El
consumo de marihuana, ENTRE EL TABU Y LA COSTUMBRE
UN
SIGNO DE LOS TIEMPOS
Los
noventa serán recordados por muchas cosas, personajes y síntomas.
Y entre ellos, para los jóvenes (y no tanto), como los años
en que un aroma se volvió familiar en concentraciones masivas (la
cancha, los recitales, ¡la calle!) y en reuniones caseras. Así
es que para un no despreciable sector de la sociedad argentina, algo que
parecía demoníaco ha dejado de serlo.
RAQUEL ROBLES
Desde aquellos recitales de Barrancas de Belgrano en los tempranos comienzos
de la apertura democrática, donde el aroma familiar
apenas era un código de minorías, hasta estos últimos
estertores del milenio donde se puede ver espontáneos fumadores
en alguna plaza a cierta hora y con un buen resguardo, es cierto
tanto en recitales de rock popular como en raves, se ha recorrido un largo
camino. Aunque muchas tías y madres probablemente se junten en
amargado coro a confesarse que sus hijos se drogan si se enteran que fuman
marihuana, ahora podrían darse ánimo pasándose artículos
de difusión científica en los que se habla de esta yerba
como un buen alivio para enfermos de sida, asma, glaucoma o cáncer.
En buena parte de ciertas fiestas, en la cancha o donde pinte, ya casi
nadie se fija si está el hermanito de tal, o la novia de cual,
ni pide permiso para encenderlo. Algunos pueden sumarse a la ronda, otros
no, como algunos gustan de la cerveza y otros del fernet con coca, pero
casi nadie se horroriza, y es difícil que alguien aduzca enérgicos
desacuerdos ideológicos. Yo recuerdo cuando tenía
unos trece años, allá por el 86, militaba en la Federación
Juvenil Comunista, que obligaba a no fumar, porque ésa era una
de las maneras de dominarte que tenía el sistema, de mantenerte
estúpido. Había acaloradas discusiones sobre el tema, no
podíamos pensar en alguien que se fumara un porro y militara también,
estaba todo más estratificado, los grupos eran más reconocibles
y los prejuicios estaban a la orden del día, recuerda Marina
con un dejo de nostalgia por aquellos momentos de efervescencia. Seguramente
hubiera sido impensable para ella en esa época alentar a su banda
favorita cantando una remera que diga Che Guevara, un par de rocanroles
y un porro pa fumar. En esa época, Che y porro parecían
simplemente irreconciliables. Eran tiempos en que saber que alguien fumaba
marihuana lo colocaba rápidamente en un grupo social y cultural
más o menos determinado, prejuicios más, prejuicios menos.
Para algunos significaba lumpen, hippie, posiblemente artista y colgado,
para otros significaba del palo. Hoy es lo mismo, pero no es igual. La
barra brava de Boca suele entonar, en algún momento del partido
que su equipo juega por este campeonato Apertura, quiero que legalicen
la marihuana, para fumarme un porro por la mañana y el coro
rebota en La Bombonera. Nadie va preso por eso. Pero el nefasto ex candidato
a la gobernación bonaerense, Luis Patti, sigue insistiendo en el
calificativo de "enfermos" a los consumidores.
Todas las tribus todas
Ahora las cosas son distintas. Confirmando la hipótesis, en el
que los bordes son poco tangibles y la tolerancia se confunde a veces
con la apatía, decir que alguien fuma marihuana no es decir mucho
de esa persona. Se puede estar hablando de uno de los diez mil asistentes
a una rave, que con sus zapatillas a lunares, camperas de colores audaces,
anteojos de gruesos marcos de carey, y camisas de cuellos puntudos se
sacude con constancia al ritmo de los altos decibeles de la música
electrónica. Puede ser uno de los skaters que hacía cabriolas
en la entrada del gimnasio gigante donde la masa se bamboleaba. Puede
ser alguno de los stones que fue a ver qué onda y se quedó.
También puede uno referirse a un asistente a cierta presentación
de algún diseñador de modas moderno, donde en la breve fiesta
que le dio fin, el porro fue de aquí para allá sin mayor
disimulo; o de un pibe que está escuchando a la banda de su barrio,
o en un recital multitudinario en River o en Ferro, en los que en general
basta seguir el aroma del fasito quemándose para pedir una seca
y ser convidado.
Este
fumador de marihuana, espontáneo o consecuente, puede ser también
uno de los profesionales jóvenes y no tan jóvenes que se
reúnen un día cualquiera para festejar un cumpleaños
o simplemente para conversar. O ser uno de los trajeados que maletín
en mano se acercan a uno de los localesde una galería céntrica
a adquirir su revista española Cáñamo por diez pesos
y estar al tanto de cuáles son los mejores métodos de cultivo
de la cannabis (en otro lugar, la disquería filial de una cadena
multinacional, ya no se consigue aquello, después del impulso purificador
del funcionario gubernamental del área, Eduardo Amadeo). Según
Laura que atiende el mostrador de un negocio de la galería, la
gente que viene a comprar esta revista o la High Times o los libros de
cocina como Cooking with cannabis, o Cocina de la marihuana, son los que
uno menos se imagina. La mayoría están impecablemente vestidos,
con sus atachés y sus corbatas finas. En tiempos en que un
candidato a diputado en Estados Unidos basa su campaña en la despenalización
de la marihuana o que la ministra de Medio Ambiente de Francia, Dominique
Voynet, declara que fumó un porro y a la pregunta de si sigue haciéndolo
responde con una sonrisa y un impertinente merde!, decir que
alguien fuma marihuana no es estar dando un dato que lo ubique en algún
lugar particular de la cultura o de la sociedad.
¿Qué fue lo que hizo que la marihuana atravesara las fronteras
de las tribus como señales de humo siguiendo los azarosos embates
del viento?
Tal vez eso que hace el mercado con casi todo. Ese mercado que es capaz
de imprimir remeras con la figura del Che, montar fábricas de pantalones
con decorados batik y símbolos de la paz y hacer que un disco de
un grupo contestatario venda millones de copias. Como un monstruoso pacman
que devora todo siguiendo a rajatabla aquello de si no puedes contra
él, únete a él. Y sacale todo el dinero que
puedas.
Cómo sacarse
los zapatos
Maite tiene 28 años y fuma desde los quince. Cuando era adolescente
lo hacía buscando otras cosas, sensaciones particulares, experimentar,
entonces no hacía nada para no alterar los efectos de la marihuana,
ahora es muy distinto, el hecho de fumar está adaptado a mis actividades
diarias. Así cuenta que cuando iba al colegio todo lo que
pensaba era en qué momento iba estar fuera del campo visual de
sus padres o sus profesores para poder fumar. El primer pensamiento en
la mañana, el último pensamiento en la noche. Con los años
eso fue cambiando. Ya no estoy experimentando, sé lo que
sucede cuando fumo, ahora tiene que ver con aumentar determinadas sensaciones
en actividades específicas. No es lo mismo coger habiendo fumado,
cuando tenés la percepción a flor de piel o ver una película
o estar tiradito al sol, eso yo lo sé muy bien y eso es lo que
busco. Su momento favorito para encender un porro, como para muchos
otros, es cuando llega a su casa después del trabajo. A algunos
les gusta sacarse los zapatos, otros se toman un vaso de cerveza, a mí
saber que me espera un fasito en casa ya me alegra mientras estoy volviendo
en el micro. Ella es de las que fuman todos los días y supone
que lo hará por mucho tiempo. No fumo para ir a laburar porque
sé que estoy más lenta y necesito de todas las luces para
ser eficiente, además trabajo en un estudio de grabación
donde los músicos fuman bastante y me gusta conservar las distancias.
Pero si algo me gustaría es poder fumar en la calle, ir caminando
por ahí fumando un porro sería bárbaro, pero si hago
eso voy presa y tampoco soy boluda. Primera clave: no está
todo bien, si lo hacés y te pescan, vas preso ¿ok? Maite
no cree que el faso pueda tener a alguien todo el día sin hacer
nada, a menos que como ella cuando era chica quiera quedarse quietito
para ir viendo qué se siente. Aunque para los que están
colgados en la vida, es el pretexto perfecto para seguir haciéndose
los tontos en vez de tomar las riendas de su vida. Segunda clave:
no está todo bien, hay gente a la que le pega. Mal.
Andar
despiertos
La pasión de Magdalena es la música. Nunca fumó marihuana
porque no le gusta la idea de alterar los sentidos. No le molesta que
los demás fumen a su alrededor (casi todos lo hacen, por otra parte).
Inclusive estuvo de novia mucho tiempo con alguien que fumaba desde que
se levantaba hasta que se acostaba, y no le parece que eso haya influido
demasiado en la relación. Al principio me daba cuenta cuándo
había fumado, después ni siquiera lo notaba, recuerda.
Lo que le molesta a Magdalena es que se haga de la marihuana una bandera.
No me parece una buena causa para defender. Creo que realmente hay
cosas mucho más importantes que si la marihuana es legal o no.
Además, creo que sería bueno andar bien despiertos para
no estar esclavizados. Tercera clave: ponerse las pilas.
Ojitos chinos al sol
Marta tiene 33 años, es periodista y si bien ya no está
interesada en ser una abanderada de la causa, el porro es parte indiscutida
de su cotidianeidad. Vive en las afueras de la provincia de Buenos Aires
y, según ella, nada combina mejor con ese sol que hace estallar
las flores, o con la sensación del pasto en los pies, o con las
mañanas frescas y claras, que aquello. Si bien a esta altura del
partido es la única droga que consume, conoce el paño de
los consumidores de las llamadas drogas duras. La marihuana
para los adictos es todo lo contrario a la droga. El porro es como un
rescate, calma la sensación de estar haciendo todo mal. Corta ese
molesto hilo de pensamiento paranoico que se enreda y se enreda hasta
ahogarte. En vez de aislarte como otras drogas te conecta con sensaciones
físicas, con cierta idea de equilibrio universal.
Para Marta otra cuestión que influye es la ilusión
de un mundo mejor sin hacer ningún esfuerzo, del tipo `yo transo,
voy a la oficina, pero cuando llego a mi casa me fumo un porro,
como piensa mucha gente. Protagonista de aquellos tempranos años
ochenta, en que el rock and roll y la bandera de la marihuana libre recordar
aquel violento episodio vivido en la plazoleta del Obelisco de Buenos
Aires, en los primeros días del gobierno alfonsinista se
enarbolaba como un lugar posible de resistencia, sabe que ya no es como
en esos tiempos. En todo caso, dice, puede considerársela apta
para quienes tengan stress, y también como una forma posible de
autoconocimiento. Pero en materia de cambiar la realidad cree que tanto
la marihuana que te da la sensación de que estás al
margen, como la cocaína que te genera la ilusión
de que podés manejar el sistema, son sólo artificios.
La iniciación
Pancho
se crió en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Recuerda
la primera vez que fumó con la candidez que se atesoran todos los
ritos iniciáticos. Eran siete amigos que dejaban su huella de aerosol
en las paredes. No escribían mucho más que el nombre que
habían elegido para su barra un obvio Nosotros. Se
habían prometido que iban a fumarse el primer porro todos juntos,
y así lo hicieron. Con la gravedad de quienes se saben construyendo
un recuerdo imborrable siguieron todos los pasos. Juntar entre todos los
diez pesos, hablar con ese muchacho mayor que tocaba la guitarra y la
conseguía, armar el fasito según habían visto a otros
pibes más grandes y finalmente darle las tan ansiadas pitadas,
en ronda y en silencio, esperando que sobrevinieran los misteriosos
efectos. Me acuerdo que nadie sentía mayores cambios, nos
quedamos con la sensación de que no era para tanto. Después
las cosas fueron distintas porque fumar estaba asociado a todo aquello
que en nosotros era aventurero, pero esa primera vez nos reímos
un poco y nada más. Pancho y sus amigos tenían 16
años y una fuerte sensación de pertenecer. En el pueblo
nadie fumaba y los que lo hacíamos nos reconocíamos entre
nosotros.Ayudó a que nos conformáramos como un grupo el
prejuicio que había entre la gente que nos veía como los
drogadictos y nos rechazaba. Ahora, a los 23 años, fumar
ha perdido un poco su mística. Me di cuenta de que todo lo
que yo creía que me daba el porro son cosas que tengo yo. Además
después de esa primera etapa vino otra en que ya no fumaba para
experimentar sino porque lo necesitaba, el porro era más un compañero
que un abridor de cabezas. Pancho ha aprendido también a
elegir el momento y el lugar adecuados. Antes fumaba siempre, ahora
me fijo con quién, porque hay gente que se pone insoportable, o
que le molesta que yo esté medio ausente. Además por ahí
me pinta un poco de paranoia y no da para hacerlo con alguien con quien
tengo una relación ya de por sí enroscada. Respecto
de fumar toda la vida, Pancho no sabe. Pero contesta: Yo qué
sé cuáles van a ser mis necesidades más adelante.
Cuando era más chico me gustaba fumar todo el día, estar
tirado con mi novia en la cama sin hacer nada. Después me di cuenta
de que algunas cosas se me hacían cuesta arriba fumado, como estudiar
o laburar. Ahora me gusta fumarme un par de pitadas a la noche antes de
ir a dormir y nada más. Quizás en el futuro no fume, o fume
más, eso depende de los momentos por los que pase.
Risitas boludas
Ruth tiene 28 años y ha pasado por muchas etapas en cuanto a su
gusto o disgusto por la marihuana. Cuando era adolescente odiaba
a los que fumaban. Un poco porque ya había manifestado mi desacuerdo
y no podía volver atrás, entonces era algo que me dejaba
abiertamente afuera. Pasados los años, sus opiniones cambiaron.
Después empecé a fumar yo también, pero sin
el entusiasmo militante de otros. Me gustaba para ir a una fiesta o para
cagarme de la risa, pero nunca entendí a los que se quedaban colgados
en un sillón toda la noche. Ahora parece haber vuelto a su
opinión inicial. Me gusta elegir con quién fumar y
cuándo. Yo no creo que le haga bien a todo el mundo. Hay gente
que se pone realmente estúpida y se hace imposible compartir nada.
Me parece muy egoísta que los demás tengan que andar trabajando
para sostener una conversación porque vos te fumaste un porro y
no podés dejar de irte por las ramas. Odio las risitas boludas
y las reflexiones supuestamente profundas que no resisten medio minuto
de análisis. A nadie se le ocurriría pensar que es bárbaro
estar medio borracho todo el tiempo. Para mí es igual que con el
alcohol: en una fiesta está bueno ponerse un poco en pedo, pero
estar todos los días así, es un bajón.
Fasolita querido
Casi ninguno de los consumidores consultados por el No cree que
se pueda ser adicto a la marihuana. Aunque todos pudieron pensar en alguien
que les hizo dudar de esta afirmación. Colgado de los pelitos
del coco de la palmera, así solía definir Anabella
a Gabriel, un amigo/amante que encendía el primer porro con la
luz del mediodía que lo despertaba y no lo apagaba hasta que llegaba
la hora de dormir. No tiene muchas obligaciones, no se puede fumar
a ese ritmo y salir a laburar ocho horas, dice Pancho refiriéndose
a Martín, un pibe que, promedio, fuma cada dos horas. Néstor
tiene 37 años y fuma desde hace más de veinte. Ahora está
experimentando no hacerlo. Me siento como si hubiera tomado cocaína,
hago todo rapidísimo y estoy hecho una luz. Estaba un poco cansado
de estar siempre con el porro en la mano. Este tiempo sin fumar me lo
estoy tomando como cuando era chico y buscaba sensaciones distintas con
alguna droga. Hace tantos años que el faso es mi compañero
que esto es todo un experimento. Alejandra Delménico es psicoanalista
y hace siete años que trabaja en el Centro Nacional de Reinserción
Social (Cenareso), únicolugar de tratamiento y recuperación
de adictos dependiente del Estado. Sólo recuerda a una chica que
fue a tratarse porque se sentía atada a la marihuana y reconoce
que la vedette en materia de drogadependencia es la cocaína. Sin
embargo, dice que no importa de qué droga se trate, sino
las motivaciones que llevan a depender de una sustancia. En ese
sentido se puede ser adicto a cualquier cosa, y no es la droga misma que
no es ni buena ni mala es sólo sustancia, la que atrape a la gente,
sino la gente que por cuestiones que van mucho más allá
del elemento que consuma, es susceptible de ser atrapada.
Las campañas gubernamentales insisten en lo contrario. Ya no dicen
que la droga es un viaje de ida, sino uno del que algunos pueden volver
pero otros no. Pero sobre todo remarcan que es un camino en el que se
pone un pie y como una cinta mecánica de aeropuerto se lleva todas
las voluntades y ya no se puede decidir si recorrerlo o no. Es bastante
fácil deducir que el abuso de las drogas, incluso de la marihuana,
o de las drogas sociales como el tabaco y el alcohol, es francamente dañino.
Lo que sí es difícil de pensar es que el gobierno, que no
da recursos a los hospitales ni provee de medicamentos a quienes lo necesitan
y aplica un plan económico (bajo presupuesto), esté
particularmente interesado en la salud de los consumidores de marihuana.
Es más probable que, como dice la licenciada Delménico,
en una sociedad en la que el objetivo número uno es la productividad,
en la que si estás tres horas tirado mirando la TV te sentís
culpable porque deberías estar haciendo algo útil, que un
grupo de gente se junte a no hacer nada, y consuma una droga que los ayude
a disfrutar de no hacer nada, genera miedo en algunos, rechazo y por supuesto
cierta compulsión a la represión en otros.
8,6
Si bien es cierto que las estadísticas no abundan, y que hacerlas
encuentra la dificultad de tener que preguntar sobre una actividad ilegal,
por primera vez la Secretaría de Programación para la Prevención
de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico realizó
una encuesta en junio de este año, convirtiéndose en el
único estudio serio hecho en la Argentina. Los resultados arrojados
dicen que el 8.6 por ciento de la población fuma marihuana, que
el mayor porcentaje de este número de consumidores es de Capital
Federal, de un nivel socioeconómico medio y más de la mitad
tiene entre 16 y 20 años. Aunque también son muchos los
que fuman por primera vez a los doce años y los hay de hasta 65.
Una cuestión interesante es que 4 de cada 10 personas en tratamiento
por drogadependencia empezaron consumiendo marihuana. Es decir que es
la droga de iniciación por excelencia, ganándole por muchos
cuerpos a todas las otras drogas. Otros datos: los adictos a las drogas
son mayoritariamente varones, la soltería es el estado civil predominante,
el 56,7 por ciento se encuentra fuera del sistema productivo o con trabajo
ocasional y el 18 por ciento de los consumidores utilizaron alguna vez
la vía parental, es decir inyectable.
Las
ilustraciones que acompañan esta nota fueron extraídas del
libro "La verdadera historia de Mary Juana", editado en 1989
por el Programa Andrés.
Opinan
los músicos argentinos
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