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Jueves 13 de Enero del 2000
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Llegando los libros

JAVIER AGUIRRE

Un requisito para ser artista es tener algo que expresar. Durante 1999, varios rockeros argentinos no se contentaron sólo con expresarse a través de su música sino que también decidieron escribir –y publicar– libros. Los ¿ex? Visitantes Palo Pandolfo y Karina Cohen (con su grupo de poesía Verbonautas); Juan Subirá (de la Bersuit) y Nekro/Miss Muerte (de Fun People), cumplieron en los últimos meses el sueño del libro propio. Pero el premio mayor se lo llevó El Otro Yo con ¡dos! libros: la bajista María Fernanda Aldana y el baterista Ray Fajardo. Mientras hacemos lugar en la biblioteca, aquí está el detalle de las cinco publicaciones:

Entresueños
Autor: María Fernanda Aldana.
Género: Poesía y dibujo. Incluye un CD de música instrumental también realizado por ella.
Autodefinición: “Es un libro para antes de irse a dormir, para la vigilia. Es como poder entrar en otras dimensiones, como sentirse un microbio en el universo, ser parte del paisaje, no creerse muy importante”.
Fragmento: “Hoy bailé con mi sombra y el sol. Descubrí mis codos puntiagudos de hada y me asusté” (pág. 65).

Verbonautas . Acción Poética
Autores: Palo Pandolfo, Karina Cohen, Osvaldo Vigna, Gabriel Coullery, Eduardo Nocera, Vicente Luy, Pablo Folino y Hernán.
Género: Poesía.
Autodefinición: “Un carnaval poético incendiado de máscaras”.
Fragmento: “La música duerme. Los sueños están despiertos. El poeta está en trance y el ladrón está calentándose las manos” (Palo Pandolfo, “La música duerme”, pág. 121)

Kichigai!
Autor: Miss Muerte.
Género: Poesía.
Autodefinición: “Todas las letras de Fun People primero fueron escritos/ poesías/ definiciones/ etcéteras/ broncas/ amores/ odios, a las que luego se les puso música y armonía”.
Fragmento: “Hay veces que me siento en un pozo (profundo), hundido, como en un atolón en medio del mar. Pero que ella me ame, me hace ver las cosas tan bien... ¿Sentís? Ella es mi mejor remedio...” (“A Gizmo”, pág. 21).

Desconcierto para uno solo
Autor: Juan Subirá.
Género: Tratados, estudios, recetas, relatos, conversaciones, discursos y asociaciones ilícitas.
Autodefinición: “Puedo decir que tiene que ver con una mirada ciertamente asombrada del mundo y de las personas”.
Fragmento: “Hace poco tuve oportunidad de tener en mis manos diez dedos, los jugaba a los dados hasta que mi suerte terminó y me amputaron uno. Hoy debo comenzar a contar de dos en adelante...” (“Ofrenda dedal”, pág. 53).

El mar alado
Autor: Raimundo Fajardo.
Género: Apuntes.
Autodefinición: “Es una recopilación de cosas que había escrito cuando era chico. Releí, seleccioné algunas y tiré las demás. No es poesía sino un libro de apuntes, pero metafórico. Mezcla cosas naïf con cosas crudas”.
Fragmento: “...Ojos grandes con sus lenguas colgando, imposible enjuagar mis dos corazones...” (“Inesperada Natividad”, pág. 27).


El verano caliente de Calamaro
y su duelo verbal con García

Segundos afuera,
round 34

Andrés Calamaro suma y sigue. Honestidad brutal resultó elegido, según el voto de los lectores del suplemento Tentaciones del diario El País de Madrid, “mejor disco español” de 1999. El texto que informaba del resultado –el doble sumó nada menos que un 64 % de las preferencias– definió la obra como “un doble disco informe, deficiente en muchos aspectos. Pero tiene el aliento de la pasión real y el riesgo asumido: Calamaro se desnuda y nos lleva por los infiernos del desamor en un viaje que no deja impasible al oyente”. Esta semana, el bueno de Andrés viajó a Punta del Este y allí se quedará junto al Bambino Carámbula “hasta que aguante”. Atrás quedó su reunión cumbre no-de-reconciliación con Charly García del último domingo del ‘99 (“me da gracia que un hombre mayor se preocupe por la cuestión del nº 1”, le dijo en su momento a Página/12), sus casi 40 nuevas canciones compuestas en su hogar-búnker-estudio de Palermo y un corte en la cabeza que mereció de 7 puntos de sutura, después de una reyerta familiar. Mientras tanto Charly García, vuelto gustoso al ring mediático, volvió a referirse a su rival. El martes, en el diario Clarín, comentó sobre aquel “encuentro” after hour. “El Calamaro este se volvió loco y el otro día vino a casa. Quiere competir conmigo”, dijo. Y remató: “Eso de querer parecerse a otra persona... Parece yo cuando estaba re-sacado”. Hagan sus apuestas, que esto sigue.


El Cazador de sonidos

Christian Marclay,
un amante
de los discos rayados

JORGE LUIS FERNANDEZ

Nada más peligroso para un coleccionista que dejar entrar en su casa a Christian Marclay, neoyorquino que en los años ochenta se hizo famoso por cortar y pegar vinilos, pintarlos y pisarlos, siempre con la finalidad de escuchar qué nuevos ruidos ofrecen. Mezclando técnicas de avant garde con scratches de disc jockey, Marclay es uno de los pioneros en el hoy aclamado uso de la bandeja como instrumento. Alguien que debió regocijarse cada vez que la maestra quebraba una tiza en el pizarrón.
Contrario a la obsesión perfeccionista de los melómanos, el lema de Christian parece ser “cuanto más destruido, mejor”. Marclay incursiona en diversas técnicas, pero su especialidad es cortar vinilos a la mitad para armar nuevas combinaciones, de manera que en su itinerario la púa reproduzca dos grabaciones distintas junto al inevitable plop de la quebradura. También utiliza discos de madera atravesados por clavos, bandejas adaptadas, y en una de sus primeras obras (Phonodrum, 1981), reemplazó la púa por una cuerda de guitarra que tomaba sonidos mientras iba rayando el disco.
El repertorio de sus experimentos son baratijas que compra en tiendas de segunda mano. Así, en obras como His master’s voice (1982) puede escucharse a un furioso predicador, coros de música disco, solos de heavy metal, y la voz del conejo Bugs Bunny chillando en medio del batifondo. “No recuerdo específicamente qué discos utilicé”, admite Marclay en Records 1981-1989, una compilación de sus más escalofriantes collages. “Para mí son sólo sonidos, abstractos y separados de su marco original. Ellos pierden su identidad y devienen fragmentos para ser mezclados”. Igualmente interesante es su producción ligada al arte conceptual. Para su Footsteps (1989), Marclay alineó 3500 vinilos con grabaciones de pisadas en el suelo de una galería. La exposición duró seis semanas, y luego envasó los “pisados” discos como obras acabadas. Otro popular capricho de Christian es Record without a cover (1985), un vinilo sin sobre que contenía samplers de varias grabaciones, y se vendía con la advertencia de jamás ponerle una funda. El trabajo artie de Marclay tuvo su correlato en los sets de Dj’s negros, quienes realizaban montajes orientados al groove y perfeccionaron la técnica del scratch –en este sentido es de obligada referencia Wheels of steel (1981) de Grandmaster Flash, con temas de Blondie, Queen, Chic y otros tres grupos. Continuadores de Flash y Marclay son el japonés Otomo Yoshihide, colectivos de hip hop como Peanut Butter Wolf y los X-ecutioners, y –por qué no– los tangos “rayados” que cantaba Pablo Cedrón en Cha cha cha (1993), mucho antes de su incursión en Pol-ka.
Con la aparición del cd, Marclay debió sentirse algo incómodo. Pero afortunadamente el trío alemán Oval tomó la posta, ejecutando un procedimiento análogo con los compactos: rayándolos, pintándolos, y luego armando loops con los sonidos tildados. Y aunque dentro de una compactera el cd no pueda manipularse, todos estos artistas llevan una conocida máxima de Marshall McLuhan a su más literal expresión: también para ellos, al menos en música, el medio es el mensaje.