La
esperanza urbana
Por
Pedro C. Sonderéguer *
Llega
un momento (no siempre) en la investigación dice Manfredo
Tafuri, citando a Carlo Ginzburg (Introducción a la esfera y
el laberinto) en que, como en un rompecabezas, las piezas empiezan
a colocarse en su sitio. La historia contiene también esa posibilidad:
es necesario un hilo conductor que salve al presente de la catástrofe:
un propósito articulador o, si se quiere, una gran polémica
en la que involucrarse. Esa búsqueda acecha a Buenos Aires desde
su origen.
Puerta de la tierra, centro histórico de la construcción
del país independiente, sus obras fueron siempre las de la Nación.
El escenario de la economía global encontró a Buenos Aires
en medio de una transición: el resultado fue una morosa lentitud
que contrastaba con la velocidad de los cambios en curso. El Mercosur
transformó la dinámica de la región y en la ciudad
las transformaciones necesarias (puertos, aeropuertos, ferrocarriles)
se redujeron a las imprescindibles, al impulso de iniciativas particulares.
En la última década, después de un inicio cargado
de promesas, pero aplastado por las dificultades, la ciudad fue postergando
las grandes decisiones: necesidad de una transformación jurisdiccional
a escala metropolitana, descentralización administrativa, modernización
del sistema ferroportuario, saneamiento de las grandes cuencas hídricas,
identificación y articulación de los ejes urbanos en proceso
de cambio, preservación de la estructura histórica del
área central.
Una mezcla de incomprensión de las ventajas del momento e inercia
conceptual en el abordaje de la cuestión urbana favoreció
una política escasamente innovadora. En una mirada histórica
de largo plazo las condiciones son, sin embargo, alentadoras para la
ciudad.
Este comienzo de siglo tiene, para Buenos Aires, una particular carga
simbólica: el centro del escenario global ha sido ocupado por
los resultados de una serie de cambios desarrollados en las últimas
cuatro décadas sin que la percepción general lograra entonces
relacionarlos entre sí y advertir la profunda transformación
que, en conjunto, significaban. Su aparición adquiere hoy una
inesperada connotación de coherencia poética al revelar
la relación cada vez más estrecha entre desarrollo económico
y social, equilibrio ecológico y crecimiento urbano: elementos
bajo los que podemos percibir el pulso de las luchas políticas
de otras épocas, hoy validadas por la historia.
Las rupturas de los años setenta son hoy, en más de un
sentido, una necesidad del desarrollo. La creación de asociaciones
transnacionales orientadas a la conformación de nuevas regiones
económicas, el incremento del comercio internacional, la extensión
de las comunicaciones y el desarrollo de nuevas técnicas de transporte,
la búsqueda de formas complejas de democracia que otorgan nuevas
responsabilidades a los ciudadanos, la atención a los problemas
ambientales y la preocupación por el equilibrio ecológico
son rasgos del momento histórico ante los cuales la ciudad de
Buenos Aires cuenta con ventajas comparativas (en la formación
y preparación de sus habitantes, posibilidades de su tejido productivo,
etc.).
Son éstas, en fin, las condiciones básicas de un proyecto
a identificar y construir. En la imagen de Carlo Ginzburg, la interpretación
del rompecabezas contiene un riesgo: puede ocurrir que una visión
ensimismada de las piezas oculte un completo error. El perro cree entonces
morder un hueso cuando en realidad se está mordiendo la cola.
Podemos pensar que es un riesgo, por definición, ajeno a una
política ciudadana innovadora, plural, abierta y participativa.
* Director de la Carrera de Gestión Ambiental Urbana de la
Universidad de Lanús.