por ella. Y bueno, el médico
le dijo que no es lo mismo, que si él no se hace el análisis
no puede estar seguro de si lo tiene o no lo tiene. Así que basta.
Si él dice que no quiere saber de qué se va a morir, que
no lo sepa. Igual es más fácil que lo mate la yuta si
lo agarra choreando que el Sida. Reina le vuelve a dar un manotón,
que se quede quieta, le dice, que ya la van a atender, y con un poco
de saliva en la yema de los dedos le delinea otra vez el dibujo de las
cejas. El resto de los pacientes que esperan en ese pasillo las miran
sin ver. Cada tanto llega alguno que pregunta quién es el último
y Daniela dice que ella es la que sigue, como si alguien quisiera robarle
el lugar. Cuando por fin se abre la puerta, Reina la levanta de un brazo
como para llevarla en penitencia y entran. Salen media hora después,
Reina llora y le dice que no se preocupe. Daniela va dos pasos adelante
cruzando consultorios, pacientes, enfermeras como si corriera un rally
hasta la calle, ahora es ella la que llora, con furia, y Reina la que
consuela. Que ya van a terminar los trámites, que ya van a conseguir
las pastillas, y un buen lugar para vivir ¿Acaso no era ella
la que lo quería tener? Ahora tenían que volver a entrar
al hospital y pasar por la farmacia para retirar un poco de medicación,
le alcanzaría hasta terminar los papeles. Pero nada de volver
a Mataderos, te quedás conmigo en el hotel, le dice Reina y le
acaricia la panza. Una patadita sorda le toca la mano.
MARTA
DILLON