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Jueves 28 de Octubre de 1999
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convivir con virus

MARTA DILLON

Pasa demasiado tiempo en la cama. Un poco porque se siente cansada, otro poco porque parece que se lo permite su estado. Y el resto porque no tiene nada que hacer. Se levanta un rato durante las mañanas, a Daniela la asustan los grandes pies de Reina moviéndose tan cerca de su cara en la única cama de la pieza. Entonces sale de cueva, da una repasada a la mesa en silencio, con los postigos cerrados, baja a la cocina, calienta el agua y va al baño. Se toma las primeras pastas en la pileta de los platos, rapidito para que no lo note su paladar, y se vuelve a la pieza con el té encerrado entre sus dedos como astillas del palo de su cuerpo. Ahí empieza a aburrirse. Y a pensar. Si encuentra plata va a la panadería, a buscar el desayuno. Esta vez tuvo suerte, Reina dejó un diego en la mesa. Está bueno salir a caminar a la mañana, con este solcito. Le va a poner Agustín, si es varón. Es lo más seguro. En las puertas de los edificios se mira y se endereza un poco. Mira cuánto le crecieron las tetas. La verdad es que no se siente mal, es más, recibe los piropos como si los hubiera estado esperando. Al principio le molestaba, no entendía cómo los tipos se atrevían a mirar a una embarazada. Ahora se pregunta si de verdad se la cogerían. Se imagina clavándole los ojos al operario de Telefónica para ver hasta dónde llega. ¿Hasta dónde llegaría ella? A nada, más bien. Hasta ahora el sexo le trajo más problemas que satisfacciones. No tiene para masturbarse ningún recuerdo mejor que el último recital de Los Piojos. A veces se la imagina a Reina, parada en la esquina, esperando que alguien la levante. Pavada, pavadas, piensa y pide perdón al cielo. Se le ocurre una promesa más, si su bebé nace sano jura que no va a volver a hacerse la paja, ni siquiera para dormirse. Ya debe haber hecho más de treinta promesas por el estilo, cada vez que piensa en algo que le gusta promete abandonarlo, entregarlo a cambio de que todo salga bien. Aunque tampoco sabe muy bien a dónde van a salir, después de que todo salga bien. Salir es una buena palabra porque va a estar más tirada que los pibes de plaza Once. Para cuando vuelve a la pieza, con el mate y las facturas, ya pasó la hora que tenía que hacer de ayuno y se sienta a comer mirando dormir a Reina. A veces le da un poco de bronca, porque es injusta la vida. El se coge a cinco tipos por noche y no se contagió nada. Daniela sólo se acostó con dos pibes en su vida. Y no sólo se pegó el bicho sino que además está embarazada. Y bueno, eso es algo que Reina envidia, a ella le debe parecer una injusticia haber nacido varón. Todo tiene sus pro y sus contras, piensa mientras mastica la medialuna y sopla un poco de azúcar impalpable que juega en el único rayo de sol que entra en la pieza. ¿Habrá todavía medialunas con dulce de leche cuando Agustín sea grande?